08/06/2025
Un espía entre amigos: la serie británica que es una joya perdida en el maremágnum del streaming

Fuente: telam
La historia de “los 5 de Cambridge” es archiconocida y ha sido tema de novelas, películas, documentales y hasta canciones. Pero este libro y su adaptación a la pantalla en seis episodios dan lugar a una obra profunda que supera en mucho todo lo hecho anteriormente
>Cada tanto, en el maremágnum del streaming, aparece una perla escondida, inexplicablemente -o no tanto- muy poco promovida por un márketing que pone el acento en producciones superficiales, repetitivas y sobre todo políticamente correctas -con su norma ISO 9000 de control de calidad que obliga a cuotas de concesiones woke para garantizarse visibilidad-. Es el caso de “Un espía entre amigos” (Movistar Plus+, Apple TV+, Prime Video y en MGM+ y también disponible en Flow), producción que pasó más bien inadvertida entre nosotros por las razones arriba expuestas. Y eso que no le falta un reparto de lujo: Damian Lewis (Homeland, Billion) y Guy Pearce (Memento, The Brutalist) descollan en un duelo actoral en el que ninguno se saca ventaja, muy bien secundados por Anna Maxwell Martin (La joven Jane Austen, Line of Duty) y por Stephen Kunken (Billion).
Es tanto lo que ya se ha producido a partir de esta historia que parece imposible sorprender con algo nuevo y sin embargo esta serie, basada en el best seller de Ben Macintyre -“Un espía entre amigos. La gran traición de Kim Philby” (2014), lo logra. En muchos sentidos supera lo hecho hasta ahora.
Narra los acontecimientos de 1963 cuando Kim Philby es expuesto como “el tercer hombre” de “Los 5 de Cambridge”, la red de espionaje que éste integraba junto a Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross.
Ese es precisamente el gran logro de Ben Macintyre. La sensación que se tiene al ver la serie es que las cosas muy posiblemente transcurrieron así.
Verosimilitud es el calificativo que le cabe a esta dramatización de hechos reales. Macyntire reconstruye e imagina lo que no fue revelado sobre esta historia de intriga y traiciones -o lealtades ocultas- y lo hace de un modo muy creíble, no solo por los diálogos que recrea sino por cómo retrata a los personajes . Este autor británico considera con razón que los espías son un excelente tema para escribir porque “ocupan el territorio que normalmente es usado por novelistas: lealtad, amor, engaño, traición, romance, aventura”.La serie arranca en el año 1963, en el momento en que Philby es finalmente expuesto en su condición de “topo” de los soviéticos en el SIS (Secret Intelligence Service, luego llamado MI6), es decir, el servicio de inteligencia exterior del Reino Unido, y su amigo Nicholas Elliott es enviado a Beirut -donde Philby está destinado- para interrogarlo.
Intercalados con ese interrogatorio -y con el que debe enfrentar Elliott por sus jefes que quieren saber qué le reveló Philby-, varios flash back reconstruyen, a lo largo de los seis capítulos, la trama de los principales acontecimientos de esos más de 20 años que transcurren entre la preguerra -cuando Philby y Elliott empiezan sus carreras en la inteligencia británica- y el año 1963, cuando el primero es descubierto.Kim Philby (Harold Adrian Russell Philby) fue el espía más famoso de la Guerra Fría -y quizás de la historia- por el lugar al que logró llegar y el tiempo que pasó espiando para los rusos sin ser descubierto (23 años). En buena medida este logro se debió a su seductora personalidad. Cuando en el año 1951, dos de los cinco de Cambridge huyeron a la Unión Soviética ante la inminencia de ser descubiertos, Philby quedó en la cuerda floja. En ese momento estaba en Washington donde era el principal agente de enlace entre la inteligencia británica y la recién creada CIA. Fue interrogado por sus jefes y por los norteamericanos e incluso enfrentado en una conferencia de prensa televisada y salió airoso de la prueba. Dos de sus amigos lo defendieron entonces a capa y espada: James Angleton, jefe del Departamento de contrainteligencia de la CIA, fue uno de ellos. Y el otro, el ya citado Elliott, que no podía concebir que Philby fuese un infiltrado.
Para tener dimensión del daño que causó al aparato de inteligencia británico y los servicios que brindó a Moscú, basta señalar que llegó a encabezar la inteligencia británica contra la Unión Soviética, por lo que los rusos tenían información de primera mano de todas las operaciones inglesas en su contra.Uno de los mayores estragos que causó fue el facilitar a Stalin acabar con todos los resistentes europeos de la Segunda Guerra que no estaban dispuestos a plegarse a su poder, porque no eran comunistas o simplemente porque eran patriotas que no querían sacrificar la soberania de sus países al expansionismo soviético.En su paso por Estados Unidos, Philby logró proveer a Moscú de datos valiosísimos sobre los desarrollos nucleares de ese país. De hecho su traición dañó de modo casi irreparable la cooperación anglo-estadounidense en materia de inteligencia.
Un tercer diálogo se superpone en la serie a los otros dos: el de Philby con el agente soviético que lo escolta en su huida desde Beirut hacia Moscú.Tanto Damian Lewis como Guy Pearce han demostrado ya ampliamente sus dotes actorales; sin embargo aquí se superan a sí mismos. Pearce interpreta muy bien a los dos Philby: el brillante cuadro de inteligencia británico de los años 40 y 50, y el ya más cínico y resignado -y alcohólico- agente soviético expuesto en Beirut.
