05/06/2025
Dejó su carrera de economista, cruzó África en bicicleta y relata su experiencia: “Aprendieron que la felicidad para por otro lado”

Fuente: telam
Agustí Ochoa unió El Cairo y Ciudad del Cabo en bicicleta. La travesía marcó un punto de inflexión personal y profesional: al volver, transformó esa experiencia en una forma de trabajo que promueve el bienestar y el compromiso social
>“Los chicos fueron mis grandes maestros. Los veías descalzos, con carencias, pero la mayoría de las veces, cuando yo me acercaba, siempre estaban con una sonrisa de oreja a oreja... Aprendieron que la felicidad pasa por otro lado”, cuenta Agustín Ochoa al recordar lo que más lo conmovió durante la travesía que emprendió en 2017 cuando, angustiado por la situación que se vivía en Argentina, decidió salir de su zona de confort, dejarlo todo para partir a un continente que solo conocía por fotos y entregarse al destino.
Durante su viaje, Agustín dio charlas motivacionales a niños y jóvenes en contextos vulnerables. Al regresar a Buenos Aires, decidió continuar ese camino, impulsando causas sociales junto a Racing Solidario y la ONG CILSA. Actualmente, lidera una campaña para recaudar fondos y entregar 300 sillas posturales a personas con discapacidad.
Fueron nueve meses los que le llevaron a Agustín unir en bicicleta las capitales de Egipto y Sudáfrica. Antes de embarcarse en esa travesía, no se consideraba ciclista. “Yo no supe andar en bicicleta hasta grande, así que realmente hacer una travesía así para mí, que no era ciclista ni mucho menos, era un desafío completamente llevado al extremo”, afirma el economista.Pero fue esa necesidad de romper con las formas hasta entonces conocidas y transformar su realidad no surgió de la nada. “Era más joven, no tenía un rol tan participativo en la sociedad, veía las noticias y parecía que el mundo y el país se caían a pedazos, había guerra, pobreza. Todo eso estaba pasando y yo estaba sentado, cruzado de brazos y haciendo nada. Estaba en una situación de comodidad sentado en un sillón y sin hacer más que mirar la tele. Y me propuse... —se frena para pensar y sigue— Tenía que hacer algo, tener una experiencia de vida que me sacase de esa zona en la que estaba”.“Entendí que era un desafío que iba a transformarme por completo y que si lo quería llevar al extremo, tenía que ser en África. Ir a Sudán, al medio del desierto del Sahara, o a la sabana de Zimbabue... ¿Qué te vas a encontrar ahí? Eso era lo que sentí que debía hacer”, recuerda hasta las sensaciones que ahora le erizan la piel.
Sin demasiada experiencia en bicicleta, pero convencido de cuál era la meta, Agustín comenzó a prepararse para su primer gran viaje y en marzo de 2017, aterrizó en El Cairo. Eran él, su idea y Lucía, su bicicleta. No hubo mapa ni itinerario pensado. Dejó que las rutas africanas lo guiaran. Tan solo se propuso pedalear al menos 100 kilómetros por día. Sin embargo, la distancia que lograba cubrir dependía siempre del terreno, del clima y de la hospitalidad de las comunidades que encontraba en el camino.En ese camino, buscó contactar con las comunidades locales para preguntarles qué caminos tomar, averiguar por pueblos cercanos y hasta evitar rutas donde pudieran aparecer animales salvajes. “En Etiopía había hienas; en Tanzania, leones. Pero también estaba la posibilidad de sufrir robos en algunas zonas”, cuenta.
Con la adrenalina a flor de piel, su pensamiento comenzó a pasar por otro lado. “Todos los días me levantaba con tres o cuatro preocupaciones: qué iba a comer, cómo me iba a aprovisionar de agua, dónde iba a dormir y cómo iba a preservar mi seguridad. Y una quinta opcional: si iba a tener la opción de bañarme o no”, revive entre risas.A pesar de ser fotógrafo, durante el viaje casi no usó la cámara aunque siempre la tuvo con él: “La tenía encima, pero tengo más recuerdos vividos que fotos. Yo estaba en África y era feliz. Y cuando volví y empecé mis proyectos acá, era igual de feliz. La felicidad está en donde uno la pone”, reflexiona.
Consultado por cuáles de todos esos recuerdos aún lo conmueven dice que, sin dudas, la mirada de los chicos en los pueblos: “Aprendieron que la felicidad pasaba por otro lado: por sus hermanos, sus padres, por jugar con una botella vacía. Pero no hace falta irse a Etiopía para ver eso. En Salta, Formosa o Santiago del Estero pasa lo mismo”.Al regresar a Buenos Aires en 2018, Agustín decidió transformar su experiencia en África en una herramienta de trabajo. Comenzó a colaborar con organizaciones sociales y a brindar charlas motivacionales y capacitaciones en empresas, con el objetivo de promover un enfoque más humano en los espacios laborales. Su propósito, dice, es “tender puentes” entre necesidades sociales concretas y personas u organizaciones con capacidad de ayudar.
Dice que el viaje en bicicleta le permitió entender el valor de lo esencial y hoy busca trasladar esa lógica al mundo del trabajo. Desde ese lugar, propone un modelo centrado en el bienestar emocional, el respeto por los límites personales y la escucha activa. “Propongo trabajar con objetivos, pero desde un lado más humano. Hay una persona detrás, con una salud y una capacidad que no se puede forzar más allá”, explica y llama a reflexionar en los ámbitos laborales. Y cuestiona la deshumanización en muchos ámbitos laborales y respalda sus observaciones con datos surgidos con la edición 2025 del estudio Líderes o jefes, realizado por el portal de empleos Bumeran: el 77% de los empleados en Argentina evaluó dejar su puesto debido a una mala relación con su superior.Aunque ahora está anclado en su trabajo, no cierra las puertas a otra experiencia como la africada. “Me gustaría armar algún otro proyecto en bici. Siempre está latente la idea de volver a hacer algo así. El viaje que hice fue completamente independiente, sin sponsors, porque quería que fuera algo genuino y muy personal. Pero también estoy atento a las propuestas que puedan surgir. Si aparece un proyecto o una idea interesante, siempre está la posibilidad de llevarlo adelante”, finaliza.
Fuente: telam
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