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13/09/2025

La visión contemporánea de Aleister Crowley

Fuente: telam

Infobae Cultura publica el prólogo de “Hija de la Luna”, emblemática novela del ocultista, místico y mago británico que acaba de publicar el sello editorial Walden

>Esta edición de Moonchild, o Hija de la Luna, existe, en parte, porque los derechos de la obra de Crowley entraron al dominio público fuera de Estados Unidos en 2018, poco más de setenta años después de su muerte. En ese entonces, quienes nos divertimos con este tipo de cosas sentimos algo de entusiasmo ante la idea de una pequeña explosión en el negocio del libro, que ya tenía el camino abierto para publicar sin liquidarle a nadie a un chico terrible del siglo XX, a una de las 58 caras de la portada de Sgt. Pepper’s, el “hombre más malvado del mundo” según la prensa sensacionalista de su época. Más todavía con el supuesto auge de la literatura de terror que comenzaba ―el ocultismo está hoy en el centro de libros exitosos Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez, y Para hechizar a un cazador, de Luciano Lamberti―, o todas las jóvenes brujas que posteaban en Instagram. También, quedaba abierto el camino fácil de vender algo de espiritualidad o cultura alternativa, de colocar a Crowley en el plano comercial de lo lateral, de lo otro, la forma que tiene la industria de la cultura de vender este tipo de ideas. Es un truco de doble filo. Reconoce el peligro que implican ―el de tomar a un bobo más para convertirlo en un bobo menos― pero las condena a la infancia intelectual al mismo tiempo. Salvo por contadas excepciones, esa explosión no ocurrió. Ni cerca. Nada en Argentina, pocas ediciones en España, sin una curaduría interesante. Vayan a una librería promedio en Buenos Aires y no encontrarán un solo libro de Crowley en venta. Este nuevo Hija de la Luna ―con una nueva traducción que supera con fuerza a la de la vieja edición de la editorial española Humanitas― tal vez sea el único.

Titulé este ensayo “La visión contemporánea de Aleister Crowley” porque creí, en un primer momento, que sería agradable o vendedor, que le gustaría a algún público hipotético. Después entendí que no hay tal cosa como una visión contemporánea, sino una sola visión, una única forma de verlo. Crowley no solo fue un raro, un yonqui, un animal sexual, una nota al pie en el siglo XX o, en el mejor de los casos, un gran ocultista: fue, para muchos, el profeta del culto de la Ley de Thelema, la filosofía religiosa y teúrgica de la ley de haz tu voluntad. Vivió su vida y modeló su obra de acuerdo a ese rol, con el que fundó dos órdenes iniciáticas, la Astrum Argentum y la Ordo Templi Orientis ―que opera hace más de veinte años en Argentina―, cuyos miembros practican sus enseñanzas y sus ritos y viven según sus escrituras. La heredera de los derechos de publicación de Crowley fue, precisamente, la rama norteamericana de la Ordo Templi Orientis. Para leer a Crowley, solo hace falta aceptarlo como tal, en sus propios términos. Seguramente es mucho pedir que alguien que no cree en nada más allá de su nariz que acepte como cosas reales a los demonios que Crowley supuestamente desató en Boleskine House, Escocia, mientras invocaba a su genio superior, su Santo Ángel, sus ritos para evocar al espíritu Bartzabel, sus conversaciones con Choronzon en el desierto de Bou Saâda, Argelia, con la inteligencia llamada LAM o el misterio de la magia sexual reservado a los iniciados e iniciadas del noveno grado de la OTO. No hubiese sido nada sin estas experiencias. Sin ellas, sería otro europeo disipado y extravagante. Crowley, por otra parte, nunca tuvo problemas en presentarse como quien era, con su investidura y su rango y la jerarquía que le confirieron esas experiencias que fueron sus triunfos. Para un iniciado, no hay nada más fácil y conveniente ―o más difícil― que esconderse a simple vista, pero Aleister Crowley y Frater Perdurabo ―“perduraré hasta el final”, uno de sus tantos nombres espirituales― eran una misma cosa. Esta tensión propia de la vida de Aleister llevó a que su obra termine en el estante de libros esotéricos, un poco más abajo de la poesía, lejos de cualquier literatura considerada respetable por la industria de la cultura. Pero al mundo que Crowley ayudó a crear y que vive y prospera hasta hoy en Buenos Aires y en el resto del mundo, lo que diga esa industria no le interesa en absoluto. Tampoco necesita que alguien se ponga de su lado. Genesis Breyer P-Orridge, músico y performer, parte de Throbbing Gristle y Psychic TV, uno de los artistas que mejor interpretó y aplicó las ideas de Crowley, dijo: “La magia se defiende a sí misma”.

