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09/11/2025

“Frankenstein” en dos mil palabras: el relato que nació como un juego y nos sigue preguntando quién es el monstruo

Fuente: telam

Mary Shelley lo escribió como el desafío de una noche y se volvió un clásico. Ahora, Leamos publica una versión abreviada en texto y audio

>En medio de una tormenta eléctrica, un joven científico observa cómo un cuerpo inerte, ensamblado con pedazos de otros cuerpos, abre por primera vez los ojos. “Vi abrirse el apagado ojo amarillo de la criatura; respiró con fuerza, y un movimiento convulsivo agitó sus extremidades”. Es el instante en que nace el monstruo, pero también el momento en que Víctor Frankenstein comprende que su ambición lo ha llevado demasiado lejos. No hay júbilo ni triunfo, solo horror. Esa imagen, una chispa en la oscuridad, condensa la esencia de Frankenstein, una novela que, más de dos siglos después, sigue interrogando los límites de la ciencia y de la condición humana. Ahora Leamos, la editorial digital de Infobae, ofrece una versión abreviada de esta historia en formatos digital y en audio, para descargar gratuitamente.

Publicada en 1818, Frankenstein o el moderno Prometeo convirtió a Mary Shelley, entonces una joven de apenas veinte años, en una figura central de la literatura universal. Lo que comenzó como un desafío entre amigos —una historia de fantasmas para pasar el verano de 1816 en Suiza, junto a su marido Percy Shelley, Lord Byron y John Polidori— se transformó en una de las obras más influyentes del siglo XIX.

Shelley imaginó a un científico que busca dominar el principio de la vida, y en ese acto de soberbia reproduce el mito de Prometeo, el titán que robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres. “El moderno Prometeo” del título es, así, el hombre que desafía las leyes naturales y paga el precio de su atrevimiento.

Frankenstein es, al mismo tiempo, una novela de terror, una reflexión filosófica y un relato sobre la soledad. La criatura no es un monstruo en el sentido convencional: nace inocente, con deseo de afecto y de pertenencia. Aprende a hablar, a leer, a pensar, y es la mirada ajena la que lo transforma en lo que la humanidad teme. El rechazo, más que su naturaleza, lo convierte en vengador. En sus palabras, “yo era bueno; la desgracia me hizo un demonio”. Shelley invierte así los términos tradicionales del bien y el mal y convierte al creador en responsable de la corrupción de su obra.

El texto también anticipa las tensiones del mundo moderno: el aislamiento del científico, la búsqueda de gloria individual, la desconexión entre conocimiento y ética. La figura de Víctor Frankenstein representa la ambición desmedida del progreso sin límites, mientras que su criatura encarna las consecuencias imprevistas de esa ambición. Por eso, muchos lectores han visto en la novela una advertencia sobre los riesgos de la ciencia cuando se separa de la responsabilidad moral.

Shelley escribió su novela en el corazón de la era industrial y científica, cuando la electricidad, la anatomía y la experimentación despertaban tanto fascinación como miedo. Era hija de dos intelectuales radicales: Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, y William Godwin, filósofo anarquista. Su educación estuvo marcada por la razón y el pensamiento crítico, pero también por el romanticismo, que exaltaba la imaginación y el poder creativo del individuo. Frankenstein combina esas corrientes: el racionalismo ilustrado y el impulso romántico. De ahí su tensión constante entre ciencia y sentimiento, entre conocimiento y tragedia.

La estructura de la novela refuerza esa complejidad. La historia se cuenta en tres niveles: las cartas del explorador Robert Walton a su hermana, el relato de Víctor Frankenstein y la confesión del propio Monstruo. Ese entrelazamiento de voces crea un efecto de espejo: cada narrador busca algo imposible —la gloria, la creación, el afecto— y termina enfrentando el vacío.

Con el tiempo, Frankenstein ha sido leído de múltiples maneras: como una parábola sobre la maternidad y el abandono, como una crítica a la racionalidad científica, como una alegoría del poder creador del artista o incluso como una anticipación de los dilemas de la inteligencia artificial. En todas ellas resuena la pregunta central: ¿qué ocurre cuando el ser humano, en su afán de crear, se arroga un poder que no puede controlar?

El subtítulo “El moderno Prometeo” ilumina esa pregunta. Prometeo roba el fuego de los dioses —el conocimiento, la energía vital— y sufre un castigo eterno. Frankenstein, al infundir vida a la materia muerta, comete una transgresión semejante: pretende ser dios, pero descubre que no puede gobernar lo que ha creado. La criatura, como el fuego, se vuelve fuerza autónoma, incontrolable. Shelley transforma el mito antiguo en una metáfora moderna sobre la ciencia y la responsabilidad.

Desde su publicación, Frankenstein ha inspirado centenares de adaptaciones teatrales y cinematográficas. La imagen del monstruo con tornillos en el cuello y rostro verdoso proviene de la película de James Whale de 1931, protagonizada por Boris Karloff, que fijó el icono popular. Sin embargo, las versiones más recientes han intentado recuperar la profundidad original del texto.

En 2025, el director mexicano Guillermo del Toro estrenó su esperada adaptación Frankenstein, presentada en el Festival de Venecia y luego distribuida por Netflix. Con su característico interés por las criaturas marginadas, del Toro reinterpreta la historia como un drama sobre la paternidad y la soledad. En lugar de subrayar el terror, privilegia la emoción y la mirada compasiva hacia el monstruo, interpretado por Jacob Elordi, acompañado por Oscar Isaac como Víctor Frankenstein y Mia Goth como Elizabeth. El cineasta declaró que su versión busca “regresar a la sensibilidad de Mary Shelley, no al mito deformado por el cine”.

Su película, rodada en escenarios naturales y con efectos prácticos, enfatiza la dimensión trágica del vínculo entre creador y criatura. Más que una historia de miedo, es un relato sobre la imposibilidad del amor y el precio del conocimiento.

Más de dos siglos después, Frankenstein sigue siendo una advertencia. En una era en que la inteligencia artificial, la manipulación genética y la creación de vida sintética son realidades, la novela de Shelley mantiene intacta su pregunta: ¿qué responsabilidad tenemos frente a lo que creamos? Víctor Frankenstein es el precursor de los científicos contemporáneos que buscan reconfigurar la naturaleza humana; su monstruo, una proyección de los dilemas éticos que aún no sabemos resolver.

Esta versión abreviada, parte de la serie “Un libro en dos mil palabras”, recupera la intensidad del original y permite acceder, en una lectura concentrada, a la complejidad moral y emocional de la obra. Leer Frankenstein hoy no es solo volver a un clásico, sino enfrentarse a la raíz de nuestros propios temores: el poder de la ciencia, el deseo de trascender, la soledad que acompaña a toda creación.

En el fondo, la novela de Mary Shelley no habla solo de un monstruo. Habla de nosotros, de la ambición que impulsa al ser humano y del precio que paga cuando olvida que, incluso en la creación, hay límites que no deberían cruzarse.

Fuente: telam

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