En la serie no se nombra a Dobb, pero sí se habla de un profesor que le contagió su indignación -seguramente legítima- por las condiciones de vida de la clase obrera británica. Eso, y “la traición de Inglaterra a los árabes”, vivencia que posiblemente le fue transmitida por su padre, Harry St John Philby, oficial del Ejército Británico, diplomático, de simpatía socialista, muy afin a la cultura árabe -se cree que llegó a convertirse al Islam- y que fue asesor del rey Abdelaziz bin Saúd de Arabia Saudita.
Pero uno de los momentos más brillantes del diálogo es cuando el agente soviético que lo escolta le pregunta a Kim Philby por qué cree que por tanto tiempo se negó Elliott a ver que él era un espía, pese a los insistentes rumores. La respuesta del “topo” es que la mayoría de los oficiales de inteligencia pertenecían a una elite británica tan segura de sí misma, tan convencida de tener la razón y de su éxito en todos los planos, que no podía siquiera concebir que alguno de sus miembros tuviera un pensamiento distinto.
La hipótesis más plausible es otra: que los británicos prefirieron la huida a tener que atravesar un juicio público al mayor topo de la historia, exponiendo su vulnerabilidad de una manera muy embarazosa. El SIS, que por su veteranía y expertise había fungido de padrino de la novata CIA, había descuidado su propia seguridad, permitiendo las mayores filtraciones de información sensible de los Estados Unidos hacia la URSS.
Por esa condición, se mantuvo en secreto su pasado, que solo fue revelado en 1979 por decisión de Margaret Thatcher. Recién entonces fue destituido de su puesto de curador real.
El propio Macintyre, duda de la versión de la huida dada por Elliott: “Esto desafía la credulidad”, dijo y agregó: “Hay otra forma muy diferente de interpretar las acciones de Elliott. La perspectiva de procesar a Philby en Gran Bretaña era anatema para los servicios de inteligencia; sería políticamente perjudicial y profundamente embarazoso”.Yuri Modin, el agente de la KGB que habló con Philby antes de que desertara, dejó el mismo testimonio en “My Five Cambridge Friends”: “En mi opinión, todo fue una maniobra política. El Gobierno británico no tenía nada que ganar procesando a Philby. Un juicio importante, que inevitablemente habría ido acompañado de revelaciones espectaculares y escándalos, habría sacudido los cimientos del establishment británico” (citado por John Simkin, en Spartacus-Educational).
En Moscú, Philby fue alojado en un lujoso departamento y recibió un estipendio mensual hasta el fin de sus días. Su expertise fue aprovechada para instruir a futuros agentes soviéticos que partirían en misiones al exterior.James Jesus Angleton, el oficial de la CIA que había defendido a Philby cuando éste quedó bajo sospecha por la huida de Guy Burgess a la URSS, aparece en la serie advirtiendo que “la paciencia y disciplina” de la inteligencia soviética no debían ser “subestimadas”. “Los rusos son mucho más sofisticados y estratégicos de lo que creíamos. Si los amigos británicos fueron infiltrados por 25 años… Están más en la m… que nosotros”.
Pensemos en los casos recientemente revelados de agentes soviéticos que, luego de un trabajo de mimetización e infiltración de largo alcance, viven en el exterior bajo identidades falsas, fingiendo ser ciudadanos del país en el cual están basados. Un espía entre amigos expone la importancia del trato personal, de la amistad y los sentimientos profundos, que impiden ver lo que está pasando, aceptar la traición. “Elliott estaba totalmente convencido de la inocencia de Philby -escribe Ben Macintyre-. Ambos se habían incorporado juntos al MI6, veían juntos los partidos de críquet, cenaban y bebían juntos. Para Elliott era simplemente inconcebible que Philby pudiera ser un espía soviético. El Philby que él conocía nunca hablaba de política. En más de una década de estrecha amistad, nunca había oído a Philby pronunciar una palabra que pudiera considerarse de izquierdas, y mucho menos comunista. Philby podría haber cometido un error al asociarse con un hombre como Burgess; podría haber incursionado en la política radical en la universidad; incluso podría haberse casado con una comunista y haber ocultado el hecho. Pero se trataba de errores, no de delitos”.John le Carré, que tuvo una breve carrera en los servicios, conoció a Nicholas Elliott, y lo describe así: “Era el espía más encantador, ingenioso, elegante, cortés y compulsivamente entretenido que he conocido jamás. (...) Era un bon vivant de la vieja escuela. Nunca lo vi con otra cosa que no fuera un traje oscuro de tres piezas de corte impecable. Tenía unos modales perfectos, propios de Eton, y le encantaban las relaciones humanas. Era delgado (...), con una sonrisa tranquila en el rostro y un codo levantado para sostener la copa de martini o el cigarrillo” (del libro de Macintyre “Un espías entre amigos”).En octubre de 1963, pocos meses después de haberse instalado en Moscú, Kim Philby le escribió una carta a Nicholas Elliott: “Estoy más que agradecido por tus amables intervenciones en todo momento. Me habría puesto en contacto contigo antes, pero pensé que era mejor dejar que el tiempo hiciera su trabajo en el caso. Siempre recuerdo con mucho gusto nuestras reuniones y conversaciones. ¡Me ayudaron mucho a orientarme en este mundo tan complicado! Aprecio profundamente, ahora como siempre, nuestra vieja amistad, y espero que los rumores que me han llegado sobre los problemas que has tenido por mi culpa sean exagerados. Sería amargo sentir que he podido ser una fuente de problemas para ti, pero me anima la confianza de que habrás encontrado una salida a cualquier dificultad que te haya acosado”.
Como dice Le Carré, el Berlín de esos años fue el escenario de la “verdadera guerra”, esa que la Segunda Guerra Mundial había interrumpido, y que fue retomada inmediatamente después, la que “se había iniciado con la Revolución bolchevique en 1917, y había continuado bajo distintas banderas y disfraces desde entonces”.
Fuente: telam
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