20/08/2025
Polémica en el Malba, entre dragones, acusaciones de plagio y discursos de odio

Fuente: telam
Un posteo del ilustrador Ciruelo sobre una pintura de la artista Carrie Bencardino disparó un debate sobre apropiación y, a su vez, despertó todo tipo de reacciones en las redes sociales
>Todos conocen el meme, asumo, de la horda iracunda con antorchas en mano dirigiéndose por la avenida Evergreen en dirección a la casa de Homero, para castigarlo porque, en su torpe accionar, complicó la vida del pueblo de Springfield en la hasta ahora única película de Los Simpsons.
La escena de la horda es un homenaje a la película de Frankenstein (1931), la primera en ponerle rostro al monstruo que Mary Shelley, paradójicamente, nunca describió al detalle. No se necesita haber visto este clásico del cine de terror para entender la escena del filme animado, como tampoco para comprender de qué va un meme, porque las imágenes, en cierto punto, toman significado por derecho propio y, en otros, despiertan hordas iracundas en redes sociales.
Lo segundo es lo que sucede desde la semana pasada. Lo que comenzó como una bocanada de fuego de dragón en el espacio de la piromanía contemporánea, las redes sociales, se propagó de manera feroz y el daño causado aún está por verse. Tras una visita al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), el reconocido ilustrador argentino del género fantasy, Gustavo Cabral, conocido como Ciruelo, subió a sus redes que encontró allí una pintura que le “resultó muy parecida” a una obra suya de 2005 “llamada Dragon Caller”.El ilustrador (con más de 65K de seguidores en IG) al poner una obra junto a la otra, donde la similitud es innegable, despertó, queriendo o no, una respuesta de su fandom, que luego se transformó, a partir de que la noticia crecía, en una reacción violenta y brutal, como también hubo apoyo hacia la artista (8,6K de seguidores), por otra parte. Pero la violencia, se sabe, genera mayor impacto.
Sin dudas que la respuesta de Bencardino, haber tratado de “fantasma” a Ciruelo, por ejemplo, en IG fue un catalizador, arrojó más combustible al fuego. Pero de ninguna manera se podría pensar como justificativo para las respuestas de odio que despertó.Y en el segundo: “La obra pictórica de Carrie Bencardino se alimenta de imágenes encontradas en libros, revistas, tapas de discos, videoclips, internet y su archivo personal de objetos y otros materiales que circulan en la cultura de masas y sus plataformas. Sus referencias provienen de un imaginario afectivo muy particular: las estéticas de las comunidades queer y las adolescencias de su generación, los códigos visuales de las escenas contraculturales (como el punk, y los distintos subgéneros del metal), el cómic y la ilustración, y el imaginario fantástico literario (especialmente, de William Blake y J.R.R. Tolkien), entre muchas otras referencias. Procesa y distorsiona estas imágenes digitalmente, y a partir de esas nuevas imágenes elabora sus pinturas”. Etcétera.
El posteo es una respuesta institucional clásica que denota, a su vez, una falla previa en la comunicación y un desconocimiento sobre cómo los procesos de validación de una obra ya no pertenecen en su totalidad a las espacios, como declaraba Duchamp con su “fuente”, sino que a partir del surgimiento de las redes, el ágora virtual, con conocimiento o no, posee un poder de definición, una voz que antes solo se conocía si se realizaba una manifestación en la puerta. Si esto no fuera así, no habría comunicado a posteriori.La circulación de la información, en una época en que se publica mucho en diferentes medios y redes, continúa siendo crucial en la construcción de un relato. En la gacetilla de prensa, por ejemplo, no se presentaron las referencias de la artista, información que debería haber sido suministrada por el curador, Gutiérrez, al equipo de comunicación.
