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18/10/2025

César Aira entra al bar: encuentro con el Premio Nobel que (aún) no fue

Fuente: telam

Se sabe: casi no da entrevistas, publica muchos libros y es el eterno candidato argentino a la gran distinción de la Academia Sueca. Aquí, una mirada sobre el autor

>El escritor de los 125 libros publicados, entre novelas, cuentos, dramaturgia y ensayos; el que nació en un pueblo de 20.000 habitantes llamado Pringles, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, en una casa con pocos libros; el que ganó premios prestigiosos como el Roger Caillois y el Formentor; el que casi no se muestra públicamente, y se mantiene sin redes sociales y fuera de los circuitos literarios; el que ha hecho un culto de escribir “media o una paginita por día”, publicando en promedio un libro o más por año, en su mayoría novelas breves, de 100 páginas. Ese escritor que, con 76 años, sigue viviendo en el mismo barrio de Buenos Aires, que va cada tanto a los mismos bares, anuncia un día, con su tono tímido y ensimismado, que ya no tiene ganas de hacerlo.

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Es una tarde de marzo de 2025, uno de los días más calurosos del año, con una temperatura que supera los 40 °C. Levanta la vista y sonríe ligeramente. Flaco y de mediana estatura, camisa a cuadros de manga corta, bermuda marrón y zapatillas, pelo corto, anteojos y barba prolija, saluda extendiendo la mano, con un apretón suave y apresurado. La voz es apenas audible entre el barullo del bar y los autos que pasan por la avenida Rivadavia, una de las principales de la ciudad.

—Te traje un libro —dice César Aira, y saca del bolso una edición en miniatura de El infinito, publicado por Urania, que firma rápidamente con una caligrafía nerviosa: “C Aira”.

Escrito en 1993, es un breve relato sobre un juego de infancia. El propio Aira se involucra como personaje, como en tantas otras de sus novelas, y también aparece Coronel Pringles, el pueblo donde nació.

Minutos antes había enviado un mail: “Si tenés problemas para venir lo postergamos. Hay un caos de tránsito por los cortes de luz”. Parecía atento a los vaivenes del día, pero una vez que se sentó en la mesa y el mozo le preguntó: “¿Un cafecito?”, a lo que correspondió con un guiño cómplice, el escritor argentino admirado por artistas como Patti Smith —que ha dicho: “Aira viene de un lugar donde la música suena siempre y nunca pasa nada, excepto todo. Tiene un ojo cubista que ve las cosas desde muchos ángulos al mismo tiempo”—, escritores como María Moreno —“La obra de César Aira es una máquina de invención perfecta: escribe sin deber y sin padres, como si por primera vez”—, que recibió elogios de Octavio Paz, Sergio Pitol, Enrique Vila-Matas y Carlos Fuentes —que lo imaginó ganando el Nobel en una de sus novelas—, traducido a 40 idiomas y editado en más de 30 países, se abstrae en una mirada lánguida que posa sobre las personas que pasan por la vereda.

Fue alguien difícil de asimilar. La revista Punto de Vista, dirigida por Beatriz Sarlo y termómetro de los debates culturales entre 1978 y 2008, colocó a César Aira en el lote de los escritores que eran inmunes a cualquier intento de crítica por su capacidad literaria para hacer cualquier cosa. No pocos investigadores y periodistas piensan que Aira inventó un “verosímil Aira”, como su amigo el escritor Elvio Gandolfo, que postuló la pregunta “¿César Aira es o se hace?”, y se permitió bromear: “Una de las cosas que aprecio en César Aira, justamente, es que es descontroladamente así: ¡saca como 10 libros por año!”.

Así, en su obra inagotable y torrencial, ni escritor de ciencia ficción, ni realista, ni fantástico, ni surrealista, ni excéntrico, ni absurdo, ni ensayista, o bien, la suma sui géneris de todos ellos, César Aira nunca dejó de cambiar libro a libro, desconcertando, cansando o hechizando a sus lectores. Puede, en sus novelas, insertar monstruos estrafalarios en lugares insólitos o fantasmas entre albañiles e inquilinos de un edificio en construcción; obsesionarse con ninjas, gimnasios y supermercados chinos; con paisajes y geografías remotos como los que fascinaron al pintor alemán Johann Moritz Rugendas; puede empezar una novela con la frase “Mi historia, la historia de ‘cómo me hice monja’, comenzó muy temprano en mi vida; yo acababa de cumplir seis años”, para luego no saber si el que narra es un niño o una niña; o simplemente haber confesado que con dos palabras, la costurera y el viento, imaginó el título de una novela, ejemplo de sus “juguetes literarios para adultos”, en el que aparece la vida costumbrista de una costurera de pueblo y, en la segunda parte, tras un giro imprevisible, el personaje es el viento; pueden las historias de Aira volverse aún más fantásticas, como cuando gusanos gigantes, entre un ejército de clones de Carlos Fuentes, comienzan a salir de las montañas y amenazan con aplastar un pueblo venezolano en El congreso de literatura (1997), o cuando un escritor de novelas góticas deja todo por el consumo de opio mientras lo acechan sus ghostwriters como criminales sueltos en Buenos Aires en su novela Prins (2018). Él mismo, César Aira, fue alguna vez escritor por encargo, como se reveló con el best seller político La conspiración de los banqueros (1985), de Jorge Garfunkel, un banquero argentino multimillonario.