Esto lleva a una contradicción formal en Hija de la Luna. Crowley, como líder de un sistema de filosofía religiosa, estableció una forma de clasificar los textos de su canon. Lo llamó su imprimatur, el término que, irónicamente, la Iglesia católica emplea para otorgar el aval oficial a una publicación. Se divide en una serie de clases. Los textos de Clase A son aquellos que no pueden tocarse siquiera en una mayúscula, los que Crowley recibió en un estado de trance, dictados por una inteligencia superior, como, por ejemplo, Liber AL vel Legis, El Libro de la Ley, la supuesta revelación que recibió en El Cairo en 1904 de donde proviene su único dogma, “haz tu voluntad”, el texto que definió su ethos y su vida, así como el ethos de sus seguidores. Los de Clase D corresponden a sus rituales, instrucciones de misticismo y magia ceremonial. Pero Hija de la Luna no pertenece a ninguna de estas divisiones, no integra ese imprimatur, existe fuera de él. Es curioso que así lo sea, porque en esta novela pop y grotesca, el hombre que configuró y desfiguró la historia moderna de las ciencias ocultas y de la magia misma como fuerza decidió esconder a simple vista uno de sus mayores arcanos. Como cualquier cosa en el ocultismo, lo que Hija de la Luna representa se comunica en símbolo. Pocas veces en la obra de Crowley ese símbolo es tan evidente.

En esta novela, escrita en 1917 en sus días en Nueva Orleans y publicada en 1929 por Mandrake Press en Londres, Crowley invirtió todo lo que él era. El clásico veneno de sus comentarios está allí, su sentido del humor seco y dañino. Es un libro profundamente inglés. Aleister mismo lo era, por síntesis o antítesis; no pierde tiempo en volcar su clase y su cultura, cuando escribe en el primer capítulo su revulsión y su afecto por Londres. El toque del decadentismo francés también se siente en el texto. El decadentismo fue una escena que, a Aleister, un contemporáneo, le encajaba perfecto, en toda esa ampulosidad y regodeo. “El libro demuestra que todas las personas e incidentes son puramente inventos de una imaginación perturbada”, dijo una vez Crowley sobre sus personajes en Hija de la Luna, tal vez esperando que nadie le crea. Es un roman à clef, una novela en clave, donde jugó con las celebridades que conoció, con sus confidentes y con el mundo secreto de su vida como si fuese un chico. No se esforzó en disimularlo. La bailarina Isadora Duncan fue la base para escribir a Lavinia King, de acuerdo con Richard Kaczynski, autor de Perdurabo, una biografía de Crowley particularmente bien documentada. Les reservó un lugar turbio, demoníaco, a ciertas figuras de la orden rosacruz y la Sociedad Teosófica. Le dio el peor puesto de todos, el del mago negro Douglas, a su viejo amigo Samuel MacGregor Mathers, uno de los fundadores de la orden en la que Crowley se había iniciado y formado, la Orden Hermética de la Aurora Dorada. Al convertirlo en Douglas, Crowley lo envió al pozo mismo de la infamia. La magia negra no se trata de las energías con las que el ocultista trabaja ―la Goetia, según Crowley, es el texto de evocación demoníaca más estudiado y practicado en las últimas décadas―, sino del objeto de la magia ceremonial misma. Joder a otros con magia es, precisamente, magia negra.

Y luego están las dos ideas en el núcleo de Hija de la Luna. La primera es la mujer como oficial del rito, la Mujer Escarlata. En el libro, es Lisa la Giuffria, la sacerdotisa madre y puta que representa a Babalon, la diosa que monta a la Bestia del libro bíblico de Revelaciones, una Bestia con la que Crowley se identificó a lo largo de su vida. Por ende, Crowley necesitaba una diosa personal, una partenaire para sus ritos mágicos. Tuvo muchas, a las que les otorgó el cargo de Mujer Escarlata, que proviene de El Libro de La ley.

Luego, está la figura del Niño, creado por esta unión para ser manifestado en este u otro plano, el producto de “la Unión Apasionada de los Opuestos”, como la llamó Frater Brennius, el yogui porteño que instaló a la OTO en Argentina a comienzos del siglo XXI. Esto es lo que define a la magia de Thelema, lo que la distingue de cualquier otra cosa en la historia del ocultismo. Esto es la magia sexual. Cualquier fantasía de coito ceremonial es una cortina deliberada para esconder este principio. Si leen a Crowley con un poco de atención, lo verán decenas de veces. Otra vez, se trata de un símbolo. No se refiere a los hijos biológicos que Aleister tuvo a lo largo de su vida. Difícilmente un thelemita promedio pueda nombrarlos a todos. La más conocida de todas es la más trágica, Poupée, cuya madre fue Leah Hirsig, Soror Alostrael, una de las Mujeres Escarlata. Murió en octubre de 1920, tras enfermar en la Abadía de Thelema, el experimento social que Crowley intentó en Cefalú, Sicilia, una comuna hippie creada casi cincuenta años antes de que existieran las comunas hippies, un lugar marcado por el desorden y la mugre. Poupée tenía apenas ocho meses de edad. Crowley, de acuerdo con sus diarios mágicos, sacrificó a un gato para intentar salvarla.

