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04/06/2025

Marc Marginedas: “Rusia es un país gobernado por monstruos”

Fuente: telam

Lo secuestró el Estado Islámico en Siria y le hablaron en ruso. Fue corresponsal en Moscú por más de 10 años. Investigó la trama que sostiene a Putin en un libro contundente

>“Acostarse rodeado de guerrilleros yihadistas tumbados en colchones, junto a un guardián en la puerta armado con un fusil de asalto vigilando todos y cada uno de tus movimientos, hace imposible el reposo”, escribe. El periodista Marc Marginedas. Sí, claro, es algo que uno puede imaginar pero que Marginedas vivió: en 2013 pasó seis meses secuestrado por el Estado Islámico. Había entrado de manera ilegal a Siria. Pero su destino se decidió “cuando llegaron al campamento dos fornidos combatientes, uno de los cuales había venido desde Rusia y se expresaba en el idioma de ese país con un fuerte acento del Cáucaso”.

Marginedas cuenta esto, y, más, en el libro Rusia contra el mundo. Más de dos décadas de terrorismo de Estado, secuestros, mafia y propaganda, donde denuncia mentiras, corrupción, espionaje y apoyo al terrorismo por parte de la Rusia de Vladimir Putin. Hasta sugiere que tuvieron algo que ver con el conflicto entre Hamas e Israel. En esta charla con Infobae, además, Marginedas señalará el trabajo de Rusia en América latina. Sin eufemismos, hablará de un “estado-mafia”.

Conoce el terreno: el periodista español -que trabaja en El Periódico, de Barcelona- fue corresponsal en Rusia de 1998 a 2002 y de 2015 a 2022. Dice que allí está su segunda patria.

-Acaba de salir un libro, de Hugo Alconada Mon, sobre el caso de unos espías rusos que estuvieron en la Argentina durante doce años pero iban a Eslovenia.. También hubo una investigación del Wall Street Journal sobre esto.

-Estuviste en Rusia durante la caída del comunismo y luego muchos años después. ¿Qué había cambiado?

-Yo lo comparo con la película Cabaret. Para mí era un poco eso: Cabaret al principio se sitúa en una Alemania arruinada, la de la República de Weimar. Era grave, pero había bastante esperanza, ¿no? Y sobre todo, la gente pensaba que la situación iba a cambiar, que el país había entrado en una senda de normalización política y que era cuestión de tiempo para que las reformas y los sacrificios que había tenido que sufrir esa sociedad —que había visto cómo la Unión Soviética se implantaba— dieran sus frutos.

-¿Era más difícil entrar y salir?

-Recuerdo también que, aunque había ido de vez en cuando a Moscú entre un periodo y otro, esta vez llegaba para quedarme. Me retuvieron dos horas en el control de pasaportes por un problema con el número de mi visado. Me dije: “Este país, que era tan laxo cuando vivía aquí, ha dejado de serlo”.

También me sorprendió ver el centro de Moscú estaba limpio como una bandeja de misa. Pero era una limpieza que no respondía a un estándar de país desarrollado, sino a una intención de mostrar una cara brillante al visitante. Porque si sales de Moscú —una ciudad ordenada en torno a anillos de circunvalación—, todo cambia. Fuera de esos anillos, la ciudad es mucho más sucia, los servicios son peores, la nieve se acumula en charcos medio congelados. Pero el centro, impecable. Recuerdo, por ejemplo, que mi ayudante tiró una colilla al suelo y fue advertida de inmediato. Eso es algo que uno ve en lugares como Singapur, donde hay un control social muy fuerte.

—¿Y efectivamente tuviste problemas para trabajar esa segunda vez?

Así que El Periódico no era una prioridad, pero empecé a notar cosas. Por ejemplo, el personal que trabajaba con nosotros, informaba. La ayudante de una corresponsal española le preguntó un día a mi colega por un libro que yo había escrito sobre mi secuestro. Fue una señal de que había interés en ese tema.

También recuerdo que, nada más llegar a Moscú, un colega con el que tenía una relación cordial quiso hablar conmigo y, de pronto, la conversación se convirtió en una especie de interrogatorio sobre lo que yo había visto durante aquel secuestro. Comentarios como: “Eso es interesante, cuéntame más, ¿cómo fue?”. Me lo tomé como un aviso.

-En el libro hay un momento en el que contás del secuestro y que apreció alguien que hablaba ruso.

