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18/03/2025

Joy F. Brown, la cantante de jazz que descubrió su voz a los 40, debuta en Buenos Aires

Fuente: telam

Trabajaba en el sector corporativo y, según confiesa, se subió a un escenario por “pura casualidad”. Hoy es una las mejores voces del mundo. Se presenta en Bebop Club con un grupo de músicos argentinos, este miércoles y jueves en doble función

>Joy Brown, reconocida cantante de la escena del jazz neoyorquino, hará su debut en Buenos Aires con cuatro conciertos en Bebop Club, este miércoles 19 y jueves 20 a las 20 y 22.30 hs. acompañada por un sexteto de músicos argentinos, entre ellos Mariano y Sebastián Loiacono, Ramiro Penovi, Santiago Lamisovski y Bruno Varela

—Creciste en un hogar donde la música secular estaba restringida. ¿Cómo fue ese primer encuentro con el jazz y qué sentiste al descubrirlo?

Mi primera exposición al jazz fue a través de una emisora de radio local llamada WBAI, que aún existe. Había un activista que tenía un programa de entrevistas, Carl Lewis, quien en realidad era actor y apareció en la serie The Munsters en los años 60 y 70, un programa muy popular en Estados Unidos. Ese día en particular, creo que era el cumpleaños de Nina Simone, y él puso una canción en su honor llamada “Images”. Era una canción a capella, solo la voz de Nina. Era muy inquietante y a la vez hermosa, me atrapó por completo. Si nunca escuchaste “Images”, cuenta la historia de una joven en un entorno urbano que no tiene las mismas oportunidades que hubiera tenido en su tierra natal, en la madre patria. Me pareció preciosa, me conmovió.

Después de escuchar esa voz, quise saber más sobre Nina Simone. Fui a una librería Barnes & Noble y compré un set de CDs, una antología con sus canciones. La siguiente canción que me cautivó fue “I Loves You Porgy”. La escuché en repetición al menos mil veces, una y otra vez. En ese momento tenía veintitantos años, casi treinta. Me ponía los auriculares para que mis padres no supieran qué estaba escuchando. Su manera de interpretar la canción y de abrazar la música me conmovió profundamente. Ya había visto Porgy and Bess, pero ella hizo algo completamente distinto con esa canción.

Fue entonces cuando dije: “Necesito escuchar más de esto que llaman jazz”. El siguiente álbum que compré, y que sigue siendo uno de mis favoritos, fue Black, Brown and Beige de Duke Ellington, un disco en el que honra la lucha del hombre y la mujer afroamericanos en América del Norte. Lo hizo junto a Mahalia Jackson. Como en casa la venerábamos —cualquiera que conozca el góspel sabe que ella es la reina del género—, pensé que con ese álbum podría salirme con la mía y escucharlo sin problemas.

A partir de ahí, empecé a comprar más discos y a escucharlos a escondidas. No fue hasta años después que comencé a escuchar jazz con más dedicación. Tenía quizás tres álbumes de jazz que escuchaba en secreto. Perdí a mi padre cuando tenía 27 años y a mi madre poco antes de cumplir 30. Creo que fue alrededor de los 35 cuando realmente me sumergí en el jazz. Así fue mi exposición al género: Nina Simone me abrió la puerta. Había algo en la forma en que abrazaba la música con su voz que me resultaba absolutamente hermoso.

—Tu carrera comenzó casi por casualidad en 2015. ¿Cuándo sentiste que realmente pertenecías a la escena del jazz en Nueva York?

—No fue casi por casualidad, fue completamente por casualidad. No sé si puedo responder esa pregunta. No sé si hubo un momento. Hasta el día de hoy, todavía no sé si pertenezco a la escena del jazz en Nueva York. Siempre le digo a la gente que renuncio a la música al menos tres veces al día.

Cualquier músico sabe que esto no es fácil, especialmente en Nueva York, donde estamos saturados de grandes músicos. Siempre les digo a los jóvenes, especialmente en el jazz, que tienen que estar enamorados de este arte, porque no recibimos los aplausos que recibe Beyoncé. No tenemos conciertos multimillonarios ni todo ese reconocimiento. Es la música lo que nos sostiene.

Muchas veces pensé en dejarlo todo y volver al sector corporativo. Pero en esos días difíciles, iba a Smalls o Mezzrow, en el Village. Que en paz descanse Roy Hargrove... Había noches en las que simplemente me sentaba en un rincón, cerraba los ojos y escuchaba una jam session. O escuchaba a músicos increíbles después de sus conciertos. Y en esos momentos me decía a mí misma: “No puedo dejar esto. Esto es mi vida”.

