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28/05/2025

Alan Pauls: “Con Barthes llegué a la posición oprobiosa de ser fan de alguien, hasta le copiaba la letra”

Fuente: telam

El escritor argentino habla sobre “Alguien que canta en la habitación de al lado”, su nuevo libros de ensayos, un mapa de lectura que reúne algunos de los textos críticos que produjo durante las últimas dos décadas

>Alan Pauls es uno de los más consagrados escritores argentinos de su generación. Narrador, guionista, periodista cultural, crítico y tallerista, nació en Buenos Aires en el año 1959. Profesor de Teoría Literaria en la carrera de Letras de la UBA, jefe de redacción de la revista Página 30 y subeditor de Radar, el suplemento cultural del diario Página 12, Pauls es autor de las novelas El pudor del pornógrafo, Wasabi, El pasadoganadora del Premio Herralde en 2003 y llevada al cine en 2007, por Héctor Babenco– y La mitad fantasma y de la trilogía compuesta por Historia del llanto, Historia del pelo e Historia del dinero. Es también autor de los ensayos El factor Borges, La vida descalzo, Temas lentos, Fallar otra vez y Trance. Vive en Berlín desde el año 2019 y recientemente pasó por Buenos Aires.

En esos textos brillan sus lecturas y opiniones sobre autores clásicos y contemporáneos como Kafka, Barthes, Puig, María Moreno, Walsh, Saer, Osvaldo Lamborghini, Borges, Bioy, Josefina Ludmer, Daniel Guebel, Laura Ramos y podría seguir. Para los lectores del Pauls narrador es una buena manera de ver la biblioteca del gusto que hay detrás del escritor. Para cualquier buen lector, Alguien que canta en la habitación de al lado es un libro que exhibe las formas en las que un lector exigente concibe sus lecturas pero también el modo en que lee un escritor que, por pulsión y formación, fue tejiendo a lo largo del tiempo un aparato crítico propio y deslumbrante.

Un comentario que intenta ser más un aporte de contexto que vana arrogancia: con Alan Pauls nos conocemos desde que estudiábamos juntos Letras en la UBA, cuando al facultad aún funcionaba en la avenida Independencia. Hay algo de esos vínculos que entablamos en la primera juventud que se mantiene inalterable en los guiños, en el anecdotario y en las referencias. Y que perdura, también, en la memoria de los muertos queridos.

— Cuando supe que salía este libro pensé que iba a encontrarme con textos que recordaba haber leído en Radar o en Télam. Muchos de esos no están y, en cambio, si están otros que no había leído. ¿Cómo hiciste la selección? ¿Qué te propusiste hacer con este libro?

— De pronto criticás a los críticos. Quiero decir, en el texto sobre Arlt, por ejemplo, sos duro con algunos que fueron duros con Arlt.

— Bueno, sí. Y también con Kafka.

— Porque son escritores que para mí son, obviamente muy importantes pero también fue muy importante el modo en que ciertas lecturas de esos escritores impusieron una imagen de lo que hacían y de sus prácticas que era completamente, no sé si falsa pero digamos, era muy impugnable, muy objetable. Y en un momento esos escritores fueron bien leídos, o leídos de una manera innovadora, y de repente ahí, esos escritores me parece que desplegaron todo el potencial que las otras lecturas pretendían adormecer. Pero en sí el objeto Kafka, el objeto Arlt, son todos objetos que me despiertan tensión o forcejean. No sé, Fogwill, por ejemplo es un escritor que para mí siempre fue un escritor problemático pero a la vez…

— Una persona problemática.

— Sobre todo en este caso, como vos bien contás, que tuvieron una relación personal y laboral cuando vos eras muy chico.

— Sí, sí. En ese sentido, Fogwill para mí fue como una persona muy como iniciática, ¿no? Sí, yo en algún momento decía que era medio como el anti padre. Pero todos queremos tener un anti padre. Estamos contentos con nuestro padre, si el padre está bien, y nos quiere y todo, pero también en un punto incluso con los padres buenos uno quiere tener un padre medio hijo de puta.

— Bueno, exacto. Me acuerdo de que cuando trabajaba con Fogwill yo tenía 18 años y mi papá me decía: ¿qué haces con ése? Y tenía razón mi papá en preguntárselo con ese tono de sospecha. Pero bueno, a mí por supuesto que me formaron mucho esos dos años y medio que trabajé con Fogwill. Después, por supuesto, lo seguí viendo y todo, éramos escritores, pero esos dos años y medio para mí fueron muy, muy iniciáticos, para bien o para mal.

— En el libro marcás mucho lo de la poesía de Fogwill y hay lecturas críticas nuevas que resaltan esto mismo. Sin dejar de valorar, por supuesto, lo que fue su narrativa, con esa novela central que es Los pichiciegos, que es imposible que no figure en cualquier antología de literatura argentina.

— Poeta, claro.

