17/08/2025
En qué se parece el actual contexto económico global al de hace un siglo, cuando el Príncipe de Gales visitó la “Argentina potencia”

Fuente: telam
El 17 de agosto de 1925 el futuro rey iniciaba una visita de casi un mes. Su país y EEUU pujaban por influencia en la entonces economía más grande de América Latina y la economía mundial viraba del libre cambio al bilateralismo
>Hace hoy exactamente cien años, el 17 de agosto de 1925, cuando se cumplían 75 años de la muerte del General San Martín, llegaba al país Edward of Windsor, príncipe de Gales, primogénito del rey George V y futuro, aunque breve, rey de Inglaterra.
Fue el cénit de emoción de Edward, poco apegado al protocolo, que pidió una guitarra, la afinó y se puso a cantarla en inglés, junto al Zorzal Criollo.
Más allá de las anécdotas, la visita tenía un profundo trasfondo político y económico, enmarcada como estaba en la disputa de influencias entre EEUU, la potencia emergente, e Inglaterra, que con poderío naval, liderazgo industrial y doctrina librecambista había dominado el siglo XIX, pero veía menguar su dominio ante el avance de su ex colonia del Norte de América y de potencias continentales europeas como Alemania y Francia.
Luego de la primera guerra mundial (1914-1918), la teoría de las ventajas comparativas del economista David Ricardo, soporte doctrinario de la relación entre Gran Bretaña y la Argentina, sufría el embate teórico de tratadistas como el alemán Friedrich List, impugnador de la pretensión universalista del liberalismo inglés, y el argentino Alejandro Bunge, quien desde la “Revista de Economía Argentina”, fundada en 1918, señalaba que la excesiva dependencia de Gran Bretaña llevaría la economía al estancamiento, y el embate práctico del proteccionismo con que EEUU había defendido su mercado interno, amén de tener una producción agropecuaria más competitiva que complementaria con la Argentina. El presidente Marcelo Torcuato de Alvear había invitado al rey George V a que enviase a su hijo a propósito del Centenario del Tratado de Amistad y Comercio que Argentina y Gran Bretaña habían firmado en 1825. Era también devolución de una visita de Alvear a Londres en 1924. El entonces presidente había sido embajador en Francia del primer gobierno de Yrigoyen, impulsaba ideas modernizadoras y se había casado con Regina Pacini, cantante lírica portuguesa que abandonó su carrera artística para ser la esposa del entonces “soltero más codiciado de Buenos Aires” (Pacini sobrevivió varias décadas a Alvear, fundó la aún existente “Casa del Teatro” y su nombre inspiró el Teatro Regina y la ciudad rionegrina de Villa Regina). La visita de Edward, consideró el canciller británico, Austen Chamberlain, que la avaló, coronaba “la amistad de un siglo” y una complementariedad económica “igualmente benéfica para ambos”.Edward, como A Inglaterra le preocupaba cuidar su influencia en lo que era entonces la mayor economía de Sudamérica y de toda América Latina y su principal proveedor de carne y cereales (rol clave durante la guerra, cuando la Argentina le extendió un importante crédito, aunque preservó su status de “país neutral”) ante el notable avance de los productos y las inversiones de EEUU.
En los años ‘20, recuerdan Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en su libro “El ciclo de la ilusión y el desencanto”, la Argentina creció más que EEUU, Canadá y Australia, en términos per cápita y total. Y eso a pesar de que durante la gestión de Alvear la Argentina tuvo una inmigración neta de 650.000 personas.
En esa década llegaron a la Argentina las empresas norteamericanas Ford Motors, la RCA, la ITT, las Standard Oil de New Jersey y California, además de industrias textiles, de cuero y otros bienes de consumo. En 1919, pese a la resistencia británica, que oponía un arreglo de 1885 por el cual reclamaba una suerte de monopolio comunicacional, el primer gobierno de Yrigoyen había autorizado el tendido del primer cable submarino norteamericano de servicio telegráfico, la internet de la época, con terminal argentina. A su vez, la Argentina tenía una posición histórica de resistencia hacia EEUU desde la proclamación en 1823, por parte del quinto presidente norteamericano, James Monroe, de la “Doctrina Monroe” con la que Washington buscó frenar las ambiciones rusas en Alaska y de la “Santa Alianza” de potencias del viejo continente en las Américas.Ya en la primera Conferencia Panamericana, en Washington, entre 1889 y 1890, el delegado argentino, Roque Sáenz Peña, años después presidente de la Nación, había rechazado expresamente la Doctrina Monroe.
En cualquier caso, había una nueva potencia mundial, EEUU, de la que Argentina recibía cada vez más inversiones y a la que le compraba cada vez más productos y enjugaba ese rojo bilateral con el superávit del intercambio con Inglaterra, de la que en las primeras dos décadas del siglo XX fue el principal proveedor de carne y cereales. Inglaterra, a su vez, era un fuerte inversor en industrias como frigoríficos, ferrocarriles, y un importante financista, área en que también empezó a sentir la competencia de los bancos norteamericanos.
