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04/04/2025

“Una novela notable de una escritora notable”: Martín Kohan prologa una reedición de Marta Lynch

Fuente: telam

Infobae Cultura publica el texto que introduce la novela “Alfombra Roja” (1962), en donde destaca cómo la autora “registra a la perfección de qué forma el poder se aceita en el goce del sometimiento”

>Publicada originalmente en 1962, La alfombra roja marcó el debut literario de Marta Lynch, una de las figuras clave de la renovación narrativa en la Argentina de los años sesenta. A través de un estilo realista y polifónico, la novela relata el vertiginoso ascenso de Aníbal Rey, un político surgido de la pobreza provincial que llega a ocupar los más altos cargos del poder. Para construir este retrato, Lynch se inspiró abiertamente en la figura del entonces presidente Arturo Frondizi (1958-1962), incluyendo una multiplicidad de voces —desde operadores políticos y amantes hasta colegas de la vieja guardia— que reconstruyen la figura de “el doctor”.

Este es el prólogo de esta edición, firmado por Martín Kohan:

El poder de observación de Marta Lynch era fabuloso (sabía siempre en qué fijarse y sabía siempre qué es lo que había que colegir de eso en lo que se fijaba), y en su literatura esa virtud llega a ser un factor decisivo. Pero sus narraciones no son lineales, no se limitan a un solo punto de vista, y su escritura nunca se aplana, no sucumbe a transparencias. De manera que esas novelas en las que Marta Lynch aborda el tema del poder político para tratar de entender cómo funciona, exponen el asunto con una complejidad admirable: Lynch entiende, pero no por eso explica. Eso que entiende, no lo explica. Más bien lo expone ante los lectores desde su mismo tratar de entender.

La alfombra roja fue su primera novela (pero no parece una primera novela: tiene la solidez y la madurez de los textos más avanzados). Se publicó en 1962. En su captación de la manera en que la política traspasa a las vidas, remite a La señora Ordóñez (de 1967); en su captación de la manera en que ciertas vidas se entregan a la política, remite a La penúltima versión de la Colorada Villanueva (de 1978). Pero en el hecho de centrarse en la figura concreta del hombre fuerte del poder político, remite a Informe bajo llave (de 1983). Claro que en Informe bajo llave ese hombre fuerte, de una forma apenas cifrada, no es sino el almirante Massera, terrorista de Estado. En La alfombra roja, por su parte, de una forma apenas cifrada, ese hombre fuerte es el doctor Arturo Frondizi, presidente democrático. Lynch aborda el recorrido de su ascenso, de su victoria, de su fulguración en el poder (la historia de su caída, narrada ya sin proximidades de entorno, aparecerá en Al vencedor, de 1965).

Frondizi fue un presidente particular, porque apeló, desde un comienzo, al acompañamiento cercano de un grupo de notables intelectuales que, sin embargo, decepcionados, no tardarían en apartarse de su proyecto. Uno de ellos, David Viñas, lo contaría en Dar la cara, novela de 1962 (el mismo año de La alfombra roja). Pero no fue sólo por eso que Marta Lynch, sin ser parte en sentido estricto de ese grupo de intelectuales-asesores-ideólogos, rondó no obstante la esfera de poder de Arturo Frondizi; porque años después se las iba a componer para integrar nada menos que la comitiva que accedió al avión del retorno de Perón a la Argentina (aunque la frustró no haber accedido a hablar directamente con él), y luego tuvo acceso, en plena dictadura militar, al trato cercano (e incluso muy cercano) con Eduardo Emilio Massera, y en la etapa final de su vida lo hizo todo para sumarse al entorno cultural del alfonsinismo (aunque se topó, para su contrariedad, con fuertes recelos).

Y es que el poder político la fascinaba, en efecto. Pero eso que la fascinaba a ella se vuele a su vez fascinante, para sus lectores, en el prodigio de la transposición literaria que lograba una y otra vez. Las páginas que en La señora Ordóñez dedica a la observación de Evita, por ejemplo, son extraordinarias (“Nada hay de maternal en esta mujer enjoyada de mirada dura y piel luminosa que aguarda el saludo de las otras con expresiva deferencia. Todo es raro en ella, hasta la forma fría con que imita la distinción de la que le han hablado y su sonrisa estereotipada”). Y son extraordinarias (además de perturbadoras, además de estremecedoras) las páginas en las que, en Informe bajo llave, dedica a la visión de intimidad de esa suma personal del horror en estado puro que era el almirante Massera, la atracción que eso mismo puede ejercer sobre la narradora (“tomar contacto con una zona oscura del poder y de la jerarquía”), el hecho de que ese agente del miedo absoluto llegue a sentir miedo a su vez (“En tendámonos: un hombre –grande, poderoso- siente miedo”) ante el poder de seducción de una mujer que le gusta más que lo que él quisiera.

Admirablemente, todo esto se encuentra ya en La alfombra roja, la novela inicial. Lynch define por lo pronto el lugar de esa mirada que va a dirigirse al poder (“Siempre fue un espectáculo verlo vivir”); elucubra con total lucidez cómo es que el poder político se aprende, cómo es su iniciación casi ritual y cómo se progresa en su escala: perderle el miedo a la multitud, elevarse por sobre la multitud, manipular a la multitud desde un balcón hablando hacia la plaza. Lynch registra a la perfección de qué forma ese poder se aceita en el goce del sometimiento, bajo el deseo perentorio de la entrega total de los demás (¿entrega a la causa? Más bien al hombre que de hecho la encarna). Así es el hombre de poder: cree que “la gente estaba puesta sobre el mundo para servirlo”. Pero resulta difícil, y en parte por eso mismo, resistirse a la fascinación que ejerce.

Como sexo y política se cruzan (y en verdad: porque Marta Lynch acierta a cruzarlos en la trama de sus ficciones), el hombre del poder político se ve una y otra vez en la necesidad de lidiar con ese otro poder, el de la seducción, el del erotismo. Con ese otro poder tiene que lidiar en La alfombra roja, y lidia malamente: Rey sabe que tiene que precaverse de las mujeres y se esmera en que le resulten indiferentes, pero eso implica ni más ni menos que privarse de lo que en verdad le apetece. Y cuando cede al placer sexual, en cierta circunstancia, la ira que siente por el hecho en sí de haber cedido, arruina ese mismo placer, y a él lo vuelve un infeliz, lo revela como un impedido. Un poderoso, sí; y un impedido.

Fuente: telam

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