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23/06/2025

Un día en el Garrahan: crónica del lugar al que los profesionales sueñan llegar y en el que las familias buscan respuestas

Fuente: telam

Atiende al 40% de los pacientes oncológicos pediátricos del país; recibe a quienes padecen enfermedades raras o poco frecuentes; brinda asistencia social integral a los chicos y sus familias; es líder en docencia e investigación.Es el sitio con el que sueñan pediatras y trabajadores de la salud, al que les da orgullo pertenecer

>—¿Vas al Garrahan? Yo soy licenciada en Alimentación Neonatal y siempre trabajé con prematuritos de 400 gramos. Era encargada del lactario de neonatología en la Maternidad Sardá y en el Hospital Fernández, así que todo el tiempo estaba en contacto con el Garrahan por las derivaciones de casos complejos que van para ahí.

El Garrahan es lo mejor que puede haber en el país. Un lugar con excelentes profesionales. Hay que cuidarlo muchísimo porque, aparte, todos los que trabajamos en salud, en general, es porque tenemos una fuerte vocación y de eso se abusan. La salud es algo muy delicado, de lo que todos dependemos. Como en la pandemia. Estaba el aplauso, pero del aplauso no vive nadie.

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El equipo de Infobae sigue las indicaciones: se anuncia ante el personal de seguridad —damos identificaciones—, y espera a las personas de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) que, a su vez, los esperan. Discreción. La cualidad que se necesita para recorrer el hospital sin despertar suspicacias ni generar más conflictos en el contexto álgido de la lucha salarial. Casi en puntas de pie. Así nos desplazamos por los pasillos guiados por Verónica, que tiene 43 años y la firmeza de quien sabe que tiene el derecho de piso ganado a fuerza de trabajo: —lo tiene— es empleada administrativa del Garrahan hace una década y media.

—Empecé trabajando en Emergencias, que funciona las 24 horas, los 365 días del año. Y después de pasar por algunos lugares terminé en el sector de Orientación médica, que es donde se deriva a los pacientes a las diferentes especialidades cuando ingresan por primera vez —dice.

Por el puesto de trabajo en el que se desarrolla, Verónica ve a muchos de los pacientes que ingresan. Dice que, por día, solo por el área de Orientación médica —“que son los que entran ambulatorios, no las urgencias porque en esos casos van directamente a la guardia”— pasan un promedio de 400 pacientes.

—Esos 400 son los que entran por primera vez al hospital. Después la circulación es muchísimo más alta, no te sé decir el número exacto pero, si entran 400 nuevos, unos 10.000 pacientes circulan a diario.

Nosotros atendemos el 40% de los pacientes oncológicos del país. Tengan obra social o no. Hay muchos pacientes con obra social que se atienden acá. Después tenemos muchos pacientes neurológicos, el servicio de neurología siempre fue muy innovador. De hecho, hace unos años, sacaron el programa de tratamientos con cannabis para la epilepsia y los profesionales que trabajan en eso siempre tienen reconocimientos a nivel mundial. También hay pacientes con enfermedades poco frecuentes que no son recibidos en otros lugares, son derivados, atendidos y estudiados acá. Porque este hospital invierte mucho en investigación y docencia, entonces siempre está innovando en tratamientos. Como no lo hace con un fin de lucro, tiene una libertad —o tuvo una libertad— para investigar, para intentar dar respuestas a los pacientes y a las familias que llegan con la esperanza de que las van a conseguir acá. En general asumen que la respuesta que buscan está acá.

En medio de la conversación, mientras avanzamos por el pasillo, irrumpe una camilla: un niño, pelado por los tratamientos, con una máscara de oxígeno, tapado con una manta violeta.

—Esto pasa todo el tiempo.

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—El Hospital Garrahan es, para mí, un espacio único en Argentina. Fue concebido con una visión integradora y funciona como una institución de alta complejidad que logra dar respuesta a casos que no encuentran solución en otros niveles del sistema. Trabajamos en red con hospitales de todo el país y eso amplifica nuestro impacto. Además de ser un hospital de referencia en atención, el Garrahan cumple un rol estratégico en la formación de profesionales. Actualmente, tenemos alrededor de 800 personas en formación, entre residentes y becarios. A eso se suman más de 1.200 rotantes, pasantes y visitantes observadores por año. La mayor parte de ellos se forman acá y luego fortalecen otros equipos de salud en todo el país. Considero esta tarea esencial porque el trabajo colaborativo y multidisciplinario es una de las claves del éxito del Garrahan.

