31/10/2025
Ocho sobrevivientes del Holocausto celebraron su Jai Mitzvá en Buenos Aires: una ceremonia de fe y reparación histórica
Fuente: telam
Ruth, Ilse, Alba, Berta, Marisha, Pedro, Elizabeth y Anita tienen entre 87 y 100 años. Celebraron el ritual judío que marca el paso a la adultez religiosa y no habían podido realizar en su adolescencia por la persecución nazi. El acto, organizado por la Comunidad Dor Jadash y la Fundación Tzedaká, encabezado por el rabino Marcelo Bater, fue un homenaje a la vida, la memoria y la resiliencia
>El Templo Max Nordau, de la Comunidad Dor Jadash, en Villa Crespo, fue ayer escenario de un hecho sin precedentes. Entre lágrimas, lecturas y cánticos, ocho sobrevivientes del Holocausto, de entre 86 y 100 años, celebraron su Jai Mitzvá, el ritual judío que marca el paso a la adultez religiosa y que no habían podido realizar en su adolescencia debido a la persecución nazi.
Cada historia está marcada por la supervivencia, la pérdida y la reconstrucción. Nacidos en Rumania, Croacia, Polonia, Alemania, Bélgica, República Checa y Austria, sin poder cumplir con el ritual judío fueron víctimas del horror nazi: algunos vivieron escondidos durante años en espacios mínimos, otros fueron separados de sus padres, debieron huir o nunca volvieron a ver a parte de su familia. Todos encontraron refugio en la Argentina, donde reconstruyeron sus vidas, formaron familias y se convirtieron en ejemplo de fortaleza y superación.
“En nuestra comunidad, anualmente más de 80 chicos celebran sus ceremonias de Bar y Bat Mitzvá y con ellos trabajamos sobre la importancia de la memoria de la Shoá. Cuando nos enteramos de la existencia de un grupo de ayuda a los sobrevivientes, creímos importante y necesario averiguar si en su infancia habían podido hacer esta celebración tan significativa. Para nuestra sorpresa, al consultarlo, tuvimos el entusiasmo de ocho de ellos por sumarse a nuestra iniciativa. Desde entonces ya hace casi un año venimos trabajando en conjunto para llegar a este día tan esperado”, expresó el rabino Marcelo Bater. También agregó que se está realizando un documental sobre el tema.
Hubo aplausos para Anita, por su Bat Mitzvá a los 100 años. Bater recordó el día que se puso el talit (es un accesorio religioso judío en forma de chal utilizado en los servicios religiosos del judaísmo) que le regaló su hijo. También de sus conversaciones sobre su pasado en la ciudad rumana en la que nació. ”Tu travesía de supervivencia, escapándote por diferentes ciudades de Europa, como me contaste. Hasta llegar a Francia y en 1952, a la Argentina”.
Anita Isaac de León nació en 1925 en Bacau, Rumania, en el seno de una familia dedicada a la gastronomía. Su infancia transcurrió en un contexto difícil, marcado por las restricciones que el nazismo impuso al pueblo judío. En busca de mejores condiciones de vida, su familia se trasladó a Bucarest, donde abrió un restaurante que logró mantenerse gracias a la solidaridad de sus empleados cristianos.En 1947, con la ayuda del JOINT, lograron escapar escondidos en carros de heno y cruzaron Europa hasta llegar a Francia. Cinco años después, en 1952, emigraron a la Argentina y se establecieron en Mendoza. Allí, Anita abrió un taller de alta costura y confeccionó el primer abrigo tipo montgomery del país.
Hoy, Anita tiene un hijo, cuatro nietos y siete bisnietos.Durante casi tres años, Marisha y sus padres vivieron ocultos en un espacio de apenas dos metros cuadrados, en la casa de una mujer polaca que más tarde sería reconocida como Justa entre las Naciones. En ese reducido refugio sobrevivieron en condiciones extremas, saliendo solo de noche para no ser descubiertos.