— Y sigue siendo poeta. Entonces, a mí siempre me gustó mucho eso de Fogwill, el modo en que de algún modo su condición de poeta intervenía, digamos, casi accidentalmente su vocación narrativa. Y, además, también es cierto que cuando yo trabajé con Fogwill en esa especie de agencia de publicidad mitológica que él tenía, el ritual era que Fogwill irrumpía en la sala donde estábamos los redactores, los gráficos, etcétera, con una especie de resma, un poemario de 100 páginas, se sentaba en el piso y empezaba a declamar sus poemas y había que escucharlo. Entonces para mí él quedó en eso y yo creo que además era un muy buen poeta, ¿no? Muy bueno.

— No es para menos (risas).

— Sí, sí. Barthes es lo más cerca que yo estuve de ser fan de alguien. Yo, que siempre tuve muchos problemas con la actitud del fan, del fanatismo, de la idolatría y eso, creo que con Barthes es lo más cerca que llegué a esa posición oprobiosa. En un momento creo que sabía todo sobre Barthes. Todo. Era medio como Julio Jorge Nelson con Gardel. Pero sí, de todos los que aparecen ahí, Barthes es quizás el escritor con el tengo que una relación más longeva. De hecho empecé a leerlo en la escuela secundaria gracias a Jorge Panesi, que era mi profesor. O sea, tenía 13, 14 años. Y no paré. Entonces, eso lleva ya medio siglo.

— Sí, sí, total. Bueno, es cierto que leí a mucha gente en ese momento. Era un momento muy voraz. Y Barthes quedó siempre. Y aun cuando en estos 50 años tuve muchas idas y venidas, muchos momentos de no soportar más, como en toda relación conyugal, Barthes se mantuvo. Es como una especie de roca; algo irreductible que sobrevive a todo. Y otros, no; otros quedaron en el camino. Quiero decir, no fetichizo, no digo: “ah, sigo fiel a mis lecturas de infancia”.

— Es él quien se lo gana, eso decís.

— Qué bárbaro.

— Letra y palabra.

— Un paréntesis en esto: vos dictás talleres, estás enseñando, trabajando con gente y con grupos con cuestiones, me imagino, de método para la escritura y demás. Lo de copiar, finalmente funciona.

— Porque uno no arranca original, ¿no?

— Es interesante eso.

— Había una sensualidad en eso.

— Sí, la erótica de la escritura.

— Todo indica que es algo bastante alejado, sí.

— Nunca viste la vida de los escritores como un complemento de sus obras.

— Sos un estructuralista.

— Lo sé.

— Hay mucho de eso en estos textos, pero la biografía de los escritores puede ser también la biografía modelo Jean Echenoz. Tomás alguna cosita, de pronto una minucia biográfica y se convierte en un retrato literario.

— Es uno de sus primeros libros. Acá es menos conocido que los que vinieron después.

— ¿Porque te impacta o por qué? ¿Lo ves como escritor?

— Es buenísimo. Todos los libros de ella son buenísimos.

— También el Ravel de Jean Echenoz es buenísimo. El libro de Léger fue publicado por Chai, en Argentina.

— Vos decís que lo que te interesa es la conversión de una vida en literatura.

— Tu libro se llama Alguien que canta en la habitación de al lado. Quiero que hablemos sobre ese título, Alan.

— Sí, sí, imaginé que era por ahí. Claro.

— No importa que sea Mansilla.

— Seguís dialogando. Lo que decías de Barthes, en definitiva, ¿no?

— Nos conocemos hace mucho y te leo hace mucho, también. Y me costaría hablar de tu obra y conectarla con las emociones, por ejemplo. Sería difícil. Tal vez lo haría con La mitad fantasma, tu última novela (ya hablamos de esto en su momento). Pero hay uno de los textos de este libro que es la despedida a Saer y ahí sí veo como la fisura del dolor en Alan.

— Quebrándose, sí. Que no es usual.

— Me gusta que lo hayas seleccionado para este libro. Como me gusta el de Rosario Bléfari, que está en una dimensión similar.

— Te iba a decir que ese texto es una intervención muy interesante. Una operación interesante.

— También está en su lengua.

— Es que fue tu maestro y amigo también porque escribía así.

— Y que siempre fue como un insumo para tu propia escritura, también, por esto que estamos hablando acerca de con qué y con quiénes dialogás. Escribís algo buenísimo sobre María Moreno; es muy difícil sustraerse a lo que provoca la escritura de María y el modo en que su obra y ella misma, incluso, es un género en sí mismo. Decís sobre ella que es “la más contemporánea de las contemporáneas”, o algo así. Me interesa ese concepto.

— Su modo de mirar.

— Es muy lindo cuando ella habla de cómo procesa sus propios textos, y de lo que llama su “cartoneo” de sí misma.

— El bricolage.

— Omite el arte, en un punto, ¿no?

— Su arte.

Fuente: telam

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