—Desde que decidí ser pediatra, el Garrahan fue un objetivo claro. Muchos profesionales que admiraba —entre ellos mi padre, también pediatra— me lo recomendaban como el mejor lugar para formarse, y no se equivocaban. Cuando ingresé como residente encontré un entorno de excelencia con un enfoque integral e interdisciplinario que marcó mi manera de entender la medicina. Era [en esos años] un hospital joven, pero con un enorme potencial. Hoy es un pilar indiscutido de la salud pediátrica en la Argentina.

Desde que era solo una idea ya perseguía el objetivo de “brindar atención médica integral y de la mejor calidad disponible a la población infantil”, “de la mayor complejidad en la rama básica de la pediatría y en sus respectivas especialidades”, “y actuar como hospital de referencia del sistema de atención médica pediátrica, principalmente en el área metropolitana, teniendo en cuenta su proyección en el ámbito nacional”. Es decir: desde los papeles el Garrahan se perfilaba como las palabras mayores en la atención de la salud de los niños y las niñas del país.

Check, check y check para el Garrahan.

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—Los pacientes que vienen más graves entran por acá —explica Verónica, que hace de guía y de nexo con los trabajadores del hospital—. O sea: son pacientes nuestros que vienen con fiebre o pacientes nuevos que vienen directamente a shock room por algún accidente o lo que sea.

La sala de estar de los enfermeros de Emergencias es un rectángulo pequeño de pisos rojo oscuro, como todo el edificio. Tiene dos mesas unidas, algunas sillas de caño, un sillón viejo de dos cuerpos, de cuerina bordó, con un cartel que pide “No llevar”. En las mesas: termos, edulcorante, un librito para pintar de Paw Patrol; más allá unos crayones, dos motos de juguete. Su dueño es, probablemente, el niño de cinco años que se esconde en un locker y sale cuando entramos para asustarnos. Se llama Enzo y es el hijo de Miguel, uno de los enfermeros. También hay un globo inflado, que resiste al tiempo, pegado en la pared.

En la sala también están Sandra (56) —que trabaja en el Garrahan desde 1998— y Mari Cruz (57) —que lo hace desde 1992—. Los tres son enfermeros de Emergencias. En cada guardia hay 14. Cumplen turnos de siete horas, de día y de noche, y, noche por medio, les tocan diez. También está lo que llaman “turno franquero” (los que se realizan fines de semanas y feriados), en los que se divide al equipo en dos y hacen 12 horas cada grupo. Cuentan que, para esos días, los horarios se están reorganizando: tomaron más enfermeros para que se respete el tiempo de descanso que deben tener entre una guardia y otra porque venían trabajando 14 horas seguidas y no llegaban a descansar lo suficiente —lo que corresponde, lo establecido: 12 horas mínimo— antes de volver.

—Todos los días te enfrentás a situaciones muy estresantes. Sobre todo acá, en la emergencia, porque a veces estamos sentados y, ¿ves esa alarma?, esa alarma suena cuando un chico entra en paro. Puede ser un politraumatismo que viene de la vía pública, diferentes situaciones. Es como un cuartel de bomberos, no sabés con qué urgencia te vas a encontrar —cuenta Sandra y sigue—. Pero en ese momento no tomás conciencia de lo que estás haciendo. Cuando, por ejemplo, están reanimando a un paciente y a vos te toca ocuparte de las drogas, de la adrenalina, o de colocar una vía, es vital porque nosotros, por ejemplo, colocamos una vía intraósea, que es rapidísima, para sacar a ese chico del paro. Y en ese momento lo único que pensás es en salvarle la vida. No pensás en otra cosa.

—Es inevitable estar enferma acá. Porque yo decía: “¿Dónde se va este estrés?”. No se va a ningún lado. Te queda en el cuerpo y, cuando ya sos un poco más grande, te empezás a enfermar, más allá de que es lo que no nosotros elegimos, lo que nos gusta —dice Sandra.

Dicen que siempre fue así. Al margen del contexto actual. Del conflicto actual. El salario de los trabajadores de la salud pública, color político que tocara, nunca estuvo a la altura. No llegar a fin de mes; tener pluriempleo; salir de una guardia de 12 horas y correr a otro trabajo; despedir a compañeros queridos que se van a otros sitios, a otros países; el temor de quedarse sin trabajo; la incertidumbre sobre el futuro del hospital; el derecho a reclamar por sus derechos. De todo eso necesitan hablar.

—Hay patologías que van a requerir un tipo de alimentación, un tipo de dieta. Y las familias no las pueden dar. Por ejemplo, un niño diabético que no tiene la forma de hacer un tratamiento, que sería cuidarse con la comida. Ya no pensemos en los medicamentos. Nosotros miramos a ese chico y decimos: “Va a terminar todas las veces internado”. Y es así. Antes cumplían un tratamiento y no lo veías en la emergencia si no en otras salas, haciendo los controles. Ahora nos miramos. Nosotros también tenemos hijos, nosotros también nos estamos enfermando —sentencia Mari Cruz.

