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31/03/2025

Circo de Moscú: apogeo de un arte y radiografía de la caída de la URSS en un muy buen documental

Fuente: telam

Con documentos y testimonios únicos, la directora Saula Benavente reconstruye en “Una vez, un circo” la primera gira del celebrado circo ruso a la Argentina, en 1966. La película se verá esta semana en el BAFICI

>Una pista de arena o tierra, caballos incansables y jinetes diestros. Trapecistas, acróbatas, payasos, contorsionistas, malabaristas. Color y fantasía; asombro y risas. El circo, tal como lo conocemos, no nació en Rusia pero nadie duda de que encontró allí su mayor esplendor porque si existe una cultura en la que el circo -además de diversión popular- es un arte equiparable al ballet o la ópera, esa es la cultura rusa.

Desde entonces, el circo ruso no dejó de evolucionar y, en paralelo, de generar entusiasmo en la población. Los líderes de la revolución de 1917 no ignoraban el alcance de esa pasión que iba más allá de razas, lenguas, cuestiones generacionales o de clase. Fue por eso que una vez a cargo del poder decidieron apoyar el circo a la par del ballet y ya en 1927 comenzaron a crearse escuelas de circo en Moscú, primero, y luego en otras grandes ciudades. A partir de la década del 50 y durante toda la Guerra Fría, la calidad del circo ruso cruzó las fronteras de la Unión Soviética y sus giras por Europa y América, adonde llegaban con elencos y programas diferentes, se convirtieron en una fascinante herramienta de soft power. En el momento de mayor trascendencia del género, llegaron a coexistir unas 50 compañías de circos itinerantes y decenas de edificios, en diferentes ciudades de la URSS, dedicados al arte circense.

Como gran símbolo, el circo fue por décadas escenario del despliegue del talento ruso, la diversión popular y la exportación de cultura pero fue también un espacio de corrupción estructural durante la era comunista. Así, entre las miradas posibles sobre el fenómeno, puede leerse la historia del circo ruso en el siglo XX como una suerte de radiografía del esplendor, la decadencia y la caída de la URSS, desde la revolución bolchevique hasta la Perestroika y el colapso soviético.

Mucho de esto puede apreciarse en el muy buen documental Una vez, un circo, de la productora, guionista y directora Saula Benavente (El cajón, Karakol, Baldío), que se estrena en estos días y que reconstruye, a partir de muy buenas imágenes de archivo y entrevistas a testigos y protagonistas, los años esplendorosos de la gran atracción soviética. El punto de partida es la primera gira del Circo de Moscú a la Argentina, en 1966. En total, 400 mil espectadores vieron el show durante esa visita que selló el romance entre el circo ruso y el público local.

Saula Benavente tuvo acceso privilegiado a los materiales porque su padre, el reconocido escenógrafo argentino Saulo Benavente (1916-1982), fue el responsable de la llegada del Circo de Moscú al país.

“A mediados de los años ‘60 mi padre Saulo Benavente, como presidente del Instituto Internacional de Teatro (ITI), viajó a la Unión Soviética y se mandó la parte diciendo que venía de una familia circense. -Ah, si? Entonces lleve nuestro circo a la Argentina, lo desafiaron. No le quedó otra que erguirse como productor y organizar el primer desembarco de ese espectáculo enorme al continente latinoamericano. Era el año 1966 y el comienzo de un intercambio cultural que duró varias décadas, esquivando las complicaciones en los tiempos de la llamada Guerra Fría”, explicó la directora del documental. Según se cuenta en la película, quien desafió a Benavente a producir el espectáculo fue Ekaterina Furtseva, un personaje clave de la nomenklatura soviética y poderosa ministra de Cultura entre 1960 y 1974, año de su muerte.

La productora de Benavente (El Borde) está además integrada por Aunque todo fue más costoso que lo previsto en términos de producción, el proyecto se concretó y la película está a punto de estrenarse. En el documental, que es muy entretenido y cruza la historia con la política y el arte, hay muchos testimonios sobre el esfuerzo y la disciplina que demanda un trabajo como el del artista de circo, el entusiasmo que los elencos tenían por viajar y conocer países capitalistas (“Nuestro país era bastante gris”), relatos sobre los agentes de la KGB que eran infiltrados en las troupes (solían trabajar como asistentes) para controlar a los integrantes de los equipos, reflexiones sobre el sacrificio que demanda la vida del circo y otras muy interesantes como la del uso de animales amaestrados, una práctica tan común en ese tiempo y que hace rato que para la mayoría de las personas es una postal arcaica del maltrato y abuso hacia otras especies.

Algunas perlas del documental de Benavente:

2) La historia de la pareja de artistas que desertó mientras se presentaban en Argentina. Para el documental entrevistaron a Lina Nicolskaya, quien en junio de 1986, junto con su marido, llamaron a la embajada de Estados Unidos para comunicar su voluntad de abandonar la Unión Soviética. Lina vive actualmente en Miami. “Queríamos libertad. Dejamos todo, casa, auto. Nadie ahí veía a una persona como una persona, todo era falso. Sabíamos que era el primero y último viaje porque diez años antes de desertar empezamos a planificarlo”, dice durante la entrevista. Lo hicieron el día libre de funciones: llamaron a la embajada norteamericana y fueron a buscarlos. Los artistas estaban alojados en el hotel Liberty de la calle Corrientes. Una noche los subieron a un vuelo comercial rumbo a Estados Unidos y desde entonces pasaron a ser vistos como traidores entre aquellos con quienes habían trabajado durante tanto tiempo.

4) Oleg Popov, a quien llamaban el clown del sol. Popov fue durante años el modelo de payaso de los soviéticos: chaplinesco, poético, con una rutina tragicómica, su vestuario y su maquillaje no asustan ni dan pena; no hay en su forma de expresarse ningún rastro de vulgaridad. Su número más conocido es justamente el del rayo de sol: Popov, solito en la pista, camina con una canasta en su brazo. Un foco lo ilumina como en un día de campo y él se mueve en función de esa luz, se recuesta, se sienta, se levanta y da unos pasos mientras busca la luz, la guarda en la canasta, se la lleva con él o la regala a los espectadores. Cada uno de sus gestos y la potencia de su mirada son de una belleza conmovedora.

Una vez, un circo es una película de 82 minutos en los que se suceden la nostalgia por el pasado y las reflexiones del presente sobre un tiempo idealizado pero también oscuro. Un documental que incluye sorpresas, mucha melancolía y también críticas, algunas más despiadadas que otras, a un sistema que encendió en la humanidad ilusiones de un mundo nuevo pero terminó aplastado por sus propias contradicciones y su obstinada pelea contra la libertad individual.

Fuente: telam

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