09/06/2025
Cuando el padre de la educación argentina quiso revolucionar la ortografía y escribir “keso”, “gitarra” o “jente”

Fuente: telam
Domingo Faustino Sarmiento creía que esas reglas dificultaban la democratización de la educación. Por qué las palabras son, también, política
>Imagine que un día despertamos y nos dicen que hay que escribir “queso” con “k”, “historia” sin hache y “examen” sin x. El desconcierto no sería menor: ¿quién decide cómo escribimos y por qué? Esta pregunta, que podría parecer trivial, fue el centro de una famosa polémica en el siglo XIX entre dos gigantes del pensamiento latinoamericano: Domingo Faustino Sarmiento y Andrés Bello.
Por un lado, Domingo Faustino Sarmiento, político, educador y escritor argentino, presidente de la Nación entre 1868 y 1874, obsesionado con modernizar y alfabetizar el país, convencido de que la lengua debía simplificarse para acercarse al pueblo y evitar el lastre de una ortografía cargada de “caprichos etimológicos”. Por el otro, Andrés Bello, humanista venezolano-chileno, uno de los grandes intelectuales de Hispanoamérica, redactor del Código Civil chileno, lingüista y gramático, defensor de una ortografía más fiel a la tradición y a la raíz histórica de las palabras.Sarmiento era radical: quería eliminar la h, que consideraba inútil, en palabras como “hombre” o “huevo”. También unificar las dos “b” en una sola y hacer lo mismo con c, s y z, que en América latina suenan igual: todo se escribiría con ese y se acabó. También, suprimir las combinaciones qu y la gu cuando equivalen a /k/ y /g/. Ahora sería “keso” y “gitarra”, por ejemplo.“El conocimiento de la ortografia, ó la manera de escribir las palabras es una cosa que interesa á todos igualmente; á los que se dedican á las letras, como á los comerciantes, á los hacendados, á las mujeres, á toda persona en fin, que tenga necesidad de escribir una carta”, escribió en el libro Memoria (sobre la ortografía americana), que se puede descargar gratis desde Bajalibros.
La polémica entre Sarmiento y Bello no fue un simple intercambio entre eruditos. Ocurrió en un momento clave: América Latina recién salía de las guerras de independencia. Las jóvenes repúblicas buscaban forjar identidades propias, modernizarse y, al mismo tiempo, legitimarse culturalmente. En este contexto, la lengua no era solo un vehículo de comunicación, sino un símbolo de civilización, poder y pertenencia.
Mientras Bello consideraba que reformar la ortografía significaba romper con la tradición hispánica y poner en peligro la unidad del idioma en América, Sarmiento veía en esa rigidez un obstáculo para democratizar la educación. Para él, una ortografía más fonética, más cercana a la forma en que la gente realmente hablaba, ayudaría a superar el analfabetismo y facilitaría el acceso al conocimiento.En 1847, Andrés Bello publicó su famosa Ortografía de la lengua castellana destinada al uso americano, donde planteaba reformas prudentes, evitando cambios radicales. Sarmiento, por su parte, consideraba que esas reformas eran insuficientes. En artículos y cartas, no dudó en calificar de “timorato” el trabajo de Bello y empujó por un cambio más audaz: eliminar letras que no se pronunciaban (como la hache), reducir las grafías múltiples (¿por qué “b” y “v” si sonaban igual?) y acercar la escritura a la pronunciación popular.Pero para Bello, los riesgos eran mayores. Una ortografía radicalmente reformada podría fragmentar el idioma en variantes nacionales, generando una Babel americana. Además, sostenía que la ortografía no era solo cuestión práctica, sino también estética y cultural: las palabras llevaban consigo una historia que no debía borrarse.Hoy, ls propuestas más extremas de Sarmiento no se aplican, pero su espíritu de simplificación quedó: a partir del siglo XIX, la Real Academia introdujo simplificaciones, como el reemplazo de las ph y th -theatro, philosofía- por t y f. Luego, reformas ortográficas del siglo XX redujeron muchas grafías innecesarias. Bello, por su parte, dejó una huella importante en la estandarización del español en América, demostrando que se podía reformar con prudencia.En el fondo, como mostró aquel enfrentamiento entre Sarmiento y Bello, las palabras nunca son solo palabras. Son también política, historia y poder.
Fuente: telam
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