15/06/2025
Padre e hijo viajaron a EEUU en moto y enterraron un “tesoro” a mitad de camino para sus nietos: “Ojalá continúen nuestro legado”

Fuente: telam
Aito y Bartolomé Tellarini llegaron a Los Ángeles cuatro meses después de haber partido desde Bahía Blanca. Recorrieron 22.000 kilómetros y visitaron 13 países. Una historia de rutas y tradición familiar, contada en el Día del Padre
>Aito Tellarini vive en Bahía Blanca, tiene 65 años y durante más de cinco décadas repartió su vida entre su trabajo de auditor, la familia y los viajes. Desde joven, adoptó un estilo aventurero. Primero fue con mochila, luego con jeep, más tarde a caballo y en los últimos años en moto.
Fueron un poco más de 4 meses de travesía y 13 países visitados. Pero también, un recorrido por el vínculo entre generaciones y la construcción de un legado. Como símbolo de esa herencia, Aito enterró en el desierto de Nazca, en Perú, una carta dirigida a sus futuros nietos. “Es mensaje secreto para ser leído cuando el destino lo decida”, remarcó Aito en diálogo con Infobae.
La idea de unir Bahía Blanca y Los Ángeles en moto había nacido casi 30 años atrás. En 1996, Aito Tellarini había intentado hacer un recorrido similar por América, pero los conflictos armados en Chiapas, México, lo obligaron a cancelar la travesía. “Me quedé con la espina clavada”, recordó. Fue entonces cuando redobló la apuesta y se propuso una nueva meta: “La próxima vez será con un hijo”. En 1999 nació Bartolomé. Y Aito esperó. Mientras su hijo crecía, lo acompañó en un proceso gradual de aprendizaje sobre dos ruedas. A los 16 años, “Barto” empezó con una moto eléctrica, luego pasó a una de mayor cilindrada, y juntos iniciaron los primeros viajes: anduvieron por el norte y el sur de Chile, cruzaron dos veces la cordillera a caballo y exploraron el Salar de Uyuni.Finalmente, padre e hijo partieron de su ciudad natal, Bahía Blanca, el 2 de enero de 2024 rumbo a Los Ángeles, donde vive la hermana de Aito. Viajaron en dos motos Honda XRE 300 idénticas, equipadas con defensas, valijas, luces auxiliares, GPS, portaequipajes y tanques de combustible adicionales.
“Atravesamos la ruta de la muerte en Bolivia, cruzamos la selva panameña, convivimos con caravanas de migrantes centroamericanos, sorteamos zonas de tensión de Ecuador -cuando se declaró el estado de emergencia por violencia e inseguridad- y lidiamos con la escasez de combustible en algunos países”, recordó Aito, “Hay peligros, sí, pero como en la vida misma. Si uno toma recaudos y se apoya en otros, se puede”, reflexionó.En Bolivia, contó, conocieron a otro dúo padre-hijo colombiano que viajaba en sentido inverso y compartieron una parte del recorrido. “Mi hijo tiene un padre y un hermano colombiano. Yo tengo un hijo en Colombia. Gané un hermano más del camino”, resumió. Meses después, esos mismos compañeros de ruta vinieron de visita a Buenos Aires y durmieron una noche en su casa en Bahía Blanca.
En Costa Rica, a mitad de trayecto, se reunieron con el resto de la familia. Josefina, hija mayor de Aito, viajó desde Barcelona; y Cecilia, su esposa, desde Argentina. “Fue una forma de que el viaje sea de todos. Reunirnos fue compartir también desde otro lugar”, remarcó.En un alto en el desierto peruano de Nazca, Aito tomó una botella, colocó dentro tres páginas escritas a mano y la enterró en un punto secreto. La piedra con la ubicación exacta está guardada entre sus cosas. La carta está dirigida a sus nietos, aunque aún no los tiene. “No sé si mis hijos van a querer tener hijos, pero si algún día lo hacen, podrán ir a buscarla”, señaló.Aito replicó el gesto al cumplir sus hijos los 18 años, y ahora proyecta una tercera generación. “Me gustaría que no tomen un avión directo. Que vayan en moto, en bicicleta, caminando. Que sea un viaje de aprendizaje, como el que hicimos nosotros”, expresó.
Al momento de transmitir las sensaciones que les dejó este viaje, Aito recordó que Bartolomé -que tenía en su mente emigrar cuando se recibiera de ingeniero- volvió con una mirada distinta. “Vio la pobreza, la desigualdad y la violencia en otros países. Lo comparó con Argentina y entendió que vivimos es un gran país. Y que a pesar de los muchos problemas que tenemos, no estamos tan mal como creemos”, relató su papá.Aito vio en esta travesía una forma de madurar, reflexionar y aprender mutuamente. “Nos llevamos 40 años de diferencia. Viajamos a ritmos distintos. Pero aprendimos el uno del otro”, resumió.
“Lo que más cuesta es partir -dijo Aito-. Pero una vez que uno sale, empieza a vivir de verdad. No hacen falta grandes presupuestos. Hace falta tiempo y decisión”.
En tiempos donde todo se acelera, esta historia cobra una importancia especial este domingo, que se celebra el Día del Padre. Su testimonio invita a frenar, mirar a los costados y caminar -o rodar, como fue en este caso- junto a quienes amamos.
Fuente: telam
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