Porque, a fin de cuentas, el curador -y más en una muestra individual- debe conocer todos los procesos estilísticos, conceptuales/poéticos o políticos detrás de las obras o la serie que la conforman. Su labor no consiste solo en determinar dónde se colgarán las obras, sino también debe ser un mediador entre museo y artista y las obras con el público. Y el caso Bencardino es bastante peculiar en ese sentido.Entonces, en El desentierro… hay un cambio del abordaje temático bastante drástico de Bencardino, por lo que una contextualización del viraje era necesaria. Ciruelo, como sus seguidores, podrían haberse enterado de la referencia por los medios y llegar a la muestra sabiendo que allí verían algo que estaba basado en su trabajo. Si bien los medios tradicionales no son leídos por todos los públicos (o los públicos a veces siquiera leen lo que se publica), funcionan como “colchón” en el que reposar ante los conflictos. Una comunicación direccionada, teniendo en cuenta la posibilidad de la crítica y la acusación de un público amplio, como el del museo, hubiera agotado las acusaciones de plagio.
¿Sabía el curador de la referencia a la obra de Ciruelo?, ¿se lo comunicó Bencardino?, ¿se habló de manera informal durante el proceso de producción de la muestra? Todas las respuestas son ahora inconsecuentes.Pero no todo el mundo recorre galerías como para notar el cambio de Bencardino, que de alguna manera hacía su gran presentación en sociedad. Repito, el público de los museos no es el de las galerías. No comprender esa operación es una falla endogámica de un sistema que se mira así mismo sin comprender los matices sociales que hay detrás de cada acción.
Por otro lado, si estas obras se hubieran presentado en la muestra en Piedras no habría polémica, porque el público hubiera -conociendo o no a Ciruelo- aceptado la referencia sabiendo que “es una práctica corriente en el arte contemporáneo”.También se produjo, por otro lado, un caso de miopía clásica por desconocimiento o desdén hacia otro nicho. Ciruelo es un artista popular en muchísimos círculos. Por ejemplo, se lo puede ver con un stand en la Feria del Libro desde hace décadas, el acontecimiento cultural más importante en lo que refiere a público del país, como en la Comi-Con, un evento que es incluso más convocante que arteba. La circulación de su obra, entonces, como el dato de followers, no es menor, sino más amplia.
Si vamos a los hechos, el año pasado le dieron total libertad al dúo Mondongo que, en el marco de Además, esta no es la primera vez que el museo se ve envuelto en una polémica surgida desde las redes: en 2022, Fue en el marco de la muestra En el caso de Todo debate es posible en un tiempo y lugar determinado. En una Es que la pintura contemporánea, allí, es una práctica más asociada a las élites y, en cambio, hay una cultura de la copia o el Shanzhai, como explica Bying Chul Han en su ensayo: “Los sellos que pueden verse en los cuadros antiguos chinos son muy distintos de las firmas de la pintura europea. No son expresión de la autoría, que vendría a autentificar la imagen y hacerla excepcional. La mayoría de los sellos son obra, más bien de los expertos o coleccionistas, que se inscriben en las imágenes no sólo por medio de esas marcas, sino también de sus comentarios. El arte es una práctica comunicativa, interactiva, que transforma la apariencia de una obra incesantemente”.
Este mundo puede observarse en el documental Los van Goghs de China (2018) e incluso, de manera lateral, en Y en eso quizá, tenga mucho que ver tanto la manera en cómo se construyó el relato de la Historia del arte como el mercado. Cuando una obra del siglo XVI, por ejemplo, sale a subasta en cualquier parte del mundo no importa su calidad, sino su firma. No es lo mismo para su valoración una pieza “De la escuela de Vermeer”, o sea, que tuvo a Vermeer en su proceso, quizá como maestro e incluso realizando pinceladas por allí, sino que sea toda de él. ¿Por qué? Porque solo hay 36 El concepto de “genio”, que se lo debemos a forma de validar a algunos sobre otros en la literatura artística a partir de Vasari, se sabe ya acabado. Incluso, seguir pensando las vanguardias de manera encorsetada, con algunos n (h) ombres que sí y otros que no, también está en crisis desde hace décadas.