Y él me respondió con una frase en ruso que nunca olvidaré: “Tú has venido aquí dos veces y te ha salido bien, pero ahora te vamos a matar”. No era una frase yihadista, era la frase de alguien harto de los periodistas que entrábamos ilegalmente en Siria. Y me hizo pensar. Recordé cómo Rusia había manipulado a los grupos armados en Chechenia, cómo los infiltró e impulsó ciertos repuntes violentos. Eso me llevó a considerar que Rusia estaba actuando de la misma manera. En el libro digo que ese hombre era un infiltrado.

—Por eso te digo que tenía muchos problemas en Rusia. ¿Qué hace Rusia cuando enfrenta un movimiento insurgente en un país aliado como la siria de Bashar al Assad? Lo infiltra. En Argentina, los servicios se infiltran entre los enemigos del Estado. En España, se infiltraban en ETA, o incluso entre los independentistas. Pero Rusia infiltra no para desactivarlos ni para obtener información, sino para radicalizarlos y así deslegitimarlos ante la opinión pública. Con el Estado Islámico vimos ese escenario claramente. Cuando apareció, dejamos de hablar de las atrocidades de Bashar al Assad y empezamos a pensar que él era el mal menor.

-En el primer capítulo, asegurás que hubo un atentado de falsa bandera destinado a instalar a Putin en el poder. Fueron casi 300 muertos por la explosión de edificios en en Moscú y en Volgodonsk, en 1999. ¿Podés estar estar tan seguro de su hipótesis?

La gente que había colocado los explosivos es detenida por la policía local. Y, en el momento de la detención, muestran identificaciones del FSB. Entonces, claro, ¿cómo niegas eso? Nikolai Patrushev, número dos del régimen de Putin y actualmente la persona más influyente en Rusia después del propio Putin, dijo que era un ejercicio para comprobar si la ciudadanía estaba alerta. Es decir, no había forma de negar lo que había ocurrido.

Los miembros de la comisión de investigación han muerto o han sido encarcelados por revelar secretos de Estado. Demasiadas coincidencias. Y además, ya sabemos cómo funciona ese país. Los opositores en el extranjero son ejecutados. Así que no cabe la sorpresa. Pensar que un régimen como ese haya llegado al poder mediante una operación de falsa bandera no es, en absoluto, descabellado. A mí no me lo parece.

-Porque es un puebo automatizado. Han percibido que el régimen ha dado un giro brutal hacia el estalinismo, y tienen muy presente en su memoria colectiva lo que supuso aquella época. Se dan cuenta de que lo único que pueden hacer es callarse y esperar a que pase la tempestad. Solo un país como Rusia —como lo fue la Unión Soviética—, en el que millones murieron por la paranoia de un dictador, puede entender esta forma de pensar, esta pasividad política.

—Claro.

—¿Y el resto del mundo?

—Eso es fuerte.

Lo que quiero decir es que ha habido un proceso de empoderamiento que ha convertido el problema en algo mucho más grave y difícil de gestionar. Un problema que viene de los años noventa y que, por omisión o complicidad, fue heredado por las generaciones actuales. Y ahora estamos pagando las consecuencias.

-No es fácil romper con Rusia. Tienen el gas...

Y eso es, francamente, lo que impresiona. Tienen una economía en ruinas, pero una población resiliente. Por eso, me parece muy difícil que pueda haber un cambio político a corto plazo. Lo único que podemos hacer es prepararnos para un escenario más duro: el mantenimiento del régimen y el incremento de campañas de desinformación contra Europa, sin duda.

-Y en América latina?

—Sí, bueno, en América Latina a veces hay que repetir que Rusia ya no es comunista.

—Y para Europa es un peligro.

El apoyo de Rusia al régimen de Assad en 2015 sirvió para apuntalar un gobierno totalmente corrompido, que ha saqueado al país. Lo que la gente necesita empezar a entender es que Rusia representa una amenaza gravísima. En Europa lo estamos asimilando, pero ha costado mucho trabajo, mucha pedagogía desde el periodismo.

-¿Y ahora no tenés miedo? Vos contás en el libro varios asesinatos en el exterior

Ya lo vimos durante la guerra de Chechenia, al comienzo del mandato de Putin. Hubo secuestros, atribuidos a extranjeros, que en realidad estaban azuzados por el FSB. Y lo que lograban era cambiar la percepción del conflicto: de pronto, los chechenos eran terroristas. Igual que más tarde los sirios. Entonces, sí, puedo decir que tengo miedo. Pero me he leído las memorias de Navalni. No me comparo con él, en absoluto, pero recuerdo una cosa que decía: que el miedo hay que eliminarlo de la ecuación. Rusia utiliza el miedo como herramienta de control. Si cedes a eso, estás empoderando al régimen.

Fuente: telam

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