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02/06/2025

“Adonde lleva la pasión”, la intensa y desafiante relación entre dos monjas

Fuente: telam

Infobae Cultura comparte un capítulo del nuevo libro de Carolina Balbiani, que revela la intensa relación entre dos religiosas, marcada por la vocación, el encierro y un sentimiento que desafió las reglas

>Cuando María tenía 17 años, una voz en su interior le repetía su vocación religiosa. Hasta entonces había sido una adolescente corriente, con novios, salidas y amigas, pero ahora quería ser monja. Dedicar su existencia a Dios y a los más necesitados. Y ante la insistencia de esa voz, María decidió escucharse. La decisión, lamentablemente, desató en su vida una revolución interna y externa, más digna de los infiernos que de los paraísos.

Era la menor de tres hermanos de una familia de clase media porteña donde la educación era relativamente importante. Los dos varones mayores se educaron, de principio a fin, en la escuela pública, pero para María su madre quería algo distinto.

Por esos años tuvo varios novios. El primero a los 14.

A través de las hermanas, su contacto con la religión se volvió profundo e intenso, y no demoró en aflorar su vocación religiosa. “Era como un sistema natural de captación de voluntades. Tenía 15 años cuando la hermana que llegó a la escuela para comandar la rectoría me captó. Llamó mi atención de manera total. Calculo que yo tenía carencias maternas que me hicieron más vulnerable y ella, con habilidad, me fue llevando. Yo buscaba protección, una madre contenedora, lo que no tenía en casa. Porque, en ese tiempo, mi mamá era alcohólica, no me prestaba atención y andaba como ausente en mi vida. La falta de presencia materna, como veía que tenía el resto de mis amigas, me hacía sentirme muy sola. Era claramente una adolescente susceptible de ser cooptada. La que se había convertido en mi protectora me invitó a un retiro que hacían en la provincia de Córdoba, donde había un noviciado. Cuando volví de ese retiro espiritual ya lo tenía decidido: me iría de mi casa para tomar los hábitos. Habían conquistado mi punto más vulnerable. Así fue como, a los 17 años, decidí ingresar en la congregación donde pasaría casi nueve años. Entré con ideales de cambiar el mundo y de vivir al servicio de los que más lo necesitan”.

Esa decisión de María requería una comunicación urgente. El siguiente paso fue anunciarlo a su familia. “Fue un bombazo contarlo en casa. Mi mamá se opuso desde el primer momento. Yo le respondí, muy bien asesorada por las hermanas, que si no me dejaban iba a realizar una presentación judicial para vencer toda resistencia. No solo se oponían mis padres, también mis amigas que fueron a hablar con mis hermanos, quienes intentaron hacerme razonar. Pero las hermanas religiosas me habían preparado para esto: me habían explicado que tenía que resistir y evitar todas las tentaciones demoníacas, obstáculos que los demás me pondrían en el camino.

Incluso uno de sus novios de adolescencia, hermano de una de sus compañeras, se atrevió a ir al colegio a hablar con las religiosas para pedirles que dejaran tranquila a María. No sirvió de nada.

María no puede evitar reflexionar sobre su decisión adolescente: “Hoy, después de muchos años de terapia, veo que ingresar al convento fue también una manera de escaparme, de evadirme del abandono que sentía. De situarme en un refugio donde seguir siendo niña. Ese lugar que elegí, en sociología, se llama sociedad total, porque es un sitio donde vos encontrás todo sin tener que salir. Te aniñás para siempre, porque no manejás dinero, tenés que pedir permiso para cada cosa que hacés y perdés contacto con la realidad. Te infantilizás y evitás crecer. Crecer era mi terror”.

Dentro de los muros del convento

El 28 de enero de 1990 María se subió a un ómnibus con destino a la ciudad de Córdoba. Su madre y una amiga de su madre la acompañaron hasta el noviciado.

“Al principio de mi vida en comunidad me sentí contenida. Yo era postulante, el primer paso para ser monja, y éramos seis compañeras. Algunas de la misma edad, otras más grandes. Nos hicimos amigas. Vivíamos en la casa generalicia, un convento bastante moderno donde las postulantes teníamos un sector de habitaciones. Había, además, una capilla, el comedor, un jardín inmenso y, en un edificio aparte, estaba la comunidad de la superiora general y sus consejeras. Dentro del convento todo se maneja como un gobierno. Todo está regulado: la economía, el comportamiento, la educación. Es una sociedad total que funciona con independencia de todo reglado externo. De hecho, hay una estricta constitución propia que rige dentro de la congregación”.

Ese primer año fue entretenido para María. Ir y venir entre mujeres vestidas con sus hábitos blancos de mangas largas y velos negros o blancos —según su grado de compromiso— la hizo sentirse protegida. Con eso le alcanzaba para la felicidad. Al menos hasta ese momento.

Se levantaban a las seis de la mañana y lo primero que hacían era asistir a misa. Luego, desayunaban y rezaban. Terminadas las plegarias, se dirigían a las tareas que tenían asignadas. La campana indicaba la hora del recreo y de sentarse a tomar mate con el resto.

