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03/11/2025

Vivir con los pobres, no para los pobres: la exigencia evangélica que plantea el papa León XIV

Fuente: telam

La nueva encíclica papal “Dilexit te” advierte que las comunidades que no se ocupen creativamente de la dignidad de los pobres “correrán el riesgo de la disolución”. El pontífice agradece a quienes eligieron vivir entre ellos, no solo visitarlos ocasionalmente

>Hace años conversaba con Alberto Methol Ferré, un intelectual uruguayo muy apreciado por Bergoglio cuando era obispo y después Papa, y en medio de sus razonamientos dijo que una sociedad es justa y sólida cuando se construye sobre los más pobres, es decir, cuando se estructura a la medida de su condición. Conocía demasiado bien a mi interlocutor para saber que no se trataba de un elogio de la indigencia, sino de un criterio para superarla en la perspectiva más amplia de una construcción social con toda su inevitable complejidad.

Ha pasado mucho tiempo y, mientras tanto, la vida ha dado muchas vueltas. Fui a vivir con los pobres (primero en una villa en las afueras de Buenos Aires, y ahora en una zona rural en el centro norte de Argentina). Aprendo de ellos, y de esos laicos y sacerdotes que viven con nosotros y que están más comprometidos y son más generosos que yo. He recordado aquel razonamiento algunas veces en los últimos años, pocas para ser sincero, y volví a pensar en ellos hace unos días, cuando estaba leyendo No es fácil. Debemos frenar el impulso de compensar su aparente lentitud, de quemar etapas organizando un futuro más adecuado para sus vidas, de hacer que lleguen desde arriba los medios y recursos para hacer realidad lo que ellos -los pobres- demorarían mucho más tiempo en llevar a cabo.

Es la impaciencia, por ejemplo, que cree que puede hacer todo con dinero, acelerando construcciones que sin duda son útiles para solucionar necesidades obvias, que tal vez existen desde hace mucho tiempo, pero que la gente de un barrio marginal no le atribuye la misma urgencia, o construir un lugar de culto, o un comedor popular, o un centro de acogida, o un centro para la rehabilitación de adicciones, independientemente de quién tenga que ir a vivir allí. Es una impaciencia propia de los que vienen de fuera y que he tenido que aprender a mantener a raya a costa de los mismos pobres a los que uno quiere ayudar. Es necesario que haya un mayor grado de inmanencia en la vida de los más humildes que el ejemplo de santidad de los vivos y muertos que realmente han compartido la vida de los pobres puede ayudar a alcanzar.

En definitiva, los grandes saben realmente quiénes son los pequeños y cómo hay que relacionarse con ellos.

Cuidar de los pobres no solo no es una actividad de algunos, sino que es una cuestión de vida o muerte para todos. Dilexit lo expresa mejor: “cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos”. Además, “fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos”. El eco de su predecesor es fuerte y, por otra parte, el Papa León quiso completar abiertamente lo que Francisco había dejado inconcluso antes de su muerte.

El corazón se ensancha cuando vemos a tantos contemporáneos que lo toman al pie de la letra.

Cuando se vive con los pobres se descubre, entre otras cosas, la fuerte relación con las múltiples manifestaciones de religiosidad popular que impregnan sus vidas, sobre todo entre nosotros, en América Latina. “Cuando no vamos a juzgar sino a amar”, decía el Papa Bergoglio poco antes de su muerte, “encontramos que ese modo cultural de expresar la fe cristiana sigue aún hoy vivo, especialmente entre nuestros pobres. Y esto fuera de cualquier idealización de los pobres, fuera de todo ideal de pobreza teologal. Es un hecho. Es una gran riqueza que Dios nos ha dado (...) No se trata solamente de manifestaciones de religiosidad que tenemos que tolerar, se trata de una auténtica espiritualidad que debe ser reforzada conforme a sus propias vías” (Francisco, Esperanza, p. 216).

Fuente: telam

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