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28/12/2025

¿Por qué fracasa en otros países la exportación de instituciones exitosas en EEUU?

Fuente: telam

No podemos pretender tener el resultado económico y político de los EE. UU. sin su historia

>Cuando ha aparecido la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 que describe lo que hoy está haciendo o intentando hacer la administración Trump, donde como novedad da a entender que hoy EE. UU. ya no quiere imponer sus instituciones al resto del mundo, conviene preguntarse por qué lo que ha sido exitoso en la potencia, en general ha coleccionado fracaso en tantos países, siendo la excepción más que la regla los casos de Alemania y Japón (un país muy poco liberal en todo caso), más bien atribuible a la Segunda Guerra Mundial y al temor que les generaba la exURSS.

La razón por la cual la sociedad más rica que el mundo ha conocido ha tenido tantos fracasos en la exportación de instituciones que sin duda han dado resultado en su territorio, tiene que ver con la forma como se creó un país más vinculado a una idea que a un territorio determinado, circunstancias no fácilmente repetibles y sobre todo, por el rol muy especial que ha cumplido su Constitución en el desarrollo y consolidación de sus instituciones, ya que ese documento cumple hasta el día de hoy un rol muy especial, al haber sido la verdadera conclusión y consolidación de su independencia, dos elementos sin los cuales es difícil que sus instituciones se enraícen en lugares que no tienen esa misma historia.

Un país que sigue siendo la primera potencia del mundo, aunque China le disputa hoy el cetro, y donde una revisión del sitio World of Statistics invita a la sobriedad, ya que lo que era a fines del siglo XX un primer lugar indudable, hoy, en cambio, existen varios indicadores donde se encuentra más bien entre el lugar cinco y el diez, aunque sin duda, todo indica que se está haciendo un gran esfuerzo para mantener el liderazgo a través del impulso que podría darle la Inteligencia Artificial (IA), tal como lo trajo consigo hace algunas décadas la internet, aunque la IA tiene la potencialidad de aumentar muchas veces lo que hicieran otras revoluciones tecnológicas en el pasado.

¿Qué hay de único y de universal en esa experiencia? El hecho no solo de ser, sino también de sentirse distintos al resto del mundo, la característica de no depender de otros y no necesitarlos hasta fechas recientes, ¿cuánto ha perjudicado y cuánto ha beneficiado a los demás países? Sobre todo, ¿cuánto los ha beneficiado y perjudicado a ellos mismos?

En lo personal, lo más llamativo para mí de esta experiencia son las cosas extraordinarias hechas por gente ordinaria, como el país prosperó y creció no por recibir a los ricos del mundo, sino a sus pobres, y ello sigue siendo verdad, a pesar de las periódicas dudas que surgen a su interior, a veces como reacción a abusos. Una segunda lección es que, a pesar de periodos polarizados, existe una estabilidad básica, que reafirma una idea presente desde su nacimiento, que el progreso nunca se logra prohibiendo el debate, sino, por el contrario, promoviendo la libertad.

Entonces, de dónde surge la razón de ser de esta columna, ¿por qué la exportación de instituciones políticas y económicas tan exitosas ha terminado generalmente en fracasos sonoros, como lo han sido recientemente Irak y Afganistán?

En el caso de Iberoamérica, existe en nosotros una gran culpa, nuestra incapacidad de confiar en nosotros mismos, al no asumir la modernidad desde nuestra propia manera de ser. Lo ha resumido muy bien Octavio Paz al señalar en ese magnífico libro de ensayos titulado El Ogro Filantrópico (México, 1979) que el problema ha residido en nuestro deseo de adoptar sin adaptar, es decir, de buscar el producto final sin pasar por la historia.

¿A quién culpar de una visión de EE. UU. que predomina en el resto del mundo, a pesar de estar llena de imágenes equivocadas? En este caso, a ellos mismos, ya que en el pasado el éxito mundial de películas y series de televisión ha exportado una imagen de cómo es o debiera ser el país generando un escollo muy difícil de vencer para el adecuado conocimiento de esa realidad, a lo que se ha agregado el internet y las redes sociales, que entregan lo que yo llamaría una ilusión del conocimiento, la de quienes, por el hecho de leer 10 líneas sobre un tema en el celular, piensan que conocen de este, y se ponen a sí mismos en el mismo nivel de alguien que se ha dedicado, a veces, toda su vida, a ese estudio, ejemplo de lo cual es quienes creen conocer el sistema legal o judicial estadounidense por las series policiales que ven con frecuencia.

Por ello, en quinto lugar, EE. UU. ha sido parte importantísima de uno de los grandes aportes de Occidente a la historia de la humanidad, el de la autocrítica como elemento de progreso, y en ese sentido, todos los contestatarios estadounidenses reproducen una de las más antiguas tradiciones de una nación inventada también por descontentos y disidentes, elemento que mucho confunde a países donde se quiere llegar al producto final, sin entender o desconociendo esta parte relevante de la historia.