En el verano solían ir a la casa que la congregación tenía en las sierras cordobesas. Cada tanto las postulantes, si estaban solas, se bañaban en el río: “Nunca podías mezclarte con las más grandes, pero era un soplo de libertad”.

Al año, cuando terminó el postulado y antes de entrar al noviciado, le confeccionaron su primer hábito. Al tomarle las medidas, la monja/modista le dijo muy sorprendida: “¡Cuánto hace que no veo a alguien flaco! Eso ya lo vamos a arreglar”.

Cuando comenzó el noviciado, etapa que dura dos años, empezó a usar ese hábito con velo blanco. Todavía la ilusión brillaba. “Estuve en una casa de campo viviendo con mis seis compañeras, más otras seis que estaban en segundo año, y con una superiora a la que recuerdo con mucho afecto. Pasamos momentos agradables y nos divertíamos bastante. A veces transgredíamos algunas reglas. ¿Cuáles? Pavadas. Por ejemplo, decir que íbamos a un lado e íbamos a otro y de paso nos tomábamos una cerveza. Creo que esas pequeñas cosas nos salvaron de la locura”. María no habla con dramatismo, conversa con soltura. Se nota que valora ejercer la libertad de palabra y de movimiento. Es algo que aprendió con las vueltas de la vida y la terapia sostenida.

Terminado el noviciado empieza el “juniorado” y las hermanas hacen sus primeros votos temporales por tres años: obediencia, castidad y pobreza. Al cumplirse ese lapso, los renuevan por otros tres años. Luego, llegan los votos permanentes.

La monja del Renault 12

En un momento de ese primer día tuvieron que ir a buscar unos cubiertos a otra casa cercana. Fueron caminando Mercedes, bajita, rubia de ojos claros y ascendencia alemana, con María, la porteña alta de pelo castaño. Pegaron onda de inmediato. “Ella era docente y toda su formación había sido dentro de la congregación. Mercedes venía de una familia muy humilde. Con los años deduje que, quizá, entrar en el convento había sido su salida para escapar de la miseria. Así como en mi caso el motivo fue huir de una realidad familiar”.

“Obviamente éramos monjas, estábamos en un convento, por lo cual disfrutamos de lo que creímos era una hermosa amistad. Pero esa amistad fue creciendo con el paso del tiempo. Nos volvimos muy apegadas y casi que no podíamos no estar juntas. Queríamos compartirlo todo. Cada una tenía su actividad. Ella era directora de la primaria y hacía el profesorado a la noche. Nos las ingeniábamos para vernos en las horas que teníamos actividades en común, pero no nos alcanzaba y buscábamos más excusas para vernos en todo momento. Queríamos pasar tiempo juntas, charlar a solas. A veces la iba a buscar, medio a escondidas. También íbamos los sábados y domingos al colegio porque no había nadie. Recuerdo nuestras largas caminatas por las calles del barrio, haciendo compras y otras diligencias. Siempre queríamos estar una al lado de la otra, en la mesa, en el auto. Teníamos una fuerte atracción física. Buscábamos todo el tiempo el contacto casual de las piernas, de las manos, de las miradas. Nos sentábamos en el piso del colegio y accidentalmente nos rozábamos, siempre con miedo. Vivir una amistad así en un convento no es nada fácil, porque enciende todas las alarmas. Enseguida te comienzan a observar con detenimiento. Ella tenía pavor, yo lo notaba, pero no decíamos nada. De nada de eso se hablaba, solo intentábamos vernos y estar juntas”.

Es que las amistades particulares con acceso carnal son consideradas un pecado mortal. Gravísimo. No lo dice ella. Lo digo yo y con riesgo de equivocarme. Pero no me quiero adelantar, porque todavía no había pecado, solo existía el deseo. Las atravesaban los inconfesables “malos pensamientos”.

Amor prohibido

“Es una casona estilo inglés, ubicada en la punta de un cerro, con balcones bellísimos mirando al río. Un paraíso. Fuimos varias hermanas. La casa es muy grande. Mercedes y yo buscamos compartir dormitorio y justo se dio que en el nuestro no dormía nadie más. Ya habíamos viajado juntas a campamentos y a encuentros religiosos a otras provincias, pero esta vez fue distinto. Esa noche cuando nos fuimos a dormir, nos pusimos a charlar como siempre, pero en el aire se respiraba electricidad, tensión. Atracción pura. De alguna manera, nos fuimos acercando cada vez más. Parecía que mi corazón se me iba a salir de lugar y me temblaba el cuerpo. A ella también le pasaba lo mismo. Hasta que estuvimos tan cerca que nos besamos. Fue el beso más tierno y dulce que jamás experimenté hasta el día de hoy. Un beso tembloroso, lleno de amor, lleno de miedo, lleno de culpa. Besos y caricias con las que nos descubrimos. Fue como salirse fuera del tiempo y del espacio. Nada nos importó más que ese momento en que finalmente se rozaron nuestros labios… Aunque las circunstancias no nos permitirían vivir ese amor por mucho tiempo más”.

