02/06/2025
“Vivimos en un velero, pero no como todos imaginan”: la intimidad de una familia con tres hijos que navega sin rumbo fijo

Fuente: telam
Hace casi una década, Rocío Giralt y Herman Meder dejaron su casa en Bariloche para instalarse en una embarcación llamada Kira-Kira junto a sus tres hijos: los mellizos Valter y Günter de 14 años, y Bruno de 10. Entre navegaciones, escuela a distancia y lejos de las comodidades de la vida en tierra firme, relatan cómo es sostener una rutina con lo justo y en constante movimiento
>El 4 de junio de 2011, una nube densa y gris cubrió Bariloche. El Por aquellos días tenían 27 años y un par de mellizos de apenas seis meses. Como consecuencia de la erupción del volcán, la casa que habían construido no solo perdió valor, sino que también dejó de ser un refugio. “La ceniza se filtraba por todos lados y respirábamos Años después, ya con su tercer hijo, lograron vender su propiedad y compraron el velero Kira-Kira. Desde entonces, hace casi diez años, no volvieron a tierra firme: navegan por Sudamérica. “Vivimos en un yate, pero no de la forma en que todos imaginan: tomando mojitos y caipiriñas en una isla. Esto es muchísimo trabajo. Sería mucho más simple estar en una casa”, aseguran.
Para los Meder, la idea de vivir en el agua no fue improvisada. Oriundo de la localidad bonaerense de Olivos, Herman es marino mercante y creció en el velero de su padre, también aficionado a los barcos. Rocío, en cambio, no tenía ningún vínculo previo con la navegación, pero el plan la entusiasmaba. “No llegué ni a tomar un curso: aprendí a timonear en el camino”, cuenta entre risas.
El velero lo adquirieron en 2017 y se llama Kira-Kira, nombre elegido por su constructor original, en homenaje a una isla del Pacífico donde soñaba con llegar. “Por una cosa u otra no pudo hacerlo, así que en algún momento nos gustaría llevarlo a ese destino”, cuentan a dúo.
Se trata de un Van de Stadt 36 de acero, diseñado para las aguas duras del Norte, lo cual representa una ventaja en navegación expuesta, pero también algunas incomodidades. “Es un barco más cerrado, sin tanta ventana, y con poca iluminación”, explica Herman. A diferencia de otros veleros, el timón no está a la intemperie, sino dentro del cockpit o cabina de mando. “Lo bueno de eso es que cuando llueve no nos mojamos. Además, cuenta con paneles solares y un molino de viento que le permite generar su propia energía”, agrega y, junto a Rocío, se preparan para compartir algunos pros y contras del estilo de vida que llevan.En el Kira-Kira, los días se planifican a base de pronósticos meteorológicos. “Nuestra rutina está supeditada al clima. Por lo general, durante la mañana los chicos hacen la tarea o estudian, todo a distancia. La luz solar, de la que se alimentan los paneles del barco, es nuestra fuente de energía. Mientras haya batería —porque los días feos no se carga mucho— hacen sus deberes. Este año están cursando en la escuela del Ejército”, cuenta Rocío.Lo dicen sin queja, pero con convicción. Vivir en un velero requiere de una logística constante y una planificación que, en tierra firme, tiende a estar resuelta. “Como solemos tirar ancla, todo lleva mucho más tiempo”, explica Rocío.
Conseguir agua potable también es una preocupación diaria: el barco tiene un tanque de 250 litros —para cocinar, bañarse y limpiar— y varios bidones de 20 litros —para consumo— que recargan donde pueden. “Extraño la comodidad de abrir la canilla y que salga agua sin tener que ir a buscarla; o prender la luz y decir: ‘No importa si este mes viene un poquito más cara’. A veces pienso: si estuviera en una casa, me dormiría una siesta”, lanza Rocío.
“Por lo general, esas comodidades las experimentamos en forma de vacaciones, cuando visitamos a nuestros familiares”, agrega Herman. La economía de los Meder se sostiene con lo justo. Herman, maquinista y mecánico naval, se las ingenia entre reparaciones de motores y traslados a turistas, según lo que aparezca en cada destino. Rocío, en tanto, se ocupa de cocinar, abastecer y organizar los recursos. Pero nada es fijo. “Cada vez que llegás a un lugar, tenés que presentarte y buscar oportunidades. Si no las encontramos, nos vamos”, dice él.Si bien tienen algunos ahorros, no quieren financiarse con eso. “Los miramos con miedo”, admite Herman. Y como todo depende del contexto, muchas veces deben moverse no solo por trabajo, sino por necesidad: ya sea para conseguir agua potable, encontrar un muelle de cortesía, renovar papeles o evitar un frente climático complicado. “Estoy permanentemente planificando hacia dónde ir y atajando el clima”, dice él.
Valter, Günter y Bruno crecieron en el barco, pero no viven desconectados de sus pares. “Como mamá, ese es un tema que me cuestiono un montón. Por eso, siempre buscamos el equilibrio entre la vida en el agua y el contacto con otros chicos. Por ejemplo, en Mar del Plata fueron un año al colegio presencial. Lo mismo cuando estuvimos en Para Ti, en Brasil. En Uruguay, directamente, los asocié al Club Náutico y se hicieron un montón de amigos”, cuenta Rocío.
Aunque estudian a distancia, con docentes que los acompañan virtualmente, cuando hace falta Rocío también oficia de maestra. “Me gusta que experimenten la posibilidad de salir del sistema, de no ir todos los días a la escuela a las seis de la mañana en colectivo, y que vean que hay otras formas de estudiar”, dice.No hay navegación sin imprevistos. De hecho, algunas de las peores experiencias de los Meder ocurrieron en los primeros años, cuando todavía estaban familiarizándose con la vida en altamar. Una vez, en Santa Marta, Brasil, un rayo impactó el mástil y quemó las antenas de comunicación. Horas más tarde, casi chocan con un objeto que flotaba a la deriva justo antes de que se largara una tormenta. “Todo sucedió el mismo día. Fue como: ‘¡Ahhhh! ¿Por qué?’. La pasamos un poco mal. Los chicos además eran muy chiquitos”, recuerda Rocío.
También están las travesías inolvidables. En la más reciente, navegaron durante nueve días sin necesidad ni ganas de entrar a puerto. “Fue lo mejor que nos pasó. Hasta los chicos decían que les daba pena llegar”, cuentan.
“El plan se va haciendo en el camino”, aseguran. Hoy están en Bahía de Todos los Santos, pero la idea es seguir explorando Brasil. “Nos gustaría meternos en el Amazonas pero, para variar, dependemos del clima”, dice Rocío. Por ahora no pueden avanzar más al norte porque es temporada de huracanes. “Mientras tanto vamos a aprovechar para hacer algunas reparaciones, juntar dinero y seguir conociendo”, agrega.
“Por eso, el mensaje que queremos transmitir es que no hay que quedarse con la duda de: ‘¿Qué hubiera pasado si..?’. En nuestro caso, vendimos todo, compramos un velero y acá estamos”, se despiden.
Fuente: telam
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