La tradición crítica de EE. UU. ha tenido su prueba de fuego en su principal pecado histórico, aquel problema no resuelto del todo, la esclavitud y las relaciones entre las razas. No es el único país donde se ha sufrido este flagelo, pero ha sido particularmente ineficiente en confrontar sus consecuencias. No es que no haya tratado, ya que, por el contrario, quizás no existe otra nación donde el tema se haya mantenido tan vigente y que haga esfuerzos similares para contentar a los descendientes de las víctimas, tanto en lo simbólico como en políticas especiales de reparación, en forma continua al menos desde los 60 del siglo pasado. Sin embargo, a pesar de ello hasta el día de hoy existen aquellos convencidos que dependiendo del color con el que se nace, se tienen oportunidades distintas en la vida, lo que perciben como diferencia enorme entre el ideal creador de la nación y la realidad.

No hay en caso alguno racismo sistémico como argumentan falsamente quienes poco quieren al país dentro de EE. UU. Existe otra deuda, sin embargo, de la cual desafortunadamente poco se habla, la que se tiene con la población originaria, con los indios nativos, todavía demasiados invisibilizados, también para los medios de comunicación.

Sin duda esos defectos existen, pero se ven ampliamente compensados por una enorme vitalidad y energía creadora, elementos que no solo han permitido la supervivencia de grandes civilizaciones, sino también tanto su progreso como el de la humanidad toda. Saliendo de la abundante retórica interna y las opiniones interesadas que desde el extranjero poco entienden lo que hoy ocurre en el país, gracias a su institucionalidad republicana y su Constitución, la única verdad es que EE. UU. ha tenido la fortuna de no haber necesitado optar entre tiranía y libertad. Lo ha hecho, sin embargo, y casi permanentemente entre decadencia y vitalidad.

¿Qué pasó? ¿Por qué tan solo algunas décadas después la correlación de fuerzas se había transformado, alterándose en forma tan dramática como espectacular en favor del norte? En el siglo XIX las trece colonias originales se expandieron hasta transformarse en un país continente, convirtiéndose en un imperio en el siglo siguiente. Pero al no haber tenido un pasado colonial, ejerce su rol imperial con muchas, demasiadas dudas, ya que, aunque ha tenido responsabilidades parecidas a las de Roma o al Imperio Británico en su cenit, no ha tenido ni la tradición ni la experiencia de aquellos. Quizás, por ello ha habido épocas donde el mundo exterior ha sido visto en forma extremadamente simplista desde Washington y su política se ha caracterizado por un gran provincianismo, reflejado en un sistema educativo y en medios de comunicación para los cuales el mundo fuera de sus fronteras parece no existir, expresado en una cobertura y en fallos judiciales que simplemente parecen no entender hoy cuán viciosa es la dictadura venezolana y hasta dudan de la existencia del Tren de Aragua.

En EE. UU. hoy los latinos son la primera minoría, pero todavía no actúan ni son percibidos acorde a esa importancia, lo que se nota mucho en su presencia marginal en Hollywood o en el debate político. A mi juicio, les falta lo que lograron los afroamericanos, al entregar vía Martin Luther King el tema de los derechos civiles en el momento que más lo precisaba el país, un tema de importancia para todos. Los latinos no solo han carecido de una figura nacional equivalente, sino que todavía no han logrado entregar una solución a un tema de importancia general, que a mi juicio, hoy debiera ser una propuesta en el tema de la inmigración, y donde las posibilidades de aportarlo son mejores que otros, ya que en su diversidad, los hispanos representan bajo la misma denominación a distintas razas y diferentes posiciones políticas, ya que por sobre ellas, predominan características culturales comunes que unen más que separan, lo que en ese tema podría ser un aporte y ventaja.

En el mundo, EE. UU. y sus líderes han buscado en parte importante de su historia -a un gran costo- ser amados más que respetados y como consecuencia han tenido fracasos autoprovocados con consecuencias graves para el mundo entero, tal como ocurriera con Carter y su adaptación al Ayatola Jomeini en 1979, rechazando a su entonces aliado, el Sha de Irán, error repetido con la llamada “primavera árabe” que el 2010 terminó fortaleciendo al fundamentalismo.

Por otra parte, la explicación no puede ser racista, ya que, en el caso de la América española y portuguesa, la mezcla de conquistadores provenientes de la Península Ibérica encontrándose con civilizaciones complejas como Mayas e Incas, fue algo de lo mejor que podía ofrecer el siglo XVI, a pesar de las conocidas prácticas caníbales, ya que era un encuentro mucho más evolucionado que el de puritanos ingleses y nativos de la América del Norte.

Para entender por qué algunas instituciones y países prosperaron y otros entraron en procesos opuestos de fracaso, no solo hay que conocer el proceso laborioso de error y ensayo que ha constituido la experiencia de EE. UU., sino, sobre todo, su verdadero acto de creación que fue la culminación de su independencia, aquella Constitución que ya superó su aniversario 237 con su admirable brevedad de solo siete artículos, 26 enmiendas, y un preámbulo de 56 palabras que se inicia con aquellas que hasta entonces no habían sido usadas en ningún documento: “Nosotros, el pueblo”.

Sin embargo, nada se puede obtener reproduciendo ese texto sin sus circunstancias, ya que sin ello son flores trasplantadas a un hábitat extraño donde no pueden florecer.

Máster y PhD en Ciencia Política (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)

Fuente: telam

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