Al finalizar la guerra, regresaron a Lodz, pero la desolación y el persistente antisemitismo los impulsaron a emigrar: primero a Francia y, finalmente, a la Argentina en 1950. En Buenos Aires, la familia abrió una fábrica textil y Marisha estudió Farmacia y Bioquímica en la universidad, donde conoció a su esposo, quien se convirtió al judaísmo por amor.Luego se compartió la historia de Ruth. “Nuestra sobreviviente de Viena, Austria. Quien vivió sus años de infancia lejos de la familia. Y en 1939 se volvió a reunir con sus padres para después venir acá a Buenos Aires”, dijo el religioso.
Ruth Jacquel Marshall nació en 1931. Su padre era asesor jurídico y su madre tenía un local de decoración, pero la llegada del Anschluss (la anexión de Austria a la Alemania nazi) en marzo de 1938 cambió sus vidas por completo. Su padre debió huir a Francia y el negocio familiar se perdió.En la Argentina continuó sus estudios y se graduó como Técnica Óptica, aunque eligió trabajar junto a su madre en el rubro de la decoración. En 1951 se casó con Jorge Marshall, con quien tuvo dos hijas. Tras enviudar en 1992, continuó adelante con su trabajo y su vida.
Al hablar de Ilse, mencionó que pudo escaparse de su Berlín natal, para llegar a la Argentina en 1937 a bordo del barco Jamaïque. Ilse Jordan nació en 1929 en Berlín, Alemania. Luego del ataque a la tienda de lencería de sus padres y la agresión que sufrió su padre, la familia tomó la difícil decisión de emigrar. Él viajó primero a la Argentina, en 1936, para preparar el camino, mientras que Ilse y su madre se quedaron viviendo con sus abuelos hasta conseguir los visados necesarios.Finalmente, en abril de 1937, Ilse y su madre llegaron a Buenos Aires a bordo del barco Jamaïque. En su nuevo país, sus padres intentaron continuar con la fabricación de lencería, aunque debieron abandonar el emprendimiento por motivos de salud.“Lea es otra de nuestras bat mitzvá, de nuestras chicas nacidas en Polonia, en Vilna. La que en 1941 pudo sobrevivir y escapar gracias a unos oficiales soviéticos. En 1949 ingresó con su madre acá en la Argentina de manera ilegal”, contó el rabino. Elisabeth Kogan de Kociak nació en 1937. Un año después, su padre emigró a la Argentina en busca de un futuro mejor para la familia. Cuando las tropas alemanas invadieron Polonia en junio de 1941, Elisabeth y su madre lograron sobrevivir y escapar gracias a la ayuda de oficiales soviéticos que conocían a su madre por su trabajo como cajera en el Casino de Oficiales.
Ya establecida en Buenos Aires, Elisabeth estudió en una escuela comercial y en 1960 se casó con Natalio Kociak. Enviudó en 1979 y formó una familia con dos hijos, tres nietos y un bisnieto. Trabajó como secretaria hasta 2001 y hoy comparte su vida con un nuevo compañero.
Mientras tanto, sus padres permanecieron ocultos en distintos lugares de la ciudad, y su madre, arriesgando su vida, se escapaba a veces para verla. Terminada la guerra, Betty tenía siete años cuando finalmente pudo reencontrarse con ellos.
Hoy tiene cinco nietos y tres bisnietos.
A continuación, se rememoró el pasado del único hombre del grupo, Pedro “Ese chico que nació en la ciudad de Praga. El que incluso habiendo sido bautizado pensando la familia que de esa manera iba a poder salvarse de la persecución, no fue así. El chico que fue deportado al campo de Terezin. El que se despidió de su padre en la ducha. Ya que al otro día era deportado a Auschwitz. Y no regresó, pero estamos hoy para contar su historia. En 1949 llegó hasta la Argentina”.En 1939, el rancho familiar fue expropiado y la familia se trasladó a Praga. En un intento por protegerlo, sus padres lo bautizaron en 1942, aunque solo ellos debían usar la Estrella de David. Poco después, Pedro y su madre fueron deportados al campo de concentración de Terezin. Allí fue separado en una barraca para niños y tuvo su última conversación con su padre, quien fue deportado al día siguiente a Auschwitz, de donde nunca regresó.