—Acá atendemos a muchos pacientes con cáncer y al estar inmunosuprimidos [N de la R. cuando el sistema inmunológico está debilitado y le cuesta combatir infecciones y enfermedades] vienen con shock por infección. Esto pasa muy seguido porque el cuidado de higiene en la casa muchas veces no puede ser tan riguroso por falta de dinero y de otros recursos. Así que estamos teniendo muchos pacientes que vienen por infecciones a la guardia y la primera atención la hacemos nosotros —explica Miguel.

Verónica explica que cuando necesitan asegurar un determinado nivel de higiene en los pacientes antes de una cirugía los envían a pasar la noche anterior o los momentos previos a Casa Garrahan, un complejo de 43 habitaciones, abierto desde 1997, que nació con el objetivo de hospedar a quienes viajaban desde las provincias para realizarse tratamientos ambulatorios o estaban a la espera de diagnósticos que no requerían internación. Fue pensado como un lugar donde los niños, niñas y adolescentes, lejos de sus casas, pudieran quedarse con su madre, padre o adulto responsable. “Pero se desbordó”, dice, “esa situación ya no existe más”.

“Es todo lo que se ve acá”, dice. En el Garrahan no se reciben solo pacientes, no se evalúan solo enfermedades y patologías, sino todas las situaciones que atraviesa la familia que cruza la puerta. Las madres y padres con hambre que se turnan en el hospital para comer un día cada uno; los chicos y chicas que necesitan ropa, para los que las enfermeras y enfermeros hacen colectas en sus barrios, con sus conocidos, y arman una cajita para tener disponible “porque a veces vienen con lo puesto” —dice Sandra—; a los que les buscan juguetes para ayudarlos a pasar el tiempo de internación de la mejor manera posible.

—Todo el mundo habla de las eminencias. Para que haya una eminencia tiene que existir una estructura base y nosotros somos esa estructura base —señala Mari Cruz—. Felicitamos al señor que hace el trasplante pero todos tenemos que construir para que el señor esté ahí arriba. Todo un equipo. Nosotros sabemos que es una cadena. El famoso reloj suizo es verdad. Hoy tomé la guardia, pero mi compañera que estuvo antes me tiene que contar tantas cosas. La señora de limpieza tenía que venir a hacer tantas cosas. En la mañana me levanto y digo: “Bueno, que hoy esté bien, que no tenga que andar buscando ropa para los pacientes, que a nadie le falte”. Y recién entraron y dijeron que se necesita ropa para una nena de 8 años. Un papá me dijo: “Yo no me pude ir anoche —estaban la mamá y el papá acá—. Hacía mucho frío para quedarme afuera”. Cuando termina el turno nosotros pasamos una tarjeta y nos vamos pero eso te queda.

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Para llegar a la sala de estar del equipo de hemoterapia —que se encarga de las transfusiones y la utilización de la sangre y sus componentes— pasamos por la sala de espera donde las familias aguardan que sus niños o adolescentes salgan del quirófano. Algunas madres, algunos padres, tienen la cara fruncida en gestos de angustia. Con la vista hacia la nada, desde sillas despintadas, miran hacia adentro. Quizás ruegan. Quizás combaten ansiedades o miedos. De fondo siempre hay algún llanto de bebé. Más o menos estridente. Más o menos sostenido.

Ahí están Irene —técnica en hemoterapia, 39 años, en el Garrahan desde el 2011—, Lula —técnica en hemoterapia, 41 años, en el Garrahan desde el 2014— y Eugenia —becaria del sector de inmunohematología, 30 años, en el Garrahan desde septiembre de 2024—. Las tres soñaban con estar donde están. Salvo Eugenia, a quien la satisfacción de haber entrado y el deseo de continuar se le escapa, incontenible, como un chorro de luz por una sonrisa que no apaga, Irene y Lula —como la mayoría de los profesionales que hablaron con Infobae— llevan más de una década en el hospital. Todas quieren —desean— quedarse ahí.

—Con la particularidad de que los pacientes son niños y niñas.

Como ella asiste en el quirófano, no es extraño que de repente irrumpa una situación de vida o muerte en la que tenga que actuar rápido.

Eugenia es bioquímica. Quería hacer la residencia en el Garrahan y no pudo; pero gracias a una beca, desde el año pasado logró estar donde siempre quiso. Donde espera quedarse.

Como Irene, Lula entró al Garrahan hace más de una década. Como Eugenia, ingresó con una beca y después pudo concursar el cargo. En sus jornadas puede rotar por quirófano, por la sala de hemoterapia, por el hospital de día, por el consultorio, por la sala de recuperación. Y también hace dos guardias a la semana.