Nunca había sentido ese tipo de placer, esa belleza, ese sentido de pertenencia. Esa palabra me gusta. Sentí que tenía un lugar en el mundo cuando estaba rodeada de grandes músicos y de música increíble. Así que creo que todos los músicos lidian con esto en algún momento. Se preguntan: “¿Realmente pertenezco aquí?”. Yo todavía lucho con eso. Pero lo que no cuestiono es la música. Sé que la música es mi vida. No sé si podría existir sin ella. Es el aire que respiro, la vida que vivo, la sangre que corre por mis venas.

—Barry Harris fue una figura clave en tu formación. ¿Qué lecciones de él llevas siempre contigo al escenario?

Había cosas que decía con una naturalidad absoluta. Recuerdo que estudié música en la universidad. De hecho, fue mi especialización cuando volví a estudiar. Y había ciertos conceptos que simplemente no lograba entender. Cuando mis profesores me los explicaban, no tenían sentido para mí. Uno de ellos era el de los tritonos, el “diablo en la música”, como lo llaman desde una perspectiva clásica.

Recuerdo estar en un taller de Barry, que duraba seis horas. No sé cómo hacía para sostenerlo. Pero incluso bien entrado en sus 90, o en sus 80 cuando lo conocí, se sentaba durante seis horas seguidas, quizás se levantaba una vez para ir al baño, y enseñaba. Y recuerdo cuando explicó los tritonos, lo hizo de una manera tan simple. Después de la clase, que creo que era de seis de la tarde a medianoche, porque había dos horas de piano, dos horas de voz y dos horas de improvisación instrumental, me fui caminando a mi departamento hablándome a mí misma, porque no podía creer que algo con lo que había luchado durante años ahora tenía sentido en menos de un minuto.

—Tu voz ha sido comparada con la de grandes cantantes como Dinah Washington. ¿Cuáles son las influencias que más han moldeado tu estilo?

Y seguía escuchando: “Oh, suenas como Dinah Washington...”. Y yo pensaba: “OK”, porque no crecí escuchándola. Ahora, aquí viene lo curioso, y es increíble cómo la vida te conecta con ciertas cosas en determinados momentos. Crecí escuchando a una de mis cantantes favoritas, una mujer llamada Gloria Griffin. Muy pocas personas saben quién es. Cantaba con un grupo de gospel muy famoso, creo que de los años 40, 50 y 60, llamado los Roberta Martin Singers. Eran de Chicago.

Adoraba la voz de Gloria Griffin. Lo que más me gustaba de ella era su capacidad de alternar entre lo áspero y lo suave. Podía sonar tan ruda como la lana de acero o el papel de lija, pero también tan delicada como la seda. Me encantaba cómo jugaba con la dinámica de su voz.

Otra gran influencia fue una joven Aretha Franklin. Ella fue otro pilar en mi formación. Me encantaba escucharla. Había muchas otras voces increíbles, aunque tal vez no tan conocidas. Por ejemplo, el grupo The Davis Sisters, de Filadelfia, Pensilvania. Eran hermanas biológicas y su cantante principal, Ruth Davis, tenía una voz impresionante. También jugaba mucho con las dinámicas, y eso siempre me atrajo.

La conexión con Dinah Washington es interesante. Ella era hija de un predicador, una evangelista. Creció en la iglesia en Chicago. Así que muchas de las personas que yo escuchaba de niña eran amigas de Dinah, cantaban con ella y la conocían muy bien. Así que cuando empecé a escuchar que me comparaban con ella, todo empezó a tener sentido. Porque yo no había estado expuesta a su música hasta que tenía, diría, finales de mis 20 o principios de mis 30. Pero sus contemporáneos en el mundo del gospel fueron los mismos que yo escuché mientras crecía.

—El jazz tiene una fuerte tradición de improvisación y comunidad. ¿Cómo ha influido en tu crecimiento como artista el formar parte de las legendarias jam sessions de Nueva York?

Creo que la jam session es una experiencia muy íntima, porque no es un show. No estás haciendo un set de 45 a 70 minutos, tomando un respiro y volviendo al escenario. Hay un nivel de comunión allí. Hablas, intercambias historias, das consejos, recibes consejos. Y a veces ni siquiera se trata de la música. A veces hablas de tu familia, de cómo creciste.

—Este es tu debut en Argentina. ¿Cuáles son tus expectativas para estos conciertos y qué encontraste en los músicos con los que vas a tocar?

En cuanto a mis expectativas, estoy estudiando español, aunque aún no lo hablo con fluidez. Pero mis expectativas no son diferentes de las que tengo cuando me subo al escenario en Nueva York, en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo. Cuando me paro frente al público, siento que mi misión es conectar. Si no logro esa conexión, entonces no hice bien mi trabajo.

Por eso es tan importante canalizar la esencia de la música. Porque si uno es un verdadero canal, la música hará lo que tiene que hacer. Y eso trasciende cualquier barrera del idioma. Esa es mi única expectativa: conectar con cada persona que esté ahí, sin importar cuál sea la razón por la que vino.

Fuente: telam

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