Hubo, en 2022, una Si pensamos en otras artes, como la música o la literatura, hay formas de medir el plagio mediante legislaciones, a partir de una cantidad de notas en secuencia o un número de palabras o párrafos. En la pintura no se puede diseccionar el cuadro por partes para decir “esta parte es plagio y esta no”. Se evalúa una totalidad, el concepto, y allí se abre más de un siglo de tradición literaria y de producción que habilitan la reinterpretación o el homenaje, si se quiere.
El apropiacionismo se define como la tendencia a utilizar elementos preexistentes para la creación de una obra nueva: implica el uso de imágenes u objetos que apenas se transforman o no se transforman en absoluto y que pueden proceder de obras de otros autores, objetos cotidianos o imágenes de la cultura popular.
El apropiacionismo existe desde hace siglos: va desde la época clásica, donde las esculturas romanas replicaban modelos griegos, hasta el Barroco y el Renacimiento, donde los artistas versionaban mitos y pasajes bíblicos.
En el caso del Malba, incluso, se podría decir que las primeras representaciones de dragones se realizaron en la antigua China, en amuletos de jade de la cultura Hongshan, con una antigüedad de entre 6.700 y 4.900 años, y que luego aparecieron en la mitología griega en figuras como Tifón, un monstruo alado con cabezas de dragón, pasando por el medioevo europeo y su reinserción a partir de la literatura en el siglo XVIII y su presencia en exitosas series como Game of Thrones. Los dragones habitan el imaginario humano aún antes de la creación del concepto de arte como lo conocemos hoy.Más acá en el tiempo, en la refotografía, surgida en la exposición “Pictures” de Douglas Crimp (1977), artistas como Sherrie Levine y Richard Prince se apropiaron de imágenes para subvertir estereotipos y cuestionar los mecanismos de representación.
El collage, iniciado por Braque y continuado por Picasso y Juan Gris, incorporó fragmentos de la realidad en la obra artística. Ernst y Magritte cultivaron el collage fotográfico, mientras Alberto Burri utilizó materiales como trapos y maderas quemadas para crear una iconografía de la materia herida.
En mi libro Y el caso Ciruelo-Bencardino es una nueva página en esta disputa que vive en constante reinvención. Veamos otros con pocos años:
“Estoy siendo agredida por un montón de fanáticos del animé, que me dicen plagiadora por usar referencias de manga en mis pinturas. Chiques, toda la historia del arte es la representación de imágenes que ya existen, pónganse a leer porfi”, había escrito Pecci Carou antes de cerrar sus redes por un tiempo ante el hate recibido.
Tampoco que ambas representan miradas feministas o de diversidad de género. En ese sentido, cabe preguntarse qué hubiera sucedido si hubieran sido pintores los que hicieron uso de la cita.
En aquella oportunidad, el espacio dependiente de la Ciudad publicó un comunicado en el que anunciaba que daba “de baja de todas sus plataformas esas imágenes utilizadas por Legón” y, a su vez, subrayaron que éstas no habían sido “incluidas dentro de la exposición presentada por el Museo”. Legón, un artista que no utiliza redes sociales, no salió a hablar del tema y la polémica se extinguió rápidamente.
En ese sentido, resulta innegable que todo lo sucedido se encuentra en los márgenes de una sociedad rota en la que la justicia avala insultar a un niño del espectro autista o en que se atacan discursivamente a las minorías e, incluso, de la misma manera que se utilizan epítetos para aquellos que trabajan en un hospital público por protestar que ven disminuidos sus sueldos.
El caso Berncardino no es solo un debate del mundo del arte o de la ilustración, de los admiradores de Ciruelo o de los que, amparados en muchísima teoría desde hace más de un siglo, pueden esgrimir argumentos a favor de la factibilidad de la obra. No.El caso Ciruelo-Bencardino, en última instancia, nos habla sobre la imposibilidad de diálogo y la pérdida del respeto, como sobre el uso de las plataformas para difundir y atacar a lo diferente: sobre una sociedad en un momento de su historia.
La teoría postuló que los individuos al unirse en una multitud pierden su racionalidad y se vuelven más impulsivos, influenciables y susceptibles a la sugestión y, de esa manera, crean una especie de “alma colectiva”.
Fuente: telam
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