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09/09/2025

La historia que Natalia Oreiro lleva al cine: su hijo fue a la cárcel por error, se enamoró de un preso y ahora viven juntos

Fuente: telam

La historia de Andrea Casamento se refleja en “La mujer de la fila”, una película que dirige Benjamín Ávila y que muestra el servicio penitenciario desde la mirada de quienes lo visitan cotidianamente

>“No, hacé la tuya. Cuidá a tus hijos. No vuelvas”. Alejo y Andrea cortaron el teléfono. Había sido una llamada distinta a todas las demás. Distinta a las que habían mantenido cada vez más cotidianamente durante dos meses, ella desde su casa, él desde la cárcel de máxima de seguridad de Ezeiza en la que se habían conocido hacía muy poco. “Yo corté y me puse a hacer milanesas. Al otro día me tomé el 166 y durante todo el viaje pensé ‘¿qué estoy haciendo?’. Pero fui. Fui 16 años a visitarlo, me casé en la cárcel, tuvimos un hijo, Joaquín, que ya tiene 20. Armamos nuestra familia”, dice Andrea Casamento sobre una de las partes de su vida que hicieron que la suya fuera una vida de película.

Juan, que ahora tiene 39 años, es peluquero y tiene un emprendimiento gastronómico, había salido a comer y tomar algo con su novia a un bar de Plaza Serrano. “Terminaron de comer, pagaron y salieron, y enseguida salió el dueño a los gritos, diciendo que alguien le había robado y que lo habían golpeado. Y un policía que estaba ahí agarró enseguida a mi hijo y a su novia, y los dio inmediatamente por culpables. El verdadero responsable se había ido en otra dirección”, cuenta Andrea. En la película, Oreiro encarna la desesperación de una madre que ve cómo se llevan esposado a su hijo después de un allanamiento violento en su propia casa.

Al principio, en los primeros días de esos seis meses larguísimos, Andrea no se dio cuenta de que la fila para entrar al penal estaba hecha de “mujeres de la fila”. “En los primeros días, ser una mujer de la fila no fue nada. Te concentrabas en cruzar esas rejas para ver si tu hijo estaba vivo, si tenía ojos, si no te lo habían lastimado o matado. Pero después hay ciertos códigos que vas aprendiendo y tenés que manejar. Yo al principio tenía miedo, me preguntaba quiénes eran esas mujeres, y qué habían hecho sus hijos para estar ahí. Porque enseguida pensás que el tuyo no hizo nada pero los otros sí. Pero después eso va cambiando”, describe Andrea.

Juan llamaba todos los días a su mamá desde la cárcel. Era la señal que Andrea esperaba para saber que, en medio de esa desesperación por sacar a su hijo de la cárcel, Juan estaba bien. Pero una mañana no llamó. “Me desesperé, pensé que lo habían lastimado, que estaba muerto. Le pedí al abogado que averiguara, que me comunicara con él. Me dijo que había presentado un escrito para averiguar las novedades y yo le dije que lo que necesitaba era escuchar la voz de mi hijo”, reconstruye Andrea. Entonces su abogado apeló a un viejo conocido: Alejo, un preso que llevaba varios años recluido y que conocía en detalle el funcionamiento del servicio penitenciario, podía ayudarlo. Había sido su cliente un tiempo antes.

“Me llamó un señor, me dijo que se llamaba Alejo y que quería avisarme que mi hijo estaba bien. Que lo habían aislado por una pelea que había tenido, pero que estaba bien. Y no sé qué revuelo armó ahí dentro que unas horas después mi hijo pudo llamarme. En medio de mi desesperación, cuando yo le dije que tenía miedo de que mi hijo estuviera muerto, me hizo un chiste que me hizo reír”, recuerda Andrea sobre la primera vez que escuchó la voz de ese hombre que se convertiría en su compañero de vida.

Casamento fue a visitar a su hijo y le pidió a Alejo que lo anotara en su lista de visitantes para poder conocerlo y agradecerle en persona. Pero Alejo le hizo un regalo: el tiempo que podrían haber pasado juntos conociéndose se lo regaló como un ratito más con Juan, su hijo.

“Y bueno, me casé en la cárcel. Tuvimos un hijo, Joaquín, que ya tiene 20 años. No nos separamos más. Yo no sabía si una vez que Alejo estuviera afuera iba a funcionar. Un poco porque adentro yo era la única pero afuera él podía encontrarse con alguien más, elegir a alguien más. Y otro poco porque es una construcción que requiere mucho esfuerzo. El que cree que cuando alguien sale de la cárcel esa persona cruza la calle, se toma el colectivo, se va y está todo bien… error. Hay una vida que reconstruir”, reflexiona Andrea.

