29/03/2025
La dictadura las desapareció e hizo figurar “abandono del trabajo” en sus legajos: ahora les dan la matrícula 30.000 como homenaje

Fuente: telam
Se trata de un reconocimiento simbólico y también legal a trabajadoras sociales secuestradas entre 1976 y 1978
>Horacio Amaya estaba en su casa de Caseros. La misma en la que convivía con sus padres y su hermana menor, Alicia. La mayor, María Beatriz, ya se había casado. Eran cerca de las dos de la tarde, la abuela de Horacio y Alicia estaba con ellos dos, y sus padres dormían la siesta en otra parte de la casa. Era 3 de junio de 1978, acababa de empezar el Mundial en el que Argentina era sede y en el que obtendría su primera Copa. Horacio cree que el grupo de tareas que entró a la casa familiar y secuestró a su hermana pertenecía al Ejército.
“Entraron, nos retuvieron, revolvieron su habitación, se llevaron los efectos personales de mi hermana y, claro, a Alicia. Uno de los oficiales me levantó de los pelos y me increpó, me dijo que me abstuviera de hacer cualquier presentación para dar con el paradero de mi hermana. No me respondieron ni a dónde se la llevaban ni cómo podía comunicarme con ella. Nunca más la vimos”, le cuenta Horacio Amaya a Infobae. Este sábado va a ir al Colegio de Trabajadores Sociales de San Isidro para recibir la Matrícula Nº 30.000 que esa entidad le va a otorgar legalmente a Alicia, como homenaje y también como reparación histórica.
Al momento de su secuestro, Alicia Amaya estudiaba en la Escuela de Servicio Social que funcionaba en la Facultad de Derecho de la UBA. Hacía sus prácticas profesionales en Boulogne, en la villa Santa Rita, y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). “Siempre estaba pendiente de cómo estaban todos a su alrededor, sobre todo sus amigas. Creo que algo de eso tuvo que ver con su vocación”, cuenta Horacio, que cada 24 de marzo marcha a la Plaza de Mayo con su esposa, sus hijos y algunos de sus nietos.
Antes de reconocer a Alicia, el Colegio ya otorgó la Matrícula Nº 30.000 -en alusión al número de desaparecidos denunciados por distintas organizaciones de Derechos Humanos- a Evangelina Gallegos y a Teresita Scianca. Gallegos ya estaba recibida cuando fue secuestrada, en junio de 1977, en un operativo ilegal en la calle. Tenía 42 años y trabajaba como asistente social de la Dirección Nacional del Menor y la Familia. Fue “chupada” al salir del Instituto Pellegrini de Pilar, uno de sus lugares de trabajo. También se desempeñaba en la villa 31, en un consultorio jurídico que prestaba asistencia gratuita, y había sido profesora en la carrera de Trabajo Social de la UBA.Como Alicia Amaya, Scianca también era estudiante al momento de su secuestro y desaparición, así como militante de la Juventud Peronista. Se formaba en un instituto que dependía de la Universidad Católica Argentina, hacía sus prácticas profesionales y su militancia la llevó a recorrer barrios populares de San Isidro y San Fernando. Trabajaba en el Banco Nación, fue secuestrada en la zona de Virreyes y, un mes después, fue asesinada en la calle, en un hecho que, como tantas otras veces, la dictadura quiso hacer pasar por “un enfrentamiento”. Tenía 22 años.El lunes pasado, José Villalonga es artista visual y escritor. Vive en Bariloche y empezó a encontrarse con la verdadera historia de lo que había pasado con su tía “Chocha” cuando dos de sus fotos fueron elegidas para ser expuestas en el Centro Cultural “Haroldo Conti”, que funcionaba en el predio de la ex-ESMA. “Ahí me dijeron que podían consultarse los archivos con la información existente sobre los desaparecidos y busqué el de mi tía, que era prima hermana de mi papá”, le cuenta José a Infobae.“Chocha” es Evangelina Gallegos, de cuya desaparición se habló poco y nada en su familia. Pero, después de dar con la (poca) información disponible sobre su familiar, José empezó a tirar de la punta de ese ovillo. Hace unos meses, fue él quien viajó al acto organizado por el Colegio profesional de San Isidro para recibir la matrícula otorgada a Gallegos. De ella, según pudo reconstruir, se sabe que pasó por la ESMA y una de las principales hipótesis sobre su destino es que fue asesinada en uno de los llamados “vuelos de la muerte”.“Para mí fue muy movilizante que me convocaran a ese reconocimiento. Sin quererlo, yo había empezado a reconstruir esta historia a partir de esas fotos que envié, a través del arte, que es mi trabajo y mi pasión, así que fue como un círculo que empezaba a cerrarse, también después de mucho silencio”, describe José.La idea de reconocer a las trabajadoras surgió a fines de 2023, ante la celebración venidera del día que reconoce a los profesionales que se especializan en el Trabajo Social. Como se festeja el 10 de diciembre, el mismo día en que se conmemora la recuperación de la democracia y también el Día Internacional por los Derechos Humanos, las profesionales del Distrito San Isidro del Colegio Profesional de Trabajadores Sociales de la Provincia pensaron en las colegas desaparecidas, que no habían podido matricularse porque aún no existía una ley profesional ni un Colegio que los agrupara.
“Así surgió la propuesta de otorgarles la matrícula profesional, asignándoles exclusivamente el Nº 30.000, a ser entregada a sus familiares en un acto público en el distrito que corresponda”, describen desde el Colegio Profesional de Trabajadores Sociales de San Isidro, presidido por Susana Resio y en el que funciona una comisión de cinco personas que empuja el otorgamiento de estas matrículas. La iniciativa fue pensada en San Isidro y “exportada” a toda la Provincia, y no sólo tiene que ver con que en el momento en el que esas trabajadoras fueron secuestradas aún no había matriculación, sino con que la dictadura las hizo figurar como personas que habían abandonado su lugar de trabajo.“La desaparición de un familiar es una cruz que se lleva permanentemente. En mi caso y en el de mi familia diría que es algo que no se supera, pero a la vez, yo encuentro a mi hermana en la práctica de reivindicar los ideales que ella y su grupo de compañeros tenía. Creo que hacer desaparecer gente tuvo que ver con borrar esos ideales y esas convicciones de esa generación, a la que yo también pertenezco”, describe Horacio, tres años mayor que su hermana Alicia.
El nombre de esa hermana está entre los miles que pueden leerse en el Parque de la Memoria, en la Costanera Norte de la Ciudad. Está también en una de las baldosas que homenajea a los desaparecidos, frente al colegio en el que cursó el secundario: otros ocho estudiantes del Instituto Nuestra Señora de la Merced de Caseros fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura.
Fuente: telam
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