—Todos los que me despreciaron deben tener razón, les agradezco que hayan escrito sobre mí. Ya no me peleo con nadie —se limita a decir Aira en el bar sobre sus críticos.

En un congreso literario en la Universidad Nacional de Rosario, en 2007, dijo que valoraba más las críticas negativas que las positivas, y citó la que en su momento escribió María Teresa Gramuglio en la revista Punto de Vista sobre su novela Ema, la cautiva. Aira rescató que la investigadora “hacía unas objeciones muy ciertas, y entonces comprendí cómo la omnipotencia del creador cuando está creando, esa libertad maravillosa, tiene ciertas restricciones. Yo hacía trampa en esa novela, que una lectora inteligente las vio enseguida”. Publicada en 1981, la historia de Ema, la cautiva, ocurrida en el siglo xix, arranca con un viaje en el que una comitiva de soldados y oficiales lleva una carga de presos, mujeres y niños hacia el fuerte de Pringles. En el devenir de la trama, Aira distorsiona el tópico del relato de civilización y barbarie latinoamericano, y Ema quiebra el estereotipo de la cautiva: no es blanca ni inocente, no está casada con un hombre blanco, no tiene un final trágico.

En el bar Pizza-Pizza, agobiado por la humedad porteña del verano, Aira parece ya lejano a lo que se diga sobre él. Ese día de marzo, como todos los días, se levantó temprano, desayunó, revisó el mail. Desde que a su esposa, la poeta Liliana Ponce, se le detectó esclerosis lateral amiotrófica (ela) hace una década, sale a hacer compras y prepara la comida con ayuda de trabajadoras domésticas. Hace años que no da entrevistas en la Argentina y solo unas pocas a medios extranjeros, en ocasión de algún premio o la salida de un nuevo libro. Escritoras como Selva Almada han dicho: “Lo envidio a Aira. Se resiste radicalmente a esa cosa de que los escritores tenemos que exponernos y hablar todo el tiempo. Así hemos perdido el misterio”.

Primero aceptó unas preguntas por mail. Luego, volvió sobre sus pasos. Escribió: “Lo estuve pensando y preferiría que escribieras ese artículo sin mi participación, sobre mis libros y no sobre mí, como se ha estado escribiendo últimamente, para mi íntimo bochorno. Además, no querría que me pase lo que a mi tocayo Thomas Randolph, que murió, a los 30 años, por indulging himself too much with the liberal conversation of his admirers”.

En esa entrevista puede verse su casa, con pilas de libros y cajas de cartón, una silla de gamer frente a una computadora, lapiceras de colores, complejos vitamínicos y paredes con humedad: una casa austera con muebles viejos, de artistas de clase media. Simpático y ocurrente, se sienta en la cama enseñando manuscritos. En un momento, atiende el teléfono fijo. Es una tía de 90 que lo saluda por su cumpleaños y él la corta amablemente: “Para mí es un día normal. Lo pienso pasar acá, solo”, dice a cámara con mirada pícara.

Poco después del reportaje sueco, tuvo un sueño revelador. Así lo contó por mail: “Querido Juan Manuel, creo que después de todo será mejor que no hagamos la entrevista. Me disuadió un sueño que tuve anoche: me salía del cuerpo una sustancia viscosa y putrefacta, que caía sobre una pila de libros que había en el suelo. Yo trataba de salvarlos, aunque sabía que era imposible, esa plasta ya los cubría y se metía entre las hojas. La fragilidad de los libros quedaba claramente expuesta. Interpreté que esa materia destructiva era lo que yo podría decir, mi expresión personal, que iba a corroer la lectura de mis libros, manchándolos sin remedio. Un detalle que me llamó la atención fue que no era un sueño de angustia, aunque lo tenía todo para serlo. Tenía la forma de una pesadilla, y el contenido de una contemplación intelectual, casi de una interpretación o de un mensaje que venía de lejos. Me tranquilizó: bastaba con no hablar para que los libros no se echaran a perder. En fin, sé que harás un gran trabajo. Te mando un saludo. C”.

Ahora, en el centro de Buenos Aires, César Aira termina su café y come una galletita de chocolate.

—No. No escribo hace más de un año. Pero sí… cuando lo hago me siento en una mesa, anoto cosas en mi libretita y cada tanto veo a la gente pasar. Es una linda distracción. El resto lo paso encerrado, entre mis papeles y cuadernos, leyendo casi todo el día. Como hice toda mi vida.

Empezó a publicar en los ochenta, pero la crítica argentina enaltecía a otros escritores como Ricardo Piglia y Juan José Saer. A poco de editar su primera novela, Ema, la cautiva —aunque antes había escrito Moreira, en 1975—, a sus 30 años, César Aira escribió un ensayo en la revista Vigencia, en que dijo que la novela argentina era una “especie raquítica y malograda”, y que Respiración artificial, la novela insignia de Piglia, era “una de las peores novelas de su generación”. No faltaron los dardos contra los “escritores importantes” del boom latinoamericano —Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, García Márquez, Juan Rulfo—, y también llegó a decir que “el mejor Cortázar es un muy mal Borges”.

(Este artículo fue publicado originalmente en la revista Gatopardo, donde puede leerse su versión completa)

Fuente: telam

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