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13/04/2025

Cafetines de Buenos Aires: El Alsina, donde predomina el color rojo en una cuadra repleta de edificios históricos

Fuente: telam

En la esquina de Alsina y Solís se erige un clásico bar del porteñísimo Centro de la ciudad de Buenos Aires. Está cerca del Congreso y en su cercanía vivió el artista francés Marcel Duchamp en su paso por la Argentina

>En 1941 el pianista Sebastián Piana compuso, con letra de Cátulo Castillo, el tango Tinta Roja. Por entonces, en la esquina sudoeste de Adolfo Alsina y Solís, en una cuadra pródiga en patrimonio histórico y cultural del barrio de Montserrat, se levantó un edificio en cuya planta baja había un bar con billares. Hoy, en el mismo lugar, funciona el Café Bar Alsina. Fui de recorrida y cuando empujé un manijón de una de las dos puertas de doble hoja y entré, me sentí dentro de los versos de Cátulo. ¿Acaso el café está pintado de rojo en su interior? Claro que no. Sin embargo, el rojismo de sus gruesas cortinas, que niegan el paso del sol por toda la esquina, dominan la paleta cromática del lugar.

Ramón Pinto está al frente del Café Bar Alsina desde 2014. Es un gastronómico con muchos años en el oficio. En 1984 entró a trabajar en el Histórico Bar de Diagonal Sur en Presidente Julio A. Roca 622. En mi relato sobre el Entre 2004 y 2014, don Ramón fue uno de sus socios hasta abrirse del Histórico para asumir las riendas del Alsina. Me cuenta Ramón que antes de desembarcar con su familia en la esquina de Alsina y Solís, el boliche era administrado por unos gallegos que también tenían una fábrica de pastas en la esquina de enfrente. Y que, a partir de su gestión, el local cambió de nombre por “Alsina”. Bien por Ramón. Una manera correcta de generar pertenencia con el territorio vecino es asignarle al negocio una denominación que la barriada pueda apropiarse. Le pregunté a Ramón por el primitivo nombre comercial y me dijo: “Alai”.

Pedí un café y volví a mi mesa para continuar con mis observaciones. ¿A qué me referí cuando dije que la cuadra ofrece un patrimonio cultural de excepción? Por ejemplo, en su arquitectura. En la esquina de enfrente, la sudeste, existe un edificio de rentas, de estilo academicista francés, construido en la década de 1930, que remata en una cúpula, que también es una vivienda familiar, con forma de tambor, de tres niveles.

Pero, como si no fuera suficiente, en el mismo inquilinato, y en simultáneo, vivió el compositor de tango y director de orquesta, Francisco Canaro. Es decir que Duchamp y Pirincho fueron vecinos. Sin más.

Cuando Jorge Luis Borges escribió su cuento El Aleph no pudo ubicar esa esfera que lo contenía todo —como ocurre en nuestra amada Buenos Aires— en otra calle que no fuera la Avenida Garay, un homenaje al tozudo vasco que bajó desde Asunción para concretar esta ciudad de ensueño.

En diagonal al inquilinato de Duchamp y Canaro, en Alsina 1762, se encuentra la sede de la Asociación Argentina de Actores que ocupa el edificio que fuera el Palacio Dassen. Claro Cornelio Dassen fue un ingeniero y matemático porteño nacido en 1873. El palacio se lo encargó al arquitecto Alejandro Christophersen en 1914 y remata con un faro urbano. La lista de obras de Christophersen en la ciudad es interminable. Solo mencionaré la más emblemática y la cafetera: el Palacio Anchorena —actual Palacio San Martín, sede de la cancillería— y la fachada del Gran Café Tortoni sobre la Avenida de Mayo.

Otro edificio cargado de historia de la cuadra, a pasos de la avenida Entre Ríos, en Alsina 1786, es la sede central de la Unión Cívica Radical. Está claro que estas dos instituciones, actores y radicales, proveen a diario de figuras públicas a las mesas del Café Bar Alsina. Nombrarlas sería inabordable. Mejor digamos que todos y todas pasaron por la esquina de Ramón.

“¿Dónde estará mi arrabal? ¿Quién se robó mi niñez? ¿En qué rincón, luna mía, volcas como entonces tu clara alegría?” escribió Cátulo Castillo para ponerle letra a la melodía del maestro Piana en Tinta Roja. Amo encontrar estas coincidencias entre cafés, poesía e historia. Porque este rincón de Buenos Aires, el Café Bar Alsina, hace rato que le han robado la niñez y a la alegría pareciera que se la han llevado a otro lado. Ramón Pinto abre de lunes a viernes de 7 a 16. A esa hora le pone llave a la puerta y cierra mientras terminan de consumir los últimos clientes. Dice que la zona se convierte en “tierra de nadie”. La esquina está a 100 metros de la Plaza del Congreso como de la avenida Entre Ríos. Y a dos cuadras del Congreso Nacional. “No es suficiente para estar seguro”, me confirma Ramón.

Tinta roja es una apología a la nostalgia. ¿Todos los tangos son nostálgicos? No todos. Y pocos describen la melancolía como ese. “Tu emoción de ladrillo feliz sobre mi callejón, con un borrón, pintó la esquina…” y no va que Ramón “pintó” su esquina de rojo. Es una pena que Duchamp, en su estadía en Buenos Aires, no se haya cruzado con los más grandes poetas del tango. En una de sus conocidas cartas le escribió a un amigo “Buenos Aires no existe. No es más que una gran población provinciana con gente muy rica sin pizca de gusto que todo lo compra en Europa”. El tango no, Marcel. El tango no se lo compramos a nadie. Es todo nuestro.

¿Y cómo es que fue vecino de Pirincho Canaro y no reconoció este arte genuino? Será porque el primer tango canción, Mi noche triste —sí, reconozco que no es la manera más feliz de estrenar un género— fue escrito en 1917, año que lo ocupaba a Duchamp en otros menesteres artísticos. Y que las más ilustradas líricas se crearon con posterioridad a su paso por esta ciudad “inexistente”. Por suerte siempre tenemos a mano a Borges que juzgó a Buenos Aires “tan eterna como el agua y el aire”.

Fuente: telam

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