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08/12/2025

La historia del abogado que se animó a ser músico: el método de las diez mil horas y la filosofía de “hecho es mejor que perfecto”

Fuente: telam

Jorge Grispo acaba de ser distinguido como Personalidad Destacada en las Ciencias Jurídicas por la Legislatura porteña. En la pandemia volvió a la guitarra y terminó encontrando una faceta que no había explorado. Hoy, a días de cumplir 60, lidera la banda Derecho Eterno Amplified y, como solista, acaba de lanzar su primer Acoustic Live Session

>Su vínculo con la guitarra volvió durante la pandemia. “Había estudiado de chico, cuatro o cinco o seis años, pero me había olvidado de todo”, admite. Lo que empezó como la búsqueda de acordes en YouTube —algo que antes jamás hubiera imaginado hacer— terminó derivando en un método riguroso: un profesor de guitarra, clases de canto, horas de práctica diaria y una banda de rock armada entre amigos. Derecho Eterno, hoy Derecho Eterno Amplified, ensaya religiosamente todos los sábados a las nueve de la mañana. “Un horario poco roquero”, dice Jorge entre risas. En paralelo, empezó a escribir y a grabar sus propias canciones como solista. Ese proceso desembocó, ahora, en su primer Acoustic Live Session, un trabajo despojado donde apuesta a que “se destaquen las letras”.

Esta semana, Infobae lo visitó en su casa de Pilar, donde montó un estudio al que llama “la salita de juegos”. Es un subsuelo luminoso, con paredes acústicas y más de una veintena de guitarras. “Las gorditas de madera son las acústicas; las otras, las eléctricas. Y suenan todas distinto”, dice. Algunas son verdaderos tesoros y por eso las tiene en vitrinas. Entre ellas destaca una Fender Telecaster blanca con estampillas de Argentina, parte de una colección especial diseñada por el dueño de Fender. Otras tienen un valor más afectivo, como una Taylor —llena de stickers— con la que tocó en su primer show.

A casi cinco años de haber empezado a estudiar guitarra en serio —y a dos de su primer show—, repasa cómo fue su debut ante el público, de qué manera construyó una disciplina musical tan estricta como la jurídica, qué historias esconden sus temas y cómo lidia con críticas y miradas ajenas. “Hecho es mejor que perfecto”, asegura.

—¿Cómo describirías tu relación con la música?

—Arrancó de chico. Tomé clases de guitarra y canto cuatro, cinco, seis años. Después dejé, pero siempre estuve vinculado a la música “desde la oreja”. Hice mi carrera de Derecho escuchando música: The Police, Queen, Supertramp, The Rolling Stones, The Beatles. También clásica y algo de jazz.

—Pasó la pandemia. Hasta 2020 estaba muy enfocado en mi carrera y en el tenis. Entrenaba tres o cuatro horas por día y viajaba a jugar por todos lados, desde Tucumán hasta Mar del Plata. La pandemia me cambió la cabeza. Así como antes no existía el homeoffice, tampoco era una posibilidad, para mí, ponerme a estudiar algo por Internet. Me gustaba ir a una clase y tener un profesor. Jamás me hubiese puesto a estudiar acordes o variaciones de acordes en YouTube… y fue exactamente lo que empecé a hacer. Me compré una guitarra y armé mis primeras estructuras de canciones, muy rudimentarias. Después llamé a un profe, empecé a estudiar en serio y, casi de casualidad, en mi grupo de amigos de tenis encontré un guitarrista y un cantante. Y un abogado de mi estudio tocaba la batería. Mi profesor de guitarra agarró el bajo. En tres meses estábamos tocando mis temas.

—Sí. No me sale hacer las cosas a medias. La banda se llama Derecho Eterno, que ahora es D.E.A., Derecho Eterno Amplified. Somos una banda de rock de amigos. El tema con las bandas es que tienen un ritmo que mi creatividad supera. Yo tenía escritas 150 canciones y todos los sábados ensayábamos las mismas ocho, porque había que aprenderlas. Entonces empecé a armar mis propios temas, sin querer, sin buscarlo. Grababa maquetas con el teléfono, llegaba a algo que más o menos me gustaba y se lo pasaba a un productor. En el medio tuve la suerte de conocer a Fernando Scarcella —ex baterista de Rata Blanca—, que es como mi ángel de la guarda; y a Pablo Motyx —bajista de Rata Blanca—, que fueron quienes empezaron a guiarme.