—¿Cómo describirían un día de trabajo en el Garrahan?

—Arduo.

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Pablo Puccar repasa su recorrido como si todavía le costara creer que está ahí, que llegó. “Quedar en el Garrahan fue lo mejor que me pasó”, dice.

—Es lo más duro que me toca: sentarme con ellos y contarles de qué se trata la enfermedad de sus hijos, responder sus preguntas. Entro casi todos los días a todas las habitaciones, aunque sea cinco minutos, a charlar con los padres; al que quiera más trato de dedicarle todo el tiempo del mundo sabiendo que tiene a su hijo internado con alguna enfermedad compleja y que es un momento muy difícil; trato de acompañarlos y brindarles seguridad, transmitirles que su hijo, en ese momento, es lo más importante que tenemos. Que cada niño y cada padre sienta que su hijo es único y que es lo más importante que nosotros tenemos en el día.

—Por más que esté recontra apurado porque no terminamos nunca, por más que estemos corriendo todo el día y comamos un sandwichito de parado, en ese momento el papá tiene que sentir que no hay ningún apuro, que es lo más importante que tengo. Para un papá que está esperando que revisemos a su hijo, que le devolvamos una información, eso es lo más importante y para nosotros también debe serlo; y lo que debemos transmitir es eso. Habitualmente armo un vínculo muy lindo con las familias.

Gratitud. Es lo que todos dicen que las familias devuelven. Aún en los momentos más oscuros y descarnados. Es lo que las familias en la sala de espera también transmiten.

“Hay patologías que las venimos tratando durante años, entonces por ahí el paciente que llega a un trasplante de médula hizo dos, tres, cuatro años de tratamientos previos y como nosotras los asistimos con transfusiones, conocemos al chico, conocemos a la familia, conocemos la historia. Estamos esperando que llegue el donante. Le transfundimos la médula, lo asistimos en el postrasplante y lo vemos irse de alta. Hacés todo el recorrido y terminás siendo parte. Tenemos compañeras y compañeros que han participado de cumpleaños, de festejos familiares de esos pacientes, de cumpleaños de 15”, dice Irene.

“No hay nada más lindo cuando los nenes se curan, cuando entran graves, los ves tan frágiles y después están jugando antes de irse y vienen corriendo y te abrazan y se ríen. Verlos llenos de vitalidad, creo que esa es la devolución más linda que tenemos. Me acuerdo de una paciente que tuve internada casi seis meses, que parecía que nunca la íbamos a poder alimentar por boca por una enfermedad intestinal que tenía grave y todos los días le hablaba, le decía que lo íbamos a lograr, que había que tener paciencia. Era una niña que tenía 14 años, estaba en plena adolescencia y eso le generó un montón de angustia y nosotros con esperanza de que la podíamos curar. Que esa chica venga a traerme la tarjeta de invitación a su cumpleaños de 15 y ese abrazo que no lo puedo describir con palabras, ese “gracias” y ese afecto que te transmite un chico o una chica cuando están curados es lo más lindo que me llevo”, asegura Pablo.

“Ser parte del Garrahan es un orgullo enorme”, dice Hernán Rowensztein. Cada logro, cada paso adelante en la vida de un paciente, es una motivación que nos impulsa a seguir. Aquí se acompaña a familias, se forma talento y se construye salud pública de calidad. “Cuando vos entrás acá tenés un orgullo… porque se te infla el pecho: ‘Estoy trabajando en el Garrahan’”, agrega Sandra. “Me siento orgullosa de estar acá. Y estoy aprendiendo a defender nuestros derechos. El hospital tiene esa fuerza que nadie va a parar”, dice Eugenia. “Es una institución importante en la evolución de la salud en la Argentina, en lo que genera para disminuir mortalidad, para disminuir morbilidad, para aumentar la expectativa de vida, para hacer cosas que se hacen en el mundo y se pueden reproducir acá”, sostiene Pablo. “Incluso para los que no llegan acá —señala Irene—, porque este hospital hace docencia, forma profesionales que después se van a sus provincias y asisten allá o hacen consultas por videoconferencias. Este hospital es la salud de los niños y las niñas”.

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La operación fue realizada por un equipo interdisciplinario de 25 profesionales, entre obstetras, neurocirujanos y anestesistas, quienes demostraron que el reloj suizo del que hablaban las enfermeras funciona con la precisión exacta: sin el trabajo mancomunado entre los especialistas, la cirugía que requería de una exactitud milimétrica para no poner en riesgo a la madre ni a la hija, que debía continuar su desarrollo intrauterino, hubiera sido imposible.

Y aún así.

Fuente: telam

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