La puja por influencia continuó en los años siguientes. En 1928, Herbert Hoover, ya presidente electo de EEUU, visitó la Argentina proclamando la política de la “buena vecindad”. Antes de esa visita, casi como un gesto a Buenos Aires, el secretario de Estado, Frank Kellog, había explicado ante el Senado de EEUU que la Doctrina Monroe es “simplemente defensiva”, enlazándola con el “Corolario Roosevelt” (por Franklin Delano Roosevelt, luego cuatro veces presidente de EEUU, quien visitaría la Argentina en 1936), que había publicado un artículo en Foreign Affairs buscando aventar la desconfianza argentina, que oponía el principio de “no intervención” a la expansiva política exterior de Washington. En 1929 Gran Bretaña, todavía fresca la memoria de la visita de su príncipe, envió a la Argentina la “Misión D’Abernon”, encabezada por Lord D’Abernon e integrada por funcionarios de la Corona y ejecutivos de empresas británicas que visitaron la Argentina y Brasil “para estudiar mejor el desarrollo de las relaciones industriales”. Llegaron el 21 de agosto, ya durante el segundo gobierno de Yrigoyen y, según documentos ingleses consultados por Lanús, fue D’Abernon quien planteó a Yrigoyen el principio de “compras en bloque” y que los FFCC argentinos del estado compraran sus repuesto a Inglaterra, no a EEUU. “La posición clave que tenía la Argentina para los intereses británicos se reflejaba en el hecho de que este país absorbía el 50% del comercio exterior de aquel país en Sudamérica. Argentina compró en el año 1925 el 55,6% del total de papel de impresión consumido en América del Sur y en 1929 había importado 51.077 automóviles ingleses valorados en 5 millones de libras”, precisa en su obra el historiador y diplomático.Inglaterra metía cuña, por caso, para que Argentina no diera al rayón, un producto industrial, igual tratamiento aduanero que a la seda natural y EEUU reclamaba por los aranceles a la “madera de pino del Pacífico” de sus bosques de California. La Unión Industrial Argentina presionaba por su parte para que no se diera a Inglaterra ninguna concesión sin reciprocidad. Nadie regalaba nada.
En suma, el mundo vivía una transición análoga a la actual, en que con sus “aranceles recíprocos” y acuerdos bilaterales el gobierno de Donald Trump está reconfigurando el comercio y la economía internacionales.
Aunque extensamente criticado por intelectuales nacionalistas y peronistas, el Pacto, que concedía a los frigoríficos ingleses el 85% de las cuotas de exportación de carne argentina a Inglaterra y preminencia en el acceso a divisas, en una etapa en que se volvía al control de cambios, se fue renovando cada tres años y estuvo vigente hasta 1949.
Dos años antes, en 1947, el primer gobierno de Juan Domingo Perón, le había hecho a Inglaterra el favor de nacionalizar los ferrocarriles, de los que las empresas inglesas querían desprenderse desde al menos diez años antes, debido a sus declinantes resultados y la creciente competencia del transporte por carretera.Gracias a eso, las compras de los FFCC a Inglaterra habían llegado a representar 15% de las importaciones argentinas, proporción que se mantuvo hasta 1930. Incluían “desde el papel, las plumas y los tinteros que usaban los jefes de estación” hasta “uniformes, toallas, sábanas, mantas, sillas y libros de contabilidad”, precisa en uno de sus libros Schvarzer. Ese privilegio caducaba justo el año en que pudieron irse.
Para entonces, a favor de la venta de sus bienes de consumo y las inversiones de empresas norteamericanas, EEUU había ganado claramente la puja por influencia y presencia en la economía argentina.En el sector privado, en tanto, la Fundación Observatorio Pyme, apoyada por la UIA y el grupo Techint, señaló en un reciente informe que La visita de Edward de hace cien años, una charm offensive de una potencia en declive, fue cubierta con enorme atención por la prensa inglesa y, en la Argentina, por los diarios La Nación y La Razón.
“Nosotros que mientras estuvo Vd acá le dijimos lo poco que representan los príncipes para este país de trabajadores -¡representan tan poco los reyes!- y no ocultamos ninguno de los aspectos a veces ingratos de su visita, nos complacemos en reconocer todo eso ahora que no puede caer sobre nosotros esa palabra fea: ¡adulonería!. Y siendo incapaces de gritar “Viva el Príncipe” con el mal concepto que tenemos de todas las cosas reales, nos sentimos inclinados a despedir cordialmente al señor Eduardo de Windsor, joven deportista, gentleman de verdad, simpático muchacho inglés”.
Fuente: telam
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