Liber AL tiene tres partes, en las que hablan las voces de tres divinidades. La primera es Nuit, la Madre, la versión de Crowley de la diosa egipcia Nut, que representa la infinidad y la continuidad del cielo. El segundo es Hadit, o Had, el Padre, el globo alado coronado por serpientes, la partícula infinitesimal, una representación de Horus conocida como Hor-Behedet. El tercero es el resultado de esta unión: Ra-Hoor-Khuit, o Ra-Horakhty, el Niño Coronado y Conquistador, Horus en su trono. El nuevo Aeón que anuncia Liber AL es, precisamente, el Aeón de Horus. La misma tríada puede verse en la estela funeraria de Ankh-af-na-Khonsu, un escriba de las Dinastías XXV y XXVI de Egipto, que Rose Kelly, la primera Mujer Escarlata, le señaló a Crowley en su visita al museo de Bulaq, en El Cairo, luego de que la propia Rose le anunciara que ―según el propio mito escrito por Crowley― recibiría el mensaje de Liber AL. El número de la estela en el catálogo del museo era el 666. Crowley repitió el motivo de su Sagrada Trinidad pocos años antes de su muerte en su Tarot de Thoth, pintado por lady Frieda Harris. Puede verse en la carta del Arcano XX, El Aeón, que reemplaza de manera drástica a un arcano mayor al menos bíblico, El Juicio. Buscó también al Niño a lo largo de su vida, creyéndolo capaz de desentrañar los misterios de la revelación que había recibido. Creyó encontrarlo, por un tiempo, en Frater Achad, Charles Stansfeld Jones, uno de sus discípulos más originales y problemáticos. La propia voz de Nuit se lo había dicho: “No lo esperes del Oriente ni del Occidente; pues de ninguna supuesta casa viene ese niño”.

La traducción de ese verso no es mía: le pertenece a Finita Ayerza, que realizó de la primera versión en español de El Libro de la Ley, y la mejor hasta ahora. Hay una historia de Crowley y Thelema en Argentina. Esta edición de Hija de la Luna es parte de ella.

Lo que hizo Ayerza, en cambio, perduró por décadas. Su Liber AL vel Legis fue una audacia en tiempos horribles: fue publicado en Buenos Aires el 22 de septiembre de 1981, con la Argentina todavía bajo el terror de la dictadura militar, en una edición de circulación casi privada, realizada con el apoyo de sus amigos Adriana Rosenberg y Renato Rita. Los seguidores de Crowley en Latinoamérica emplean su traducción de Liber AL en sus ritos hasta hoy: estuvo presente en al menos quince años de iniciaciones.

Psicóloga lacaniana, amiga de autores como Jacques Alain-Miller y Slavoj Žižek, Ayerza había desarrollado un interés en Crowley a comienzos de los años setenta, lo que la llevó a Nueva York, donde conoció en 1977 a los miembros de la Tahuti Lodge, la célula de la OTO que operaba en esa ciudad. James Wasserman recordó a Finita ―a la que elogió como una verdadera adepta del tarot― y su paso por Nueva York en su biografía, In the Center of the Fire; una foto de Ayerza de ese entonces ilustra el libro, con botas texanas y un estilo realmente chic. No había viajado sola a Nueva York. Junto a ella se encontraba otra mujer, a la que Wasserman recordó apenas como “Susanna”. Era una vieja amiga de Finita, Susana Lippschitz, oriunda de Palermo, que es incluso más importante que Ayerza para la historia de Thelema en habla hispana.

Frater Brennius era otro de sus contactos a comienzos de los años 2000. Yogui profesional, un conocedor del mito artúrico, ciertamente carismático, estaba lejos de ser un freak a simple vista, como muchos de los mutantes contraculturales que lo rodeaban. Brennius ―que tomó su nombre mágico de la leyenda celta de Bran, el Bendito― había viajado a California a comienzos del siglo XXI para contactar a la OTO. Así, terminaría lo que Ayerza y Lippschitz habían empezado. Obtuvo la carta patente de representación para la orden de Crowley en Argentina y, en 2009, consiguió el permiso para crear miembros argentinos; varios de los estudiantes de Olam se convirtieron en sus iniciados e integraron el primer momento de la OTO porteña. Así, formó lo que fue el centro de la cultura de Thelema para América Latina durante casi diez años, el Oasis Bafomet, que celebró, por ejemplo, ciertas invocaciones en un monoambiente sin baño en un edificio de Congreso frecuentado por putas y cafishos. Brennius, también, celebró en varias ocasiones el rito central público de la OTO, la Misa Gnóstica, escrita por Crowley en 1925, con la eucaristía del vino y el pan de luz, amasado con la sangre menstrual de la sacerdotisa del rito. El Oasis Bafomet dejó de existir en 2015 y fue reemplazado por un nuevo cuerpo, el Oasis Shivaji, que continúa hasta hoy, con nuevos iniciados.

Esta nueva traducción de Hija de la Luna no existiría sin Ayerza, sin Lippschitz, sin Brennius, sin Olam, sin los habitués del Oasis Bafomet. Es parte de este mundo, de esta historia de casi cincuenta años de personas que, como dice Mariana Enriquez en la contratapa, buscaron cambiar el mundo con palabras, para expandir el campo de lo posible.

Fuente: telam

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