La fila para entrar a visitar a un preso empieza al amanecer. A veces hace mucho frío y otras, mucho calor. En esa espera que dura varias (largas) horas, no hay ningún baño disponible para quienes esperan, casi siempre mujeres, que a veces llevan a sus hijos o nietos a esa misma fila.

“Esas mujeres te van enseñando. Aprendés que cuando estás en el lugar de la visita no tenés que mirar para otro lado porque cada familia necesita intimidad en su mesa, y no hay paredes o puertas para que haya intimidad. No se pregunta: se escucha y se aprende mucho”, cuenta Andrea.

¿A dónde? Andrea construyó, junto a otras compañeras de la fila, la Asociación Civil de Familias de Detenidos (Acifad). La organización sin fines de lucro nació formalmente en 2008, hace casi veinte años, y sostiene una costumbre vital: reunir a sus integrantes y a quienes necesiten acercarse cada martes, con mates de por medio, para escucharse, resolver preguntas, acompañarse.

“La gente piensa que cuando una familia tiene a un integrante detenido hay dos mundos separados: adentro de la cárcel y afuera de la cárcel. Pero no, esos mundos no están separados sino que conviven, y nosotras, las que vamos a visitar, somos el nexo. Le sacamos tiempo a lo que hacemos para nosotras, a nuestros otros hijos o familiares, nos exponemos a una espera larguísima, a una requisa violenta, indigna, a que el Servicio Penitenciario nos maltrate, a que nos traten especialmente mal si llevamos a un hijo a visitar a un padre o un hermano”, describe Andrea.

Acifad nació porque cuando Andrea pidió acompañamiento, a la vez, para acompañar emocionalmente a su hijo en la recuperación de su libertad y de su vida cotidiana, no obtuvo respuestas. No estaba sola: muchas mujeres tampoco obtenían respuestas. “Las más nuevas nos hacían preguntas a las que llevábamos más tiempo yendo a la cárcel. Muchas de esas preguntas me ayudaba a responderlas Alejo, por su experiencia dentro de la cárcel”, cuenta Andrea.

Desde la creación de Acifad, la organización logró impulsar un censo a través del Observatorio de Deuda Social de la UCA: los resultados determinaron que en la Argentina unas 500.000 mujeres hacen la fila para visitar a un familiar detenido. “Y lo que es más importante: unos 250.000 chicos van con esas mujeres a visitar a alguien, generalmente a un padre. Y la gente pregunta ‘¿cómo llevás a un menor a la cárcel?’. Es que ese menor tiene derecho al abrazo de su padre, a ponerle cuerpo a esa voz que llama por teléfono y le dice que lo quiere”, suma.

El objetivo sigue siendo el mismo que el de los primeros años: ayudarse entre todas a transitar la cárcel y entender cómo se acompaña a quien recupera su libertad, especialmente desde lo emocional. “Lo más importante es que se construyó un espacio en el que podemos compartir lo que tal vez avergüenza hablar en otros espacios, que ocupa mucho espacio y que cuando se conversa, deja de ser un secreto silenciado”, describe Andrea.

“Para muchas fue muy emocionante tener esa participación y ver que se contaba la historia de la fila: es algo que legitima que hay algo para mostrar, algo para decir con nuestras voces, nuestros cuerpos. Eso fue muy aliviador”, cuenta Andrea, que hace algunos años dio una charla TED sobre, justamente, salir de la cárcel.

El trabajo que hace Acifad logró impulsar algunas mejoras en el servicio penitenciario. “Un derecho conquistado es que la requisa sea como la de un aeropuerto, y no que te desnuden y te maltraten mientras te revisan desnuda”, cuenta. También lograron un baño químico para quienes necesiten usarlo durante la espera para entrar a la visita en la cárcel.

“Nadie se está ocupando de ese momento. Ni desde la actividad cotidiana que va a tener esa persona cuando salga, ni desde cómo se va a sentir cuando salga. Y es fundamental ocuparse de eso porque eso impacta en toda una familia y, finalmente, en toda la sociedad respecto de si esa persona logra reinsertarse o vuelve a delinquir”, describe Andrea. Esa es la insistencia principal de la organización que formalizó después de convertirse en una de las referentes a la que otras compañeras de la fila les hacían preguntas.

“Tenemos una familia maravillosa. No siempre nos llevamos todos bien, como pasa en todas las familias, pero todos sabemos que estamos para el otro. Mis hijos, la hija de Alejo y nuestro hijo: estamos para todos”, insiste esta mujer a la que le creció una película alrededor de la vida que lleva desde ese día en el que su persiguió a la camioneta en la que trasladaban a su hijo a una cárcel de máxima seguridad. Sonríe cuando habla de los veinte años que lleva vinculada a un mundo en el que nunca se había imaginado. Ese mundo al que entró para siempre después de hacer la fila por primera vez.

Fuente: telam

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