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01/11/2025

El Día de Todos los Santos: el recuerdo de los nombres canonizados, los honores a los héroes anónimos y la conexión con Halloween

Fuente: telam

Los orígenes y tradiciones de una celebración que entrelaza lo divino con lo humano, lo eterno con lo efímero y llama a hacer una pausa para reflexionar sobre el verdadero significado de la santidad

>En el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, el 1 de noviembre se erige como un faro de esperanza y reflexión espiritual. Es el Día de Todos los Santos, una solemnidad que invita a los fieles a elevar la mirada hacia el cielo, recordando no solo a los grandes nombres canonizados por la historia eclesiástica, sino también a esos innumerables héroes anónimos cuya santidad brilla en la eternidad. Como cronista que ha visto innumerables eventos religiosos a lo largo de los años, siempre me ha fascinado cómo esta fecha entrelaza lo divino con lo humano, lo eterno con lo efímero. En un mundo acelerado por la tecnología y el consumismo, este día nos obliga a pausar y contemplar el significado profundo de la santidad. Pero, ¿de dónde surge esta celebración? ¿Por qué se fija en esta fecha precisa? ¿Y cómo se vincula con la víspera de Halloween, esa noche de disfraces y dulces que parece tan ajena al recogimiento católico?

Pero el punto de inflexión llega en el año 609 d.C., bajo el pontificado de Bonifacio IV. Este papa, en un gesto simbólico de conversión cultural, dedicó el Panteón romano —antiguo templo pagano dedicado a todos los dioses— a la Virgen María y a todos los mártires. La fecha elegida fue el 13 de mayo, y así nació formalmente lo que hoy conocemos como el Día de Todos los Santos.

Imagínense la escena: un edificio imponente, testigo de cultos politeístas, ahora rebautizado en nombre de la fe cristiana. Es un ejemplo perfecto de cómo la Iglesia ha sabido integrar elementos culturales preexistentes, transformándolos en vehículos de evangelización. Como comenta el historiador eclesiástico John McManners: “Esta dedicación no fue solo un acto litúrgico, sino una declaración de victoria espiritual sobre el paganismo romano, recordándonos que la santidad conquista incluso los espacios más profanos”. Sin embargo, la fecha no permaneció inalterada. En el siglo VIII, el papa Gregorio III (731-741) trasladó la celebración al 1 de noviembre, al dedicar una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos.

¿Por qué este cambio? Algunos historiadores sugieren que fue una estrategia para contrarrestar las festividades paganas celtas de Samhain, que marcaban el fin del verano y el inicio del invierno, asociadas con el mundo de los espíritus. Gregorio III, al fijar la fecha en noviembre, buscaba cristianizar estas tradiciones ancestrales, convirtiendo un tiempo de miedo a lo sobrenatural en una ocasión de gozo por la comunión de los santos.

Desde entonces, el 1 de noviembre se ha mantenido como el día dedicado a honrar a todos los santos, conocidos y desconocidos, que han alcanzado la visión beatífica en el cielo. Es fascinante cómo esta fecha, nacida de la necesidad de recordar a los mártires, se expandió para abarcar a toda la “comunión de los santos”, un concepto central en el Credo Apostólico.

¿Qué es o qué se entiende por “comunión de los santos”? Es la Iglesia misma, que une a todos los fieles. Significa la comunión en las “cosas santas” (sancta): sacramentos, fe, carismas y caridad; y entre las “personas santas” (sancti), donde se comparten los bienes espirituales. La Iglesia abarca tres estados: el Militante (peregrinos en la Tierra, luchando por la santidad), el purgante (almas en el purgatorio, purificándose) y el Triunfante (santos en el cielo, intercediendo). Esta unión fomenta la ayuda mutua a través de oraciones, méritos e intercesión, fortaleciendo la unidad eclesial.

Como bien lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, esta solemnidad celebra “la victoria de Cristo en sus miembros”, recordándonos que el cielo no es un club exclusivo, sino un destino para todo aquel que busca la voluntad de Dios. El cardenal Raniero Cantalamessa, antiguo predicador franciscano de la Casa Pontificia, comenta al respecto: “El Día de Todos los Santos nos recuerda que la santidad no es un privilegio de unos pocos, sino la vocación universal de los cristianos. Es un día para celebrar no solo a los canonizados, sino a esos ‘santos anónimos’ que vivieron la fe en el silencio de la cotidianidad”.

Esta perspectiva democratiza la santidad, alejándola de pedestales inalcanzables. En mis coberturas de peregrinaciones, he visto cómo fieles comunes se inspiran en esta idea, sintiéndose parte de una gran familia espiritual. Historiadores como Eamon Duffy, en su obra sobre la tradición católica, enfatizan que esta fiesta surgió de la devoción popular: “En la Edad Media, el Día de Todos los Santos se convirtió en un bálsamo para las almas, recordando que incluso los olvidados por la historia son recordados por Dios”. Es un antídoto contra el olvido, en una era donde la memoria colectiva se diluye.

Pero no se puede hablar del Día de Todos los Santos sin mencionar su víspera, el 31 de octubre, conocido como Halloween o “All Hallows’ Eve”. Contrario a lo que muchos piensan, Halloween no es una invención pagana moderna ni un culto al mal; sus orígenes son profundamente cristianos, entrelazados con la solemnidad del 1 de noviembre. El término “Halloween” deriva de “All Hallows’ Eve”, es decir, la víspera de Todos los Santos. En la tradición cristiana medieval, las vigilias eran tiempos de preparación espiritual, a menudo con ayuno y oración. Sin embargo, elementos celtas de Samhain —como fogatas para ahuyentar espíritus— se fusionaron con la fe cristiana cuando el papa Gregorio III movió la fecha. Los disfraces, por ejemplo, originalmente representaban santos o demonios para dramatizar la batalla entre el bien y el mal. El historiador Nicholas Rogers, en su libro sobre Halloween, afirma: “La relación entre Halloween y la festividad de Todos los Santos es innegable; la primera es la preparación litúrgica para la segunda, transformando el miedo pagano en esperanza cristiana”.

En la actualidad, mientras el mundo secular celebra Halloween con terror y dulces, la Iglesia invita a redescubrir su esencia cristiana, quizás asistiendo a misas vespertinas o recordando a los santos en familia.

Historiadores y sacerdotes coinciden en que esta fiesta nos une a la “gran nube de testigos” (Hebreos 12:1), inspirándonos a vivir con esperanza. En un mundo de crisis, esta celebración ofrece consuelo. El padre James Martin, SJ, reflexiona: “En este día se celebra a los imperfectos que se convirtieron en santos; es un recordatorio de que Dios obra en nuestra debilidad”.

Fuente: telam

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