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19/12/2025

A 30 años de la increíble hazaña de Rosario Central: remontó un 0-4 y logró su primer título internacional

Fuente: telam

El Canalla llegó a la revancha de la final de la Copa Conmebol tras una durísima derrota en la ida, frente a Atlético Mineiro. Contra todos los pronósticos, dio vuelta la serie y se consagró campeón

>Gigante de Arroyito. Así podrían haber denominado los sismólogos o meteorólogos al fenómeno que ocurrió aquella noche en Rosario. Muchos juran que tembló la tierra a orillas del Paraná. Los elementos de medición de temblores no eran tan avanzados como ahora, allá por el 19 de diciembre de 1995. Pero aún en estos tiempos de inteligencia artificial y extrema precisión, hubiese sido imposible de prever. Los relojes marcaban 88 minutos del segundo tiempo. Rosario Central estaba a un paso de la hazaña. Había perdido la primera final de la Copa Conmebol ante Atlético Mineiro como visitante por 4-0. Parecía imposible darlo vuelta. Sin embargo, los tres goles marcados en el primer tiempo, abrieron las puertas a la esperanza. La desesperación ganaba a todos, porque cada ataque parecía ser en vano. Hasta que llegó el momento. Un centro desde la izquierda que aterrizó en la cabeza de Horacio Carbonari, quien la envió al fondo del arco, sellando la epopeya. Aún faltaban los penales, los que le iban a dar la gloria, pero eso llegaría después del temblor.

El técnico de Central era una institución dentro de la institución. Don Ángel Tulio Zof, un maestro querido y respetado por todos, había regresado luego de la partida de Pedro Marchetta a Racing y una diáspora de jugadores (Kily González, Chelo Delgado, Claudio Úbeda, Darío Scotto) que había mermado al plantel. El Viejo se arremangó, como tantas otras veces, y comenzó la tarea de armar el equipo con los chicos de las inferiores. Solo pidió un refuerzo y allí se puso firme ante el presidente Vesco: “Si no me lo trae al Polillita Da Silva, renuncio”. Su deseo, fue una orden y el talentoso uruguayo llegó a un club que parecía moldeado a su medida.

Las condiciones a nivel institución para afrontar el torneo no eran las mejores, porque en la dirigencia había dos grupos antagónicos que se disputaban el poder, haciendo que cada viaje al exterior fuera una odisea organizativa. El primer paso fue ante Defensor Sporting, con dos triunfos claros, lo mismo que ante Cobreloa en los cuartos de final. Aquí se produjo una situación insólita. La mañana que debían partir hacia Chile para la revancha, al entrenador lo dejaron en su casa… Por la falta de logística, el plantel debió partir en forma abrupta de la concentración en la ciudad deportiva de Granadero Baigorria, a raíz de la cancelación de un vuelo chárter. Como Zof no tenía preparado su equipaje, lo dejaron y debió viajar solo y por su cuenta hasta el desierto de Calama, arribando con lo justo, cuando faltaba poco para comenzar el partido.

En la semifinal dejó atrás a Atlético Colegiales de Paraguay por un global de 5-1. Era la hora de la verdad ante un Atlético Mineiro de paso no tan firme, que llegó al partido decisivo al eliminar por penales al América de Cali. El martes 12 de diciembre fue la primera final. A poco de comenzar, Ézio puso el 1-0. El resto del primer tiempo fue parejo, pero en el segundo llegó el aluvión en el estadio Mineirao, con los tantos de Cairo (justo como el nombre del bar donde Fontanarrosa se sentaba a la mesa de los galanes), Paulo Roberto y Elpidio Silva. El 4-0 parecía inapelable…

Pablo Vitamina Sánchez era uno de los jóvenes de aquel equipo y le hacía honor a su apodo, porque era un mediocampista incansable, con un tremendo ida y vuelta por toda la cancha. En el vestuario de Mineirao, a minutos de haber concluído la final, tuvo una idea: “Lo propuse porque no pensaba que lo íbamos a lograr. Hicimos la promesa con el Chacho Coudet: si lo dábamos vuelta, nos quedaríamos a dormir en el Gigante de Arroyito. Y así fue. Una vez que terminaron todos los festejos, nos fuimos hasta el círculo central, con una botella de champagne, un par de pre pizzas, una radio y una linterna porque sabía que íbamos a estar a oscuras”.

Gigante era todo, no solo el estadio. La fe, la ilusión, las ganas y la presunción de que se podía vivir una noche histórica. Por eso, las entradas se agotaron un par de días antes, el lleno era total y el recibimiento al equipo conmovió las templadas orillas del Paraná, aunque la cuesta a subir era muy empinada. El Negro Fontanarrosa lo describió así: “La mayoría de los hinchas que fuimos a la cancha esa noche, lo hicimos como para rendir homenaje a un equipo que, pese a los grandes problemas económicos, había llegado a esa instancia. También era una retribución al Negro Palma. Pero estaba muy lejos de nuestra imaginación pensar que se podía revertir una situación así. Tuvo todo un carácter épico, casi como en esas malas películas norteamericanas, donde al final, termina ganando el muchachito bueno”.

Pero en el complemento, Mineiro se paró mejor, ajustó algunas marcas y pudo detener el vendaval. Los dos estaban con 10 por las expulsiones de Lussehoff y Paulo Roberto. Central no se desesperaba. Esa cualidad que trae desde la cuna, de cuidar la pelota, era religión aun cuando el reloj apremiaba. A los 78, llegaron otras dos tarjetas rojas mostradas por el árbitro uruguayo Ernesto Filippi, de floja labor, cuando se fueron a los vestuarios Cardetti y Dedé.

Entonces aquel centro de los 88 minutos. Que cayó en el borde del área chica, ante la inmovilidad de los brasileños que miraban la seguridad de Carbonari, ya decididamente un atacante más, con esa vocación que le salía por los poros, esas ganas que ponía en cada jugada, para aplicar el cabezazo que venció la resistencia de Taffarel por cuarta vez en la noche.

Allí el temblor. El que no podrían mensurar nunca los sismólogos o meteorólogos. El río Paraná que se conmueve, media ciudad se aturde en su propio grito y Carbonari se trepa al alambre para perpetuar un poster que ya es mito Canalla: él sosteniéndose con su brazo izquierdo, aferrado a ese endeble tejido, mientras grita el gol, con el puño derecho apretado. Detrás, borroso, se alzan los brazos de los hinchas pletóricos, que aún no han desdibujado el gol de sus bocas.

Con el 3-2 a su favor, Cristian Colusso tenía la chance de entrar de lleno en la historia, porque si anotaba, Central era el campeón. Taffarel adivinó la intención y contuvo el disparo. Había que seguir esperando. Euler estampó el 3-3 y llegaba el turno del último para los locales. Era ahí o nunca. El Polillita Da Silva tomó mucha carrera, desde fuera del área. Con su infinita calidad, la acarició para depositarla dentro del arco y desatar una de las fiestas más grandes que recordará por siempre la gente de Central.

Fue una reivindicación para un grupo que tuvo que hacerse fuerte ante todos los problemas, de adentro y de afuera. Pocos pensaban en la heroica. Ellos sí. Siempre con la fe, que partía del respeto a la pelota y a una forma de sentir el fútbol. Con el recordado Negro Palma como estandarte. La noche que la mitad azul y amarilla de Rosario no durmió, por el más lindo desvelo futbolero. Gracias a una canallada inolvidable.

Fuente: telam

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