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15/06/2025

La reconstrucción de la memoria familiar me empujó al desafío de narrar el horror del Holocausto

Fuente: telam

El relato de una familia marcada por el silencio y la reconstrucción de su historia a través de documentos y testimonios, "El chico que sobrevivió a Auschwitz“, invita a reflexionar sobre la transmisión de la memoria y la dignidad humana

>Cuando miro hacia atrás, todavía me cuesta creerlo. ¡Qué largo ha sido el sendero, cuánta agua ha corrido bajo el puente para finalmente haber podido llegar hasta aquí! Cuánto tuve que investigar, traducir, analizar, descifrar, interpretar… Fueron horas y horas sumergida en aquel mundo, adentrándome en la oscuridad más profunda del nazismo, buscando algo de luz, tratando de hallar desesperadamente a mi familia perdida.

Aunque mi padre falleció a fines de 2023, se fue con el alma llena: había logrado conocer, finalmente, la historia de su familia. Y a mí me dejó marcado el camino para continuar su legado.

En vida, mi Zeide (Shlomo Lerman) nunca habló de su pasado. Su hermano, Chil Majer —mi tío abuelo—, y Levi —mi “tío” querido, el único de los cuatro hijos de Chil Majer que logró sobrevivir al Holocausto—, tampoco dijeron nunca una palabra. Había un manto de silencio que lo cubría todo…

Y, sin embargo, aunque en vida no pudieron hablar ni narrar lo ocurrido, tanto mi abuelo como su hermano y su sobrino se encargaron de dejar valiosísimos documentos, cartas, credenciales, testimonios y fotografías. Gracias a ellos logré, con gran determinación y esfuerzo, reconstruir sus vidas.

Todo comenzó en 2020, cuando las tareas escolares de mis hijas, en la secundaria ORT, les pedían investigar sobre sus abuelos y bisabuelos: cómo habían llegado a la Argentina, qué sabían de su vida en Europa. Esa consigna fue la chispa que encendió en mí un deseo inconmensurable por desentrañar un pasado que hasta entonces desconocía por completo.

Quería saber qué había pasado con nuestra familia durante el Holocausto: quiénes eran, cómo vivían en Europa, de qué se ocupaban, qué pasó con ellos, cómo y dónde fueron asesinados. Y esa chispa, una vez encendida, ya no se pudo apagar.

Dos años más tarde nació El dolor de estar vivo, que rescata del olvido la historia de juventud de mi abuelo, un comerciante judío de shtetl (pueblo judío), que logró escapar antes del estallido de la guerra, transformándose en un refugiado. Él tuvo que enfrentar obstáculos y barreras impensables por el solo hecho de ser judío.

Tengo que aclarar que, hasta entonces, nunca había imaginado que escribiría un libro. Soy farmacéutica, profesora de hebreo y fui ayudante de cátedra en la universidad. Escribir un libro no era parte de mis objetivos hasta ese momento. Fue la investigación la que me empujó a hacerlo, convirtiéndome en escritora y abriéndome un mundo que me apasiona: el de transmitir y enseñar, a través de charlas con alumnos, jóvenes y adultos, lo ocurrido en aquella oscura época del nazismo, desde un lugar íntimo y personal.

Sin embargo, yo sabía que aún faltaba contar una parte muy importante: más dura, más difícil y trágica… pero, a su vez, esperanzadora. La historia de Chil Majer —el hermano de mi abuelo— y su hijo Levi. Tenía que descubrir qué había pasado con la familia que quedó atrapada en Polonia y que fue víctima de las garras del nazismo.

Escribir mi segundo libro fue una tarea muy difícil y dolorosa. Hubo momentos en que tuve que detenerme porque no soportaba la angustia. Me hacía una sola pregunta, una y otra vez: ¿por qué?

Sin embargo, también tengo que admitir que sentí una gran emoción al descubrir a mi familia. No solo supe sus nombres: también escuché sus voces y sus pensamientos, gracias a las cartas que dejaron y a las fotos con dedicatorias. Pude entenderlos. Incluso empecé a sentir que los había conocido desde siempre. Había logrado lo que me propuse: sacarlos del olvido.

Me meto de lleno en su piel, en sus 14 años al comienzo de la guerra, y narro a través de sus ojos cómo vivió la invasión nazi, desde la inocencia de un chico que ve cómo su mundo entero se va desmoronando, como una pila de cubos que no deja de caer: el encierro en el gueto de Ostrowiec, los trabajos forzados, los traslados a incontables campos de concentración —incluyendo el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau—, la humillación, el hambre, la pérdida.

El Holocausto le arrancó la adolescencia, la familia, la vida que amaba... Pero Levi, con una fe inquebrantable, y gracias a su determinación y al amor por su padre, logró lo imposible. Encontró dentro suyo una fortaleza que ni él sabía que tenía, y que lo ayudó a enfrentar la opresión. Esa fuerza lo llevó, contra todo pronóstico, a sobrevivir junto a su padre.

Se trata de la historia de un vínculo indestructible: el lazo entre un padre y su hijo, que resultó ser más fuerte que el odio y la muerte.

Espero, desde el fondo de mi corazón, que la voz de Levi —que emerge de estas páginas— sirva como símbolo de tantas voces que sucumbieron en la barbarie del Holocausto y no pudieron vivir para contarlo. Que esta voz sirva para crear conciencia, que nos comprometa. Que nos mueva. Porque ya vimos una vez cómo el mundo eligió mirar para otro lado, y hasta dónde puede llegar el odio y la crueldad cuando nadie se interpone para detenerlo.

Y hoy, por fin, al evocar el pasado, puedo entender aquellas miradas tristes, acuosas, melancólicas. Hoy comprendo por qué llevaban tanta pena y añoranza.

Ahora sí, siento que pueden descansar en paz.

Fuente: telam

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