—¿Y en qué año debutaron?

—El primer show lo hicimos en el jardín de mi casa, en una carpa. Invité a 70 amigos. Les dije: “Chicos, vengan. No les va a gustar, pero aplaudan igual”. La consigna era que nos hicieran la gamba. Si no me falla la memoria, fue en diciembre de 2023.

La música fue salir de mi zona de confort. Como dije antes, a mí las cosas a medias no me salen. Cuando jugaba al tenis tampoco: tenía una nutricionista, un deportólogo, un preparador físico y entrenaba con —¿Y qué te sostuvo en ese momento?

—Confié en el proceso. Habíamos trabajado mucho para llegar hasta ahí. Me pasaba lo mismo cuando jugaba al tenis y llegaba el momento del partido: Si cuando llega el momento de hacer algo vos no confiás en vos mismo, ¿quién va a confiar?

—¿Te importó lo que podían decir?

—No. Primero, porque no le tengo que dar explicaciones a nadie. Segundo, no estoy haciendo nada ilegal. Y es una pasión, como el que hace botánica y, en vez de agarrar una guitarra, poda un bonsái. Además, siempre fui una persona pública: publiqué libros desde muy joven, di entrevistas, estuve en medios. Profesionalmente tengo mi estilo: soy serio, técnico, sé lo que hago y por eso tengo los clientes que tengo. Esa también es una reputación. Muchos colegas o amigos no lo entendían y me decían: “Pará, vas a hacer el ridículo” o “Sos un abogado con carrera, ¿qué hacés?”.

La única forma de no hacer el ridículo es hacerlo bien. Los temas del Acoustic Live Session te podrán gustar o no, pero técnicamente están correctos: la voz está afinada, los instrumentos suenan como tienen que sonar. Los ocho temas que componen esos 35 minutos fueron seis meses de trabajo. Llevar las canciones al formato acústico es, prácticamente, hacerlas de nuevo.

—Lo despojado del acústico tiene que ver con que lo importante son las letras, ni siquiera quién las canta. El tema Tratarte bien, por ejemplo, nació en un hospital psiquiátrico. Tengo un cliente, un exjugador de fútbol muy conocido. Un gran tipo, con un corazón enorme, que terminó internado treinta días. Yo lo visitaba todas las mañanas. No iba por una obligación profesional: me gustaba estar con él y tratar de ayudarlo. “Che, no seas tonto, trátate bien, cuídate”, le decía. Un día llegué a casa y, como soy creativo, empecé a imaginar todo eso en formato de canción. Cuando volví a verlo le dije: “Te escribí esta canción. Escuchala”. Cada tema tiene una historia.

—¿Es más fácil escribir canciones que libros?

—Antes contaste que una charla fue el disparador de un tema. ¿Qué otras cosas te inspiran para componer?

—¿Y cómo te llevás con las devoluciones?

—¿Y qué te pasa cuando cantás con músicos como Barilari?

—Viviste golpes muy fuertes, como —No es que el dolor ayude, pero sí te permite entender las cosas de otra manera. Si un día me levanto triste, miro todo lo malo que me pasó y me digo: “No podés estar triste”. Es como que te cambia el chip. Veo a mucha gente, incluso amigos, preocupados por nimiedades. La vida pasa por otro lado. La muerte está tan segura de sí misma que te da toda una vida de ventaja, porque sabe que te va a ganar. Ojalá a los veinticinco, treinta o cuarenta años hubiese tenido el conocimiento que tengo hoy. Hubiese vivido distinto, me hubiese hecho mucha menos mala sangre, hubiese cuidado más a la gente que quise, a mis amigos, hubiese tenido otra relación con mis viejos. Es fuerte, pero depende de cómo lo mires. Algunos dirán: “Tuviste la desgracia de que se te murió una hija”. Yo prefiero pensar: “Tuve la gran alegría de tenerla cinco años en mi vida”. Si no lo pensás así es muy difícil reconciliarse.

—En primer lugar, ser músico significa hacer algo que me gusta y que disfruto. Disfruto compartir la música y lo hago con el mayor respeto por la persona que me va a dedicar un minuto, treinta segundos o tres horas en escuchar un repertorio. No me importa el tiempo: lo hago con responsabilidad y tratando de dar lo mejor que puedo. La música es otra forma de expresarme. Es hablar con poesía.

Fuente: telam

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