17/03/2025
Retrato camaleónico de Bob Dylan

Fuente: telam
Un sin fin de libros y películas han intentado, con menor o mayor éxito, retratar la vida del gran músico estadounidense. Sin embargo, todavía resulta imposible definirlo
>En el libro Oh No! Not Another Bob Dylan Book, los periodistas británicos John Bauldie y Patrick Humphries rastrean la fascinación que suscita el Premio Nobel entre sus legiones de seguidores. Era 1991 y, por supuesto, en Norteamérica el libro se publicó con otro título: Absolutely Bob Dylan.
La pregunta resulta aburrida y tediosa. No sabemos quién era Bob Dylan. Sin embargo, en sus primeros años, sí sabemos quién quería ser: Woody Guthrie.
New York, New YorkEnero de 1961. Dylan abre la puerta trasera de un sedán negro en una calle incierta de Nueva York. Sólo persigue una cosa: la sombra de Woody Guthrie. Después de escuchar sus vinilos grabados por la discográfica Folkways y de la lectura de su autobiografía Bound for Glory, Dylan llega a la gran ciudad enamorado de las aventuras de Guthrie.En Nueva York le esperaba lo incierto.
La bohemia: Greenwich VillageAl cabo de unos meses, Dylan ya compartía vino y acordes con las jóvenes promesas del folk en ciernes: Phil Ochs, Tom Paxton, Hal Waters, Paul Stookey, Mark Spoelstra, Paul Clayton, Dave Van Ronk, Joan Baez y un largo etcétera.
En el entorno del Village todo ocurría demasiado deprisa, pero Dylan caminaba diez metros por delante. Como recuerda Spoelstra: “No necesitabas coger el autobús cuando ibas caminando con Dylan. Ibas con él y adelantabas al autobús por la ciudad”.Algunos biógrafos achacan este nerviosismo a su premura por encontrar un trabajo estable como músico. Los conocidos de la época coinciden en un detalle: una incontinencia en su pierna derecha; taladraba el suelo como si esperara algo. ¿Esperaba algo, Dylan? ¿El cambio, aquel que prometía en “The Times They are a-Changing” en sol mayor, un acorde tan querido en la música tradicional americana por su versatilidad y acomodo vocal?Contra el purismo
Para la lógica de estudiosos, periodistas y críticos del folk, Dylan se emparejaba con lo más “bajo” del “bajo folk”: no respetaba las normas de interpretación de las grabaciones canónicas, retorcía el lenguaje y sustituía letras, dejes y acordes a su antojo cuando subía a las tablas de los locales ocasionales –el Gerde’s Folk City, el Gaslight Cafe o el Cafe Wha?–. Lo hacía desde una performance algo bipolar: a medio camino entre Chaplin o Buster Keaton y el melodrama congénito del joven itinerante, sin casa ni familia.
Gracias al entusiasmo del periodista Robert Shelton, Dylan firmaría con Columbia tras una crítica muy positiva en The New York Times: “Un destacado estilista de la canción folk”.Después de un discreto primer álbum llegaron el éxito de “Blowing in the Wind”, la maquinaria de Columbia y los recitales universitarios de Peter, Paul and Mary promocionando el álbum The Freewheelin’. Dylan ya era famoso.El cambio inesperado parecía una constante en el devenir creativo de Dylan. Primero, alejándose de la canción protesta trazada hábilmente en The Times They are a-Changing en 1964 y en parte también en The Freewheelin’ Bob Dylan un año antes. Y después aferrándose a las imágenes imposibles de Another Side of Bob Dylan. Quizá en este disco se pudiera intuir con mayor eco su naciente amistad con Allen Ginsberg y Peter Orlovsky, estandartes de la poesía beat.
Acercándose al formato de banda eléctrica, Dylan conseguiría acomodar la subversión grotesca y urbana de un imaginario folk (en canciones como “Maggie’s Farm”, “Tombstone Blues”, “Queen Jane Approximately” y un largo etcétera) con la salvaje irreverencia de la guitarra eléctrica, primero con Mike Bloomfield, más tarde con Robbie Robertson y The Band. Su bautizo sería en el Festival de Newport de 1965.
El estrepitoso concierto eléctrico de Newport en 1965 se ha comparado con el estreno de la Consagración de la Primavera, obra de ballet y concierto orquestal escrita en 1913 por Igor Stravinski. Como en Newport, el público desconcertado había abucheado a la obra de Stravinski por su audaz, agresivo y brutal modernismo. El recibimiento al nuevo sonido de Dylan fue parecido.
Como ruptura y trauma, se habla sobre la “transición eléctrica” de Dylan, pero esta transición como tal nunca ocurrió. Dylan nunca había dejado de considerarse un roquero. Desde pequeño, escuchaba de madrugada al disc-jockey Gatemouth Moore entre las sábanas, atento a que el volumen de la radio no despertara a sus padres. Buddy Holly, Bobby Darin, Little Richard, Elvis Presley y Bill Halley se entremezclaban con los acordes añejos de Odetta y Hank Williams en las ondas.
La mayor aportación de Dylan es su figura como audaz catalizador. El material artístico y popular no pertenece a nadie y esto lo saben muy bien los estudiosos del folk en todas sus facetas.Ni siquiera el caleidoscopio cubista que nos regaló el director Todd Haynes en la película I’m Not There escapa a las sombrías esquinas del yo. ¿Quién era Dylan? Un irremediable apasionado de la música tradicional, un astuto agente del entusiasmo, un jugador nato: la figura cruel del cambio o la posibilidad de la esperanza. ¿Esperaba algo Dylan? Por supuesto. Todo jugador siempre espera algo.
Fuente: telam
Compartir
Notas Relacionadas
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!