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20/10/2025

Es correntino, se tragó un escarbadientes sin darse cuenta y se le atoró en el corazón: “Bajaba un escalón y sentía un pinchazo”

Fuente: telam

Hace una década, el caso de Horacio Rodríguez Videla fue noticia en todo el país cuando los médicos del hospital Fernández le sacaron un palillo de madera de seis centímetros del corazón. ¿Cómo siguió después? ¿Logró recordar cuándo se lo tragó? Además, la palabra del cirujano que le salvó la vida

>En el quirófano del Hospital Fernández se respiraba un clima de incertidumbre. Nadie hablaba. El paciente en la camilla tenía el pecho abierto y el corazón detenido, conectado a una máquina. Detrás de la lupa, con ambo, barbijo y guantes, el doctor Fernando Cichero —jefe del Departamento de Cirugía— primero se sorprendió; después, se echó a reír. Sus compañeros no entendían: “¿Qué es?”, le preguntaban. “Es un escarbadientes”, respondió él. “Vos estás totalmente loco. ¿Limpiaste la lupa?”, le decían, incrédulos. Hasta que el cirujano abrió la palma de su mano y exhibió el palillo de seis centímetros, con punta en los dos extremos, que acababa de extraer del ventrículo derecho. “Cuando se los mostré, arrancaron las carcajadas. Uno de ellos dijo una frase de la que todavía no acordamos: ‘¿Y dónde está la aceituna?’”, recuerda Cichero en charla con Infobae.

Finalmente, a comienzos de octubre de 2015, el equipo de Cichero decidió intervenirlo. “El plan original era sacarle el catéter por el cuello. Le metimos una pinza de laparoscopía y empezamos a tirar. ¿Qué ocurría? Tirábamos y se le daba vuelta el corazón. Hasta ahí, nosotros pensábamos que era un plástico. El plástico, si vos tirás, se dobla. En ese mismo momento tomamos la decisión de abrirle el tórax. Yo lo lamentaba: ‘Un muchacho tan joven y hay que abrirlo para sacarle un catéter…’. Todo el procedimiento duró seis horas”, cuenta el cirujano.

La historia de Horacio Rodríguez Videla comenzó a fines de febrero de 2015, cuando empezó a sentirse mal durante un viaje a Corrientes, la provincia donde nació en septiembre de 1972. Hasta ese momento —dice— llevaba una vida saludable y activa: “Jugaba al rugby y tenía una empresa de fumigaciones. Viajaba seguido a Corrientes para visitar a mi familia en Mercedes”, explica.

De regreso en Buenos Aires, los síntomas volvieron siete días después. “Me asusté, llamé a mi tío —que es médico— y me dijo: ‘Andate al Hospital Fernández, ahí están los mejores infectólogos’”. Desde entonces, la vida de Horacio quedó suspendida. “Entre idas y vueltas fueron siete meses de análisis, internaciones y antibióticos. Me revisaban el cuerpo de arriba abajo y no encontraban nada. En las placas veían algo que se movía dentro del corazón, pero no entendían. Después, contraje un virus intrahospitalario, una bacteria llamada Pseudomona, con un 95% de mortalidad”, detalla.

Con el paso de las semanas, cuando se sentía un poco mejor, Horacio se las ingeniaba para mantener su rutina. “Tenía la empresa y no podía dejarla, así que armé una oficina en la habitación del hospital. A veces venía mi secretaria con los ficheros y llamábamos clientes. Nos reíamos porque yo atendía mi celular y, casi a los gritos, decía: ‘¡Fumigaciones Viento Norte!’. Mi compañero de habitación no entendía nada. Llegué a llevar hasta un televisor. Dentro de todo, la pasé bastante bien en el Fernández”, dice.

Esa sensación ‘pinchazo’ —explica ahora el doctor Cichero— no era por el escarbadientes, sino porque tenía inflamado el pericardio, la membrana que envuelve al corazón. “Lo que pasa es que nuestro cerebro no tiene representación de los órganos internos. Uno dice: ‘Ay, cómo me duele la panza, pero no: ‘Me duele el yeyuno íleon’. Con esto pasaba lo mismo”, dice el médico.

A eso se sumaba un obstáculo clave: la madera no se ve ni en las radiografías ni en las tomografías. “Los rayos X atraviesan el material. Al principio veíamos una especie de ‘casquete’ —en medicina se llama granuloma— que aisló el elemento que le estaba produciendo la fiebre. Después esa imagen cambió radicalmente: veíamos una cosa larga y por eso pensamos que podía ser un catéter”, explica.

Recién cuando los médicos lograron limpiar la bacteria del corazón, Horacio pudo ser operado. El 14 de octubre de 2015, día en que recibió el alta, el correntino publicó un mensaje en su cuenta de Facebook en el que agradecía a los profesionales del Fernández y dejaba entrever su costado religioso. “Gracias a Dios, por supuesto; a mi Arcángel San Miguel, al Gauchito Gil, a la Virgen de Itatí y de las Mercedes, y a todos los otros santitos y vírgenes que ayudaron. Como dijo el Papa: ‘En una semana me verán haciendo lío por ahí’”, escribió entonces.

A partir de ahí, la historia se bifurcó. Para Horacio, el episodio quedó como una anécdota increíble que aprendió a relatar con humor. Para Cichero, en cambio, fue un caso tan excepcional que jamás pudo olvidarlo. “Cuando se conoció la noticia llegué a dar 26 entrevistas: todos los medios del país hablaban de esto. Fui al programa de Mirtha Legrand y a lo de Chiche Gelblung. Me llamaban colegas de todas partes del mundo”, recuerda el cirujano.

Discípulo de René Favaloro, con 61 años y más de tres décadas en quirófanos, Cichero protagonizó varios hitos médicos, entre ellos, el primer trasplante cardíaco en paralelo en la Argentina. “Lo hicimos con el doctor Fernando Boullon, que fue quien me formó. El paciente era un señor de apellido Tobajas, que pesaba 130 kilos. No había corazón para ese hombre, entonces le arreglamos el suyo y le pusimos otro en paralelo donde está el pulmón izquierdo. Tenía dos corazones”, recuerda.

Aun así, el caso de Horacio Rodríguez Videla sigue siendo, para él, el más insólito de todos: “El año pasado, cuando me dieron un reconocimiento en la Legislatura porteña como Personalidad Destacada de la Medicina, conté su historia y lo invité a que me acompañara. La gente lo aplaudió a él también”.

El día que Horacio Rodríguez Videla volvió a Mercedes, su pueblo natal, lo esperaban como a una celebridad. “Un amigo que trabajaba en la Municipalidad tuvo la idea de recibirme con un camión de bomberos: le parecía increíble lo que me había sucedido. Cuando llegué me recibieron con honores. Toda la ciudad estaba alborotada”, cuenta.

A diez años de aquel episodio, el misterio del escarbadientes todavía persiste. “Se dijo que fue comiendo una picada, pero la verdad es que no me acuerdo exactamente dónde me lo tragué. Siempre digo que pudo haber sido en una hamburguesa o en un trago de Fernet. Lo inexplicable es que el escarbadientes estaba entero y con punta en ambos lados. Se ve que no mastiqué”, dice, y se ríe.

Fuente: telam

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