El murmullo de lo que pasaba entre ellas provocó que a Mercedes la trasladaran, de manera intempestiva, a otra ciudad de la provincia. Ocurrió en menos de 24 horas y, cuando se lo anunció, María pensó que moriría de dolor. Mercedes, en cambio, logró mantenerse en su eje de apariencia inmutable. “Ella era muy fría, pero yo lloraba. Cada una en una comunidad distinta, intentamos mantener la comunicación. Nos escribíamos, nos hablábamos como podíamos. Si hubiera habido celulares, como existen ahora, todo podría haber sido distinto. Cierto es que ella no tuvo el valor de vivir ese amor, de dejar todo y fluir con lo que sentíamos. Una vez, estando las dos paradas en una escalinata del colegio en el que trabajábamos y antes de que nos separaran de esa manera, me dijo: ‘Nada, absolutamente nada de lo que sucede alrededor me importa más que vos’. Nunca más en mi vida volvieron a decirme algo tan fuerte”.

A partir de ese momento la relación fue por carta y teléfono. “Con mis compañeras no hablábamos del tema, pero algunas de ellas fueron cómplices llevando y trayendo cartas y casetes grabados. Le enviaba a Mercedes canciones cantadas por mí, ¡hoy serían como podcasts!”.

Separadas por las normas

En el año 1999, María tenía casi 27 años y estaba en crisis, con atención psicológica y psiquiátrica. Un día de esos, tocaron el timbre de la casa donde vivían con otras monjas. Traían algo, pero ella observó que la hermana que había ido a atender la puerta había vuelto con las manos vacías. Le pareció muy curioso.

Regresar al mundo

Ese día de 1999, después de la pelea, las cosas cambiaron de rumbo. Ya no habría más una monja, normas y votos sino una joven común que tendría que ver qué hacía de su vida. Su superiora le consiguió el dinero para el pasaje de avión y para comprarse ropa para quitarse el hábito y poder volver a la calle.

“Estaba tan confundida y mareada... era rarísimo. Mi hermano me dio un abrazo inmenso y me dijo bienvenida. ¿Lo ocurrido con Mercedes? No se lo conté a nadie. Eso me lo guardé. El retorno no fue nada fácil. Me puse en contacto con gente y conseguí empezar a dar clases. Entré un tiempo después en un grupo de investigación sobre educación. Y bueno, me fui reciclando. Cuando volví yo ya había perdido la noción de lo que era el dinero, así que cuando cobré mis primeros sueldos hice desastres”.

Ese sentimiento inolvidable

La amistad siguió adelante. “Nos encontramos muchas veces más en Buenos Aires, cuando ella venía a hacer cursos. La relación se circunscribió a una amistad. Yo había dejado atrás la congregación, las ilusiones de construir un mundo mejor y, también, al amor que no fue y que podría haber sido. Nunca más tuve relación ni me atrajo otra mujer. Estoy casada, tengo hijos y mi vida siguió su curso con tranquilidad. No hablé de mi historia con Mercedes con nadie, solo le mencioné algo a mi compañero actual, pero sin demasiado detalle. Un par de años después de dejar el convento conocí al padre de mi hija que hoy tiene 22 años, pero la pareja no funcionó. En el 2005 encontré en mi camino a quien es hoy mi marido. Con él tuve a mi hijo varón que tiene 16 años y completamos una familia muy linda. A Mercedes la seguí viendo por bastante tiempo más. Ha venido a mi casa de visita, a tomar café y conoció a mis chicos. Creo que ella sintió celos cuando me casé y tuve a mis hijos, pero jamás expresó nada. Le cuesta hablar. Es rígida y muy severa con ella misma. Nos seguimos tratando de esa manera hasta que cometí el error de comentarle que tenía ganas de contar mi historia, quizá de escribir un libro. Eso la descolocó totalmente y la puso muy mal. Me pidió, por favor, que no lo hiciera. Le dije que jamás la nombraría, que no se preocupara. Pero se aterrorizó y nunca más me volvió a responder un solo mensaje”.

Le pido que, para cerrar, hablemos un poco del amor, del gran amor. Lo piensa. “Jamás la olvidé. Dicen que el verdadero amor llega una vez en la vida. A veces pienso que, a mí, tal vez ese amor me llegó en el lugar y en el momento menos oportuno. A mi marido lo quiero y tenemos una relación hermosa, pero la verdad es que nunca más volví a sentir lo que experimenté en aquel tiempo. También es cierto que el sentimiento quedó anclado tan profundo y de esa manera por lo que no fue, por la prohibición, porque no hubo desgaste, porque no se pudo vivir. Quedó fijado como algo idílico. Pero sí, nunca volví a sentir algo con esa misma intensidad”.

Fotos: gentileza editorial Urano.

Fuente: telam

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