Tras la liberación, en mayo de 1945, Pedro y su madre regresaron brevemente al rancho, pero las dificultades económicas la obligaron a venderlo. Decidida a comenzar una nueva vida, logró salir del país en 1949, gracias a la ayuda de una tía que vivía en la Argentina.Por último, se compartió la historia de Alba Silvia Wertheim, nacida en Buenos Aires el 24 de septiembre de 1939, hija única de Max y Claire, ambos nacidos en Alemania, quienes se habían visto forzados a huir a Londres en 1936, donde se casaron, para luego continuar a Francia y embarcarse hacia Argentina, donde llegaron en 1937.
“Es una iniciativa maravillosa, soñada. Mamá no tuvo la oportunidad de hacerlo y a sus cien años le hicimos el Bat Mitzvá. No fue fácil, hubo que vencer temores, dudas, pero finalmente sacó de adentro su valentía para llegar a este momento acompañada por toda la familia que también la alentaba para que lo hiciera”, contó Ricardo León, hijo de Anita, que vivió la ceremonia como un evento maravilloso, organizado con mucho afecto y entrega, por parte de las instituciones y el rabino. “Todos y cada uno hicieron que esto, este día brillara y sea inolvidable para todos”, afirmó.Anita Isaac, en su silla de ruedas, abrazada a un ramo de flores que le hicieron llegar, dijo estar sorprendida por la cantidad de personas que presenciaron la ceremonia. Entre ellos, familiares que llegaron de Estados Unidos. “Vinieron mi hijo, mi nieta, mis bisnietos. Todos vinieron a verme, a saludarme. Eso me impresionó y me llenó de orgullo”, expresó con emoción.Daniela Luber, directora del programa de Ayuda a Sobrevivientes del Holocausto de la Fundación Tzedaká contó que hace un año llevan adelante este proyecto emocionante. “Nos venimos encontrando semanalmente, mensualmente. Ellos están aprendiendo, animándose, porque fue muy movilizante para ellos, animarse a hacer esta ceremonia, el proceso de volver a identificarse. Algunos siempre estuvieron arraigados al judaísmo, pero otros no. Entonces, muchos, como contaban en la ceremonia, como Pedro que para salvarse tuvo que bautizarse, se alejó del judaísmo. Volver a sentirse confiados y libres de poder sentirse judíos y animarse a vivir esto que no pudieron de chicos. Así que el proceso fue muy emocionante”, destacó.
“Yo empecé por querer aprender lo que no aprendí de joven. No pensaba hacer la bar mitzvá”, reveló Pedro, mientras participaba de un brindis rodeado de tres hijos. Después, reflexioné y dije ‘Bueno, es un deber tardío que debo reparar’. Así que decidí por eso y como dije, por los muchos que no sobrevivieron y no pudieron hacerlo. Yo tengo mucho sentimiento de culpa por haber sobrevivido y por no haber sido un buen judío. El hecho de que hice la ceremonia es para reparar eso >Finalizado el ritual, el rabino Marcelo Bater expresó: “Hacer esta ceremonia me dio la oportunidad de vivir algo completamente diferente. Era el sentimiento de poder sentirse agradecido con ellos de que cada uno compartía su historia y sus vidas. Por eso, le pusimos el nombre de Jai Mitzvá. Una manera de honrar sus historias, honrar sus vidas, honrar su resiliencia y agradecerles por compartirla con toda la comunidad. Ese es el sentimiento de agradecimiento hacia cada uno de ellos”.
Fuente: telam
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