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15/06/2025

Dorothea Mendelssohn: la novelista judía que atravesó fronteras religiosas, sociales y literarias en la Europa de la Ilustración

Fuente: telam

La hija del filósofo Moses Mendelssohn se convirtió dos veces, se divorció cuando eso era un escándalo y escribió “Florentin”, una novela que transmite ideas rupturistas como la libertad individual, la secularización y la emancipación de la mujer

>Nació en Berlín en 1764 y la llamaron Brendel, aunque la historia la conocerá como Dorothea, nombre con el que se bautizó ella misma. Fue la hija mayor del filósofo Moses Mendelssohn, figura central de la Haskalá, el movimiento de Ilustración judía que proponía una reforma del judaísmo que conciliara la fe con la razón y la tradición con el la vida pública y secular. Curiosamente, las ambiciones universalistas de su padre chocarían décadas después con algunas decisiones radicales que tomaría Dorothea.

Mientras crecía, su madre se conformaba con que escribiera bien las cartas, tocara razonablemente bien el piano y comprendiera el teatro en francés (lo que le garantizaría trabajo como traductora en los tiempos de ingresos magros). Con eso alcanzaba por entonces. A los dieciséis años, por un acuerdo familiar Brendel Mendelssohn se casó con el banquero Simon Veit, socio y amigo de su padre. Tuvieron cuatro hijos, aunque solo dos de ellos sobrevivieron. Johannes (Jonas) y Philipp fueron ambos pintores destacados y el mayor fue una gran influencia para los prerrafaelitas ingleses.

Años más tarde, Brendel huiría de este matrimonio concertado para dedicarse a una vida de tertulias literarias y estrechos vínculos de amistad. En los círculos literarios de Berlín, en especial en los salones dirigidos por mujeres como Henriette Herz y Rahel Levin, encontró un ambiente intelectual que permanecía vedado a las mujeres durante la era de la Haskalá, que era netamente masculina y las relegaba al rol de lectoras domésticas o inspiradoras discretas, esa figura reducida al “detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer”.

Fue en esos salones que se convirtió en Dorothea y fue específicamente en el de Henriette Herz que en 1797 conoció al poeta, traductor y crítico de arte Friedrich Schlegel (1772-1829), algunos años menor que ella y uno de los fundadores del Romanticismo alemán. Se enamoraron perdidamente. En 1799 la joven se separó de su marido y se instaló con Schlegel en Jena, la ciudad del Romanticismo, corazón de la vida artística y filosófica alemana. Su hijo menor, Philipp, vivía con ellos.

El gesto escandalizó a su familia y a su comunidad: vivir en pareja sin estar casada y con un hombre que no era judío significó una ruptura con sus orígenes, a la vez que un desafío a todos los mandatos de su época. La libertad personal comenzaba a imponerse por sobre los imperativos comunitarios y religiosos. Schlegel contaría la historia de la pareja en su novela en clave Lucinda, publicada ese mismo año.

También ese año, en una carta dirigida a su amiga Rahel Levin, Dorothea le relataba con emoción su encuentro con Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), a quien describió como “un dios con forma humana”. En su carta, le contó a su amiga que durante una caminata de quince minutos que dieron juntos, Goethe había mostrado un gran respeto por su apellido.

Dos años más tarde, en 1801, se publicaría Florentin, una novela que Dorothea escribió en medio del clima de ideas estimulado por el grupo llamado Círculo de Jena, integrado por intelectuales y artistas en el que estaban, además de Schlegel, figuras destacadas como Novalis y Friedrich Schelling. Un detalle: como era usual en la época, la novela no fue publicada con su nombre sino con el de Schlegel.

Florentin es considerada la primera novela escrita por una mujer judía en lengua alemana y la afirmación es discutible justamente por las sucesivas conversiones religiosas de su autora y porque el tema judío en sí no forma parte del argumento. Sin embargo, la novela se publicó cuando su autora aún se consideraba judía.

La novela es una meditación sobre la identidad, la rebeldía y la posibilidad de reinventarse fuera de los mandatos sociales. No hay que ser brillante para descubrir en su protagonista una suerte de alter ego de su autora. Aunque la obra no trata el tema judío, refleja preocupaciones cercanas a la temática: cuestiona el dogmatismo religioso, apoya las ideas de igualdad y libertad surgidas de la Revolución Francesa y critica el rol impuesto a las mujeres en el matrimonio así como la maternidad como ideal. Clementina, uno de los personajes femeninos, representa un espíritu libre y progresista, lejos del cliché de la mujer dedicada a los quehaceres domésticos.

Inserto en el clima del romanticismo de la época, el estilo de Florentin combina introspección, crítica social y formas narrativas ambiguas además de recreación de paisajes y formas góticas. El libro acaba de ser traducido por primera vez al hebreo por Jonathan Nieraad, y la edición incluye fragmentos de manuscritos y cartas personales de Mendelssohn, elementos que confirman los dilemas que atravesaron los judíos ilustrados, especialmente las mujeres, en la Europa de la época.

Algo sobre el argumento: una mañana de primavera, Florentin, de quien se ignora su origen, se pierde en el bosque en plena cabalgata y ve cómo un jabalí ataca a un anciano, al que le salva la vida. El hombre, un tal conde Schwarzenberg, invita a Florentin a su casa, donde conoce a Juliane, la hija del conde, y a su prometido, Eduard.

