04/09/2025
“Superbebés nazis” y “bastardos criados como cerditos”: el estigma de los niños nacidos en las maternidades del Tercer Reich

Fuente: telam
La escritora y docente universitaria Caroline De Mulder revela el peso del silencio y la discriminación que sufrieron los hijos del programa Lebensborn, considerados las últimas víctimas reconocidas de la Segunda Guerra Mundial
>El destino de los niños nacidos en las maternidades nazis tras la derrota del Tercer Reich ha permanecido durante décadas envuelto en silencio y estigmatización. Muchos de estos menores, ocultados deliberadamente para evitar el escrutinio público, crecieron marcados por el estigma de haber sido considerados “superbebés nazis” o incluso “bastardos criados como cerditos”, según relata la escritora Caroline De Mulder. En países como Noruega, donde existieron diez de estos centros debido al interés racial de los nazis y la presencia de soldados alemanes, el tema se convirtió en un tabú nacional. De Mulder sostiene que estos niños representan a las últimas víctimas reconocidas de la Segunda Guerra Mundial, ya que, al finalizar el conflicto, los mayores apenas alcanzaban los diez años de edad. El propósito original era que estos pequeños, criados bajo el programa Lebensborn, se convirtieran en la élite futura del régimen, considerados hijos del Estado y sometidos a ceremonias de “Namesgebung”, el bautismo nazi.
La novela Los niños de Himmler, escrita por Caroline De Mulder y publicada por Tusquets en 2024 explora con rigor documental y desde la ficción el funcionamiento de los hogares Lebensborn, creados por Heinrich Himmler en diciembre de 1935. Estos centros, concebidos como “fuentes de vida”, tenían el objetivo de incrementar la natalidad de niños con “buena herencia racial” para fortalecer las filas de las SS. El sistema ofrecía casas de maternidad y asistencia social a madres de hijos de miembros de la orden, priorizando la discreción y la selección racial estricta. Las mujeres, solteras o esposas de soldados de las SS, encontraban en estos hogares un entorno controlado para el embarazo y el parto, lejos de su entorno habitual y bajo la tutela de la organización si así lo deseaban.La trama de la novela se sitúa en 1944, en la maternidad real de Heim Hochland, la primera fundada en 1936 en la localidad bávara de Steinhöring y la última en operar hasta el final de la guerra. Los acontecimientos se narran a través de tres voces alternas: Helga, una enfermera; Renée, una joven francesa embarazada de un soldado de las Waffen SS; y Marek, un prisionero polaco del campo de Dachau que realiza trabajos en la maternidad, inspirado en el personaje real de Jan Karski.Caroline De Mulder subraya que las maternidades de las SS, pese a su apariencia pulcra y su abundancia alimentaria, compartían la misma lógica racista y criminal que los campos de concentración. “Funcionaba así, las maternidades de las SS eran la otra cara de la misma moneda de los campos nazis”, afirma la autora, quien destaca el contraste entre la limpieza y el orden de estos hogares y la miseria de los campos de la muerte. Heinrich Himmler, que visitaba regularmente tanto campos como maternidades, mostraba una sensibilidad particular hacia los bebés nacidos en estos centros, llegando incluso a ser padrino de unos 80 de los 20.000 niños criados en los Heime, especialmente de aquellos que nacían el día de su cumpleaños, a quienes imponía una daga como símbolo.
La autora insiste en que los hogares Lebensborn no eran burdeles ni lugares de placer, como ha sugerido la fantasía popular, sino auténticas “fábricas de niños” o “granjas”, donde la sensualidad estaba ausente y el maquillaje prohibido. Las mujeres que acudían a estos centros no eran víctimas pasivas, sino voluntarias, aunque su gestación y el destino de sus hijos quedaban completamente instrumentalizados por el régimen. El papel de la mujer en el Tercer Reich se reducía a la procreación, circunscrito al lema “Kinder, Küche, Kammer” (niños, cocina, dormitorio).
El personaje de Helga resulta central en la novela, ya que encarna el “mal ordinario” de quienes obedecieron sin cuestionar, en contraste con el mal absoluto de los grandes criminales. De Mulder explica: “Estamos más familiarizados con el mal absoluto pero el ordinario, el de los que obedecieron como Helga, da más miedo, te demuestra hasta qué punto todos basculamos entre el bien y el mal. No quería una heroína, la mayoría de la gente no somos héroes”. Helga, adoctrinada pero no ciega, representa la tensión interna entre la obediencia y la conciencia.A pesar de la abundancia de investigaciones y publicaciones sobre el nazismo, De Mulder considera que el interés por este periodo no disminuye: “Nunca nos hemos curado de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto que está en su centro. Occidente sigue horrorizado y traumatizado por esa guerra y por la Shoah. La organización del exterminio es el mal absoluto y seguimos y seguiremos interrogándonos sobre cómo fue posible”.
Fuente: telam
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