Martes 4 de Noviembre de 2025

Hoy es Martes 4 de Noviembre de 2025 y son las 10:41 ULTIMOS TITULOS:

04/11/2025

El argentino que bailó en las discotecas más extremas de Berlín: sexo en público, celulares prohibidos y 48 horas de fiesta

Fuente: telam

Pablo Legeren contó su experiencia en Berghain y KitKatClub. Cómo fue su estrategia para pasar los guardias de seguridad de la puerta

>El pulso de Las canciones acompañaron a Legeren desde siempre. Cuando sus días aún transcurrían entre sets de noticias y sets musicales, comenzó a compartir su talento en redes sociales. En poco tiempo, ese impulso encontró recompensa: la monetización llegó y, con ella, una certeza.

—Me di cuenta que podía vivir de eso —explica el músico desde un pequeño apartamento en Berlín, con la voz cargada de decisión—. Entonces dejé la televisión y me metí con este tema full time.

Berlín, para un latinoamericano acostumbrado a la efervescencia de Buenos Aires, ofrece un tipo de vida que oscila como un péndulo entre el orden absoluto y el desenfreno contenido. “Es todo mucho más ordenado y silencioso. No hay demasiado contacto social”, confiesa Legeren, quien extraña la calidez espontánea de Buenos Aires. No hay gritos, ni multitudes, ni empujones. Hay respeto casi reverencial por el espacio propio, tanto en plazas como en departamentos.

Viajar se convirtió en una adicción para el DJ. No se conforma con el papel de turista. “Cada país que visito, me gusta quedarme unos meses para vivirlo como si fuera un nativo. No me interesa solo conocer la experiencia superficial”, sostiene. Tal vez por esa búsqueda de arraigo eligió barrios y rituales que lo instalaran, aunque fuera por un instante, en el corazón mismo de la vida local. Y en Berlín, ese corazón suele latir oculto.

Hasta que alguien, en uno de esos encuentros casuales, le sugirió un desafío casi iniciático: lograr entrar a Berghain, la discoteca más mítica y temida de la ciudad.

—Habían rebotado a Britney Spears y Justin Bieber. Era todo un desafío —dice Pablo. El dato lo animó a intentarlo.

La noche en la que decidió cruzar ese umbral, Legeren se preparó como si fuera a una ceremonia secreta. La clave, advirtieron sus nuevos conocidos, era camuflarse: negro sobre negro, actitud sobria y ninguna estridencia. “Me fijé quiénes eran los DJs que tocaban esa noche para decirle a los seguridad de la puerta que iba a ver a uno de ellos”, recuerda.

Berghain emerge en la parte este de Berlín, lo que fue hasta 1989 el lado comunista de la ciudad. Una vieja fábrica metalúrgica convertida en templo de la electrónica, con aspecto brutalista y filas interminables. La fiesta comienza el viernes a la noche y no cesa hasta el domingo por la tarde. Casi 48 horas en las que la entrada funciona como un filtro implacable. La mayoría queda afuera, vencida por el misterio de un criterio que nadie termina de descifrar.

En la fila, a los pies de aquel edificio inmenso, Pablo observaba todo a su alrededor. Un grupo de jóvenes parecía tener el look perfecto; las chicas, divinas por donde se las mirara. Cuando les llegó el turno, el guardia los despachó sin contemplaciones.

Entonces, llegó el turno del argentino. El seguridad preguntó algo en alemán. Pablo, sin tiempo de inventar vocabulario, contestó en inglés. Por un momento sintió que la puerta, otra vez, se cerraría en su cara. “Le dije que venía porque era fanático de la DJ Inhuman, que tocaba esa noche. Hubo un silencio, nos miramos... y me dijo que pase. Que disfrute la noche. No lo podía creer”.

Cruzó la entrada sin mirar para atrás, Sospechaba que en cualquier momento lo harían volver. Los guardias le pidieron vaciar los bolsillos, buscaron cualquier cosa que pareciera una sustancia prohibida o un objeto amenazante. Para garantizar el anonimato, colocaron stickers sobre las cámaras del teléfono.

El ritual de socialización también cambia. Las alemanas sorprenden con su franqueza.

—Te ponés a charlar y si hay onda no tienen problema en invitarte a su casa a seguir la noche. No tienen demasiadas vueltas en ese tema.

—Por suerte no tomo alcohol ni consumo drogas, por lo que pude ver todo lo que pasaba con claridad —afirma, subrayando la lucidez de su relato.

Al salir, el alba berlinés mostraba otra vez su cara pacífica. Jóvenes de todas partes pugnaban por ingresar. Las filas, interminables, no se disolvían nunca. Legeren guardó como trofeo la pulsera de la noche, pensando ya en el video que compartiría después con sus seguidores.

Otra vez, una fila se desplegaba en la madrugada fría. El acceso era estricto, pero menos enigmático que el de su predecesor. Pablo fue con una remera de David Bowie; el guardia se la elogió y, con una sonrisa cómplice, le abrió la puerta.

En su recorrido por KitKatClub, Pablo se encontró con una pareja que explora el BDSM a la vista de todos, dos mujeres tienen sexo con un hombre. En un momento, una chica se le acerca a Legeren con una invitación directa y respetuosa para sumarse a una de esas escenas.

Lo notable no era solo el grado de exposición, sino la cortesía y el consentimiento que parecían regir cada interacción. Nadie invadía, nadie forzaba.

Pero algo se enciende —inevitable— en los berlineses cada fin de semana. Durante el día, nada delata ese pulso subterráneo. La ciudad mantiene la compostura, como si las noches salvajes no existieran. Todo queda entre las paredes de Berghain y KitKatClub, dos de las discotecas más extremas de Alemania.

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!