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21/10/2024

¿Siempre habrá guerra? Freud se lo respondió a Einstein

Fuente: telam

Había pasado la Primera Guerra Mundial y se venía la Segunda. Entonces el físico quiso pensar cómo acabar con lo que consideraba una maldición. Y el psicoanalista tenía algo para decir

>Suena ingenuo, hasta suena bobo querer un mundo sin guerras. “Yo también quiero un mundo sin guerras” es algo que se dice como respuesta si alguien te hace un comentario un poco tontorrón. Si el siglo XX tuvo los horrores de la Primera y la Segunda Guerra Mundial —entre otras, ¿no? pero las más grandes—, el XXI no viene mejor. ¿Es que la fuerza —la sangre, el dolor, la mutilación, la muerte— sigue siendo la manera de resolver conflictos?

Y ese título me interpeló. Habían pasado más de 90 años —está fechado 1932-1933— y tenía como dice “rabiosa actualidad”. Penosa actualidad, diría.

El mundo había vivido la Primera Guerra Mundial, su crudeza, su magnitud. Y aunque hacia fines de los años 20 ya se habían empezado a encrespar las aguas de la política —y la economía— internacional, dudo que se pudiera imaginar cuán pronto estallaría una Segunda Guerra y hasta dónde llegaría.

Si la apelación a un físico era una apuesta a la mayor racionalidad imaginable, el llamado al psicoanalista mostraba otro costado: no todo era pensable de manera transparente, no sólo la razón —como ya había sabido Goya que pintó El sueño de la razón produce monstruos— mueve a los seres humanos. Hay impulsos que no controlamos y que nos dominan.

“Admiro mucho su pasión por averiguar la verdad, una pasión que ha llegado a dominar todo lo demás en su forma de pensar”, le escribió Einstein a Freud en 1931. Y un año más tarde, en una carta desde Caputh, cerca de Potsdam, Alemania, le contó que reflexionaba sobre si “existe un medio de liberar a los hombres de la maldición de la guerra. Y confesó: “la orientación habitual de mi pensamiento no me abre ninguna visión sobre las profundidades de la voluntad y del sentimiento humanos”.

La respuesta de Freud es este artículo.

“Al principio quedé asustado bajo la impresión de mi —casi hubiera dicho: ‘de nuestra’— incompetencia”, confiesa Freud. Pero luego se va metiendo en el tema.

Después de la fuerza vienen las armas, que ya son producto del intelecto. El músculo pierde terreno frente al cerebro (y los recursos, esto lo digo yo). Pero, dice, el objetivo es el mismo. Una parte es obligada a abandonar sus pretensiones, ya sea porque el daño es mayor al beneficio o porque es aniquilada: “Tal resultado ofrece la doble ventaja de que el enemigo no puede iniciar de nuevo su oposición y de que el destino sufrido sirve como escarmiento, desanimando a otros que pretendan seguir su ejemplo”.

Sin embargo, el vencedor en algún momento piensa que quizás mejor que matar al otro es sacarle provecho. “Este es el origen del respeto por la vida del enemigo, pero desde ese momento el vencedor hubo de contar con los deseos latentes de venganza que abrigaban los vencidos, de modo que perdió una parte de su propia seguridad”.

A lo largo de la historia, dice Freud, pasó otra cosa: se aceptó que la fuerza fuera dominada por el derecho. ¿Por qué? Él cree que “por el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles”. La unión hace la fuerza, cita. Entonces, “la violencia es vencida por la unión; el poderío de los unidos representa ahora el derecho, en oposición a la fuerza del individuo aislado”.

Pero, claro, esta asociación, primero, tiene que ser estable, tiene que durar. Y, después, los más fuertes dentro de ella tienen que renunciar a la violencia, a su ventaja circunstancial. Esto no se hará sin tensiones: para adentro de una comunidad también se impone la fuerza.

Pero hasta ahí, permitime decir, no se ve a Freud. Es interesante pero lo que estás esperando viene ahora. Cuando dice que va a hablar de su teoría de los instintos. Que, dice, son de dos tipos: los de unión y conservación a los que llama “eróticos” o “sexuales” y los que tienden a destruir y matar, el instinto de agresión. “Uno cualquiera de estos instintos es tan imprescindible como el otro, y de su acción conjunta y antagónica surgen las manifestaciones de la vida”, escribe Freud.

Y por ahí vamos llegando adonde íbamos, a la guerra: “Cuando los hombres son incitados a la guerra habrá en ellos gran número de motivos —nobles o bajos, de aquellos que se suele ocultar y de aquellos que no hay reparo en expresar— que responderán afirmativamente; pero no nos proponemos revelarlos todos aquí. Seguramente se encuentra entre ellos el placer de la agresión y de la destrucción: innumerables crueldades de la Historia y de la vida diaria destacan su existencia y su poderío. La fusión de estas tendencias destructivas con otras eróticas e ideales facilita, naturalmente, su satisfacción”.

O, para decirlo más claramente: “A veces, cuando oímos hablar de los horrores de la Historia, nos parece que las motivaciones ideales sólo sirvieron de pretexto para los afanes destructivos”. Ya se sabe: se declaman grandes y nobles objetivos para apoderarse de algo que se quiere controlar o poseer o para acabar con quienes son un obstáculo. Los ejemplos quedan a tu cargo.

Con todo, cierto instinto de muerte se conserva al interior de nosotros. “El hecho de que este proceso adquiera excesiva magnitud es motivo para preocuparnos; sería directamente nocivo para la salud, mientras que la orientación de dichas energías instintivas hacia la destrucción en el mundo exterior alivia al ser viviente, debe producirle un beneficio”.

La conclusión no es optimista: “De lo que antecede derivamos para nuestros fines inmediatos la conclusión de que serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del hombre”, escribe Sigmund Freud. Dicen que hay lugares felices de la Tierra donde todo abunda y esto no ocurre, cuenta el psicoanalista. Pero mm… no lo cree.

¿Por qué nos indignamos contra la guerra, si es natural? No podemos hacer otra cosa, dice Freud. La cultura nos ha llevado a fortalecer el intelecto e interiorizar las tendencias agresivas. La guerra va contra esto y, dice, “simplemente no la soportamos más”.

Te dejo el resto1. “En principio, los conflictos de intereses entre los hombres son solucionados mediante el recurso de la fuerza. Así sucede en todo el reino animal, del cual el hombre no habría de excluirse, pero en el caso de éste se agregan también conflictos de opiniones que alcanzan hasta las mayores alturas de la abstracción y que parecerían requerir otros recursos para su solución”.

3. “Frente a las crueldades de la Santa Inquisición, opinamos que los motivos ideales han predominado en la consciencia, suministrándoles los destructivos un refuerzo inconsciente”.

4. “Por un lado, algunos de los amos tratarán de eludir las restricciones de vigencia general, es decir, abandonarán el dominio del derecho para volver al dominio de la violencia; por el otro, los oprimidos tenderán constantemente a procurarse mayor poderío y querrán que este fortalecimiento halle eco en el derecho, es decir, que se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos”.

6. “¿Por qué nos indignamos tanto contra la guerra, usted, y yo, y tantos otros? ¿Por qué no la aceptamos como una más entre las muchas dolorosas miserias de la vida?”.

8. “Quiero dirigirme a otra meta: creo que la causa principal por la que nos alzamos contra la guerra es la de que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque por razones orgánicas debemos serlo. Entonces nos resulta fácil fundar nuestra posición sobre argumentos intelectuales”.

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Fuente: telam

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