Dos conversiones y una frontera interior

Para poder casarse con Schlegel —no existía el matrimonio civil en ese momento—, Dorothea debió convertirse al protestantismo en 1802. Esto ocurrió en París (allí tradujo del francés al alemán Corina, la novela de Madame de Staël), adonde llegaron luego de abandonar Jena. Seis años después, en un giro sorpresivo, marido y mujer se convirtieron al catolicismo en Colonia, Alemania. No deja de ser curioso porque en Florentin la escritora había criticado explícitamente a la iglesia católica y a los clérigos corruptos.

El historiador Shmuel Feiner incluye la conversión de Dorothea en un movimiento que la excede. En su libro The Origins of Jewish Secularization in Eighteenth Century Europe, argumenta que muchos judíos no abandonaban la fe como rechazo espiritual, sino como acto de emancipación frente a las estructuras de control comunitario. “Era una manera de buscar autonomía, de salir del marco de supervisión religiosa”, explicó al Haaretz.

En una carta escrita a su ex marido en su lecho de muerte, Dorothea sostuvo que tras alejarse del judaísmo había encontrado “la vida eterna”. Su conversión, aunque seguramente fue sincera, no borró el peso de su origen: como muchos judíos asimilados, conservó una memoria persistente de su pasado. Y, como recuerda Feiner, de los seis hijos de Moses Mendelssohn –el filósofo y teólogo que trabajó por la integración de los judíos a la sociedad–, cuatro se convirtieron y de sus nueve nietos, solo uno permaneció en el judaísmo.

En el artículo del Haaretz, Feiner, quien escribió una introducción a la edición hebrea de Florentin, analiza las formas de la ficción de Mendelssohn. “En retrospectiva, podría parecer una novela ingenua escrita al estilo del Romanticismo alemán temprano”, señala, “pero Florentin es, en muchos sentidos, una novela fascinante >En el mismo artículo puede leerse la opinión de Natalie Naimark-Goldberg, editora de la novela y autora de un postfacio, quien destaca las ideas críticas que expresa la obra sobre diversos temas, en particular la crítica a la religión y a la institución del matrimonio.

Otras voces femeninas en tiempos de cambio

Nacida en Berlín en una familia judía culta y adinerada, Rahel Levin fue una figura destacada de los salones ilustrados. Su correspondencia constituye un testimonio único de los dilemas acerca de la identidad de las mujeres judías asimiladas. En 1814, Levin (1771–1833) se convirtió al protestantismo para casarse con el diplomático Karl August Varnhagen von Ense. Aunque nunca renegó de su origen judío, expresó a menudo el dolor de no ser plenamente aceptada ni por los judíos ni por la sociedad cristiana. “Soy nada. Ni judía, ni cristiana. Simplemente soy una mujer sola”, escribió.

“Rahel Levin, hija de un comerciante de piedras preciosas, tuvo una significativa influencia en el movimiento romántico alemán. Aunque no era rica, ni culta, ni bella, entre sus dones se contaban la inteligencia y la capacidad para vivir su vida sin protecciones, intensamente y como si fuera una obra de arte. Su modesta buhardilla de Berlín se convirtió en un punto de reunión de importantes intelectuales de la época. Casi sin ayuda de nadie, Rahel puso en marcha el culto de Goethe. Fenómeno de la historia judeogermana, fue una mujer cuya vida transcurrió durante un crucial período de asimilación, cuando, abiertas las puertas de gueto, los judíos alemanes consideraron imperativo escapar al judaísmo”: así presenta la editorial El cuenco de plata la biografía que escribió Hannah Arendt, quien tomó el personaje de Levin para retratar las contradicciones del asimilacionismo. El libro fue traducido del alemán por Horacio Pons.

Un legado y un debate

La vida de Dorothea Mendelssohn, también Dorothea Veit o Dorothea Schlegel transcurrió entre dos movimientos intelectuales fundamentales en la Europa moderna: la Ilustración judía —la Haskalá— y el Romanticismo alemán. El primero buscaba integrar a los judíos en la cultura europea a través de la educación, el racionalismo y la reforma religiosa. El segundo reivindicaba la emoción, la individualidad y lo sublime. La tensión entre ambos mundos atraviesa sin dudas la vida y la obra de Dorothea.

Si su padre encarnó la fe en la razón como vía hacia la emancipación, ella eligió el camino opuesto: la experiencia emocional, la libertad estética y la transgresión de las normas sociales. En lugar de escribir tratados filosóficos, escribió una novela con ambición política y poética. En vez de defender el judaísmo ilustrado, abrazó una religiosidad cristiana que, para algunos, fue una fuga; para otros, una forma de realización personal.

Dorothea y Schlegel vivieron muchos años en Viena, donde él trabajó en el Ministerio de Exteriores austríaco. Schlegel murió en Dresde en 1829 y, tras enviudar, Dorothea se trasladó a Frankfurt, donde continuó viviendo con su hijo menor, Philipp, quien también se convirtió al catolicismo y era director de un museo.

Fuente: telam

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