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30/10/2025

A 115 años del nacimiento de Miguel Hernández: el poeta que vivió entre versos, lucha y comunismo, y murió en una agonía esperanzada

Fuente: telam

Se crió como pastor de cabras, fue amigo de Neruda y tuvo un vínculo tenso con García Lorca. Cuando estalló la Guerra Civil Española se desempeñó como comisario político comunista lo que le valió su condena: pasó los últimos años de su vida, enfermo de tifus y tuberculosis, en prisión. El amor de su mujer, la lealtad de sus amigos y los homenajes póstumos

>“Aquí tengo una voz enardecida,

aquí tengo un rumor,

La vida de luces y sombras de Miguel Hernández Gilabert comenzó el 30 de octubre de 1910 en Orihuela, cerca de Alicante. A su lugar de origen le dedicó ese poema donde exalta sus colores y sus vistas y concluye con ese memorable: “Contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra”.

Buscó ayuda para expresarse y la encontró entre escritores de la talla de José María de Cossío (1892-1977), miembro de la Real Academia; Vicente Aleixandre (1898-1984), también académico, y el mismísimo Pablo Neruda (1904-1973), quien lo inició en el surrealismo.

Neruda diría de su amigo, una vez fallecido, que recordar a este “muchachón de Orihuela” era un deber de España, un deber de amor a un hombre que había dado todo por su país: su coraje, su vida y sus versos.

Curiosamente, la relación con el otro gran poeta español, Federico García Lorca (1898-1936), fue una de desencuentros, de cartas sin respuesta o exhortaciones a calmarse dirigidas a ese joven de escasos 20 años quien proclamaba, con esa soberbia propia de su juventud, que sus versos “tenían más cojones que todos los poetas consagrados”.

Federico murió ante un pelotón tras unas horas de angustia; a Miguel lo fueron matando de a poco, en calabozos plagados de pulgas y alimañas, con comidas rancias y magras, en trenes helados donde las lágrimas se congelaban, lejos de su amor Josefina Manresa (1916-1987) y de sus hijos, uno de los cuales murió en la infancia.

Miguel peleó está guerra entre hermanos, esperando “la muerte, cuando hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas”.

Escribía sus versos siempre que la guerra se lo permitía.

Una vez más sus amigos intercedieron por su vida y, en lugar de fusilarlo, lo condenaron a una prolongada agonía, solo alentado por esa frase que repetía: “Dejadme la esperanza”.

No solo era golpeado por el enemigo, sino también humillado y obligado a hacer concesiones a sus principios. No es fácil mantener la dignidad en la adversidad.

Como esta convivencia no era bien vista por las autoridades franquistas, obligaron a este hombre consumido por el tifus y la tuberculosis a casarse por los ritos católicos, bajo la amenaza de que su hijo supérstite, Manuel, fuese declarado ilegítimo.

Miguel le escribió a Josefina porque le hicieron creer que, consagrada la boda frente a un altar, sería trasladado a un hospital para recibir el tratamiento que tanto necesitaba. “Dejadme la esperanza”, se habrá repetido Hernández más de una vez, al escribir esta súplica que alentaba la posibilidad de vivir, de ver a su esposa e hijo, plasmar la fuerza de sus versos...

Tanto Miguel como Josefina se negaron a confesarse, pero aun así se llevó adelante la boda: la cuestión era humillar al republicano, comunista y ateo que, para colmo, se hacía llamar poeta.

Solo cinco personas acompañaron al tosco féretro al cementerio de Alicante.

Por esas ironías de la vida —a las que solo el tiempo les concede alguna gracia— a Miguel lo colocaron en su nicho como a un sacerdote, es decir, con los pies hacia adelante y, para colmo, le estamparon una cruz, aunque fuese ateo.

Años más tarde, su amigo Vicente Aleixandre dejó sobre su tumba una nota: “Tú, el más puro y verdadero, tú el más real de todos, tú el no desaparecido”.

“Aunque bajo la tierra

escríbeme a la tierra

Fuente: telam

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