21/12/2025
Navidad, temporada alta de soledad: lo que vivir más años reveló sobre vínculos y cuidados
Fuente: telam
La extensión de la vida estiró también los lazos, las tareas de cuidados y las responsabilidades, y las fiestas dejan al descubierto quién tiene red, quién sostiene y quién queda afuera
>Kevin está solo en la escalera, con el pijama puesto, mirando cómo la casa se vacía. Ve a sus padres bajar apurados, cargar valijas, cruzar puertas que se cierran demasiado rápido. Escucha motores encenderse, bocinas lejanas, el ruido de una familia que ya está en otra cosa: el viaje, el aeropuerto, la Navidad que empieza en otro lado. Kevin queda atrás. No porque nadie lo quiera, sino porque nadie lo vio a tiempo.
Treinta años después, esa escena de Mi pobre angelito se parece menos a una ficción exagerada y más a una radiografía social. No porque las familias sean peores, sino porque la vida se estiró. La nueva longevidad superpone generaciones, alarga los tiempos del cuidado, acumula cansancios y deja al descubierto algo que antes quedaba disimulado: la familia, por sí sola, ya no alcanza para sostenerlo todo.
La soledad no nace en diciembre. Acompaña trayectorias vitales enteras: duelos que no se cierran, divorcios tardíos, distancias geográficas, amistades que se achican con el tiempo. Pero en Navidad se vuelve más visible. No porque haya más personas solas, sino porque hay menos margen para disimularlo.
La psicología social describe este fenómeno como un proceso de intensificación emocional. Estudios longitudinales publicados en The Journals of Gerontology muestran que las personas mayores reportan niveles significativamente más altos de soledad subjetiva durante períodos festivos, incluso cuando su red social objetiva no cambia. Investigaciones en Health Psychology agregan un dato clave: estas fechas activan mecanismos de comparación social. No se sufre solo por estar solo, sino por sentirse fuera de la norma.
La nueva longevidad amplió el tiempo de vida, pero no garantizó redes. En la Argentina, los datos del Censo 2022 del INDEC muestran dos movimientos simultáneos: crecen los hogares unipersonales —sobre todo entre personas mayores— y también los hogares extensos, donde conviven varias generaciones bajo un mismo techo. La convivencia se estira en direcciones opuestas.
Artículos recientes en The New York Times y The Guardian advierten que vivir más años implica, para muchas personas, atravesar períodos prolongados de viudez, distanciamiento familiar o redes debilitadas. La longevidad amplía el tiempo de la vida, pero también el tiempo de la fragilidad. Y las fiestas, con su carga simbólica, vuelven visible esa brecha.
El Pew Research Center estima que en Estados Unidos casi el 18% de la población vive en hogares multigeneracionales y que los hogares con tres generaciones se triplicaron desde la década del 70. Los de cuatro generaciones siguen siendo minoritarios, pero crecen impulsados por el aumento de la esperanza de vida y trayectorias vitales cada vez menos lineales. La OECD identifica esta superposición como uno de los efectos estructurales del envejecimiento poblacional.
A esa escena se suma otra, cada vez más frecuente. Padres y madres de más de 85 o 90 años, con limitaciones físicas, pero también con problemas de salud mental: deterioro cognitivo, ansiedad, depresión, demencias. Las fiestas suelen ser particularmente difíciles para estas personas. Cambios de rutina, ruidos intensos, múltiples estímulos, traslados largos.
La dificultad rara vez es solo médica. Estudios cualitativos publicados en Ageing & Society muestran altos niveles de estrés y culpa en cuidadores familiares durante las fiestas, obligados a decidir entre el deseo de compartir y la necesidad de proteger. La nueva longevidad no solo alarga la vida de los mayores: alarga el tiempo del cuidado y expone la falta de apoyos formales.
En las casas, mientras tanto, la mesa está servida. Los platos se multiplican, las sillas se acomodan como se puede. Desde afuera, la escena parece completa. Desde adentro, alguien está calculando tiempos, regulando emociones, sosteniendo equilibrios frágiles. La fiesta ocurre, pero también se gestiona.
UN Women y la OECD advierten que esta sobrecarga impacta directamente en la salud física y mental de quienes cuidan, especialmente en períodos de alta demanda emocional como las fiestas. La Navidad no suspende la desigualdad del cuidado. La exhibe. Y deja en evidencia un límite incómodo: la mesa llena no garantiza cuidado.
Es imposible conseguir taxi en Nueva York casi cualquier día. En Navidad, todavía más. La ciudad está vacía y saturada al mismo tiempo: pocas luces encendidas, calles largas, autos que no paran. Carrie sale igual. Se tira un tapado divino, baja a la vereda corriendo sobre sus tacos, levanta la mano. Espera. Vuelve a intentarlo. Finalmente, uno frena.
La escena condensa algo que las estadísticas confirman y las fiestas dejan al descubierto: el cuidado no siempre llega en forma de familia ni de rituales heredados. A veces llega como un gesto mínimo y deliberado. Ir. Estar. No dejar a alguien solo.
A veces, la diferencia no está en cuántos se sientan a la mesa, sino en quién cruza la ciudad para que el otro no pase la noche solo.
Fuente: telam
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