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21/05/2025

La terrible muerte de un niño y la justificación de sus dos jóvenes asesinos: “Fue como empalar un escarabajo en un alfiler”

Fuente: telam

El 21 de mayo de 1924, Nathan Leopold y Richard Loeb, dos estudiantes universitarios de Chicago, Estados Unidos, secuestraron y asesinaron a Bobby Franks, un chico de 14 años que vivía cerca de sus casas. Su único móvil fue cometer un crimen perfecto: “Fue solo un experimento”, declaró uno de ellos

>Eran jóvenes, ricos –pertenecían a familias multimillonarias–, extremadamente inteligentes y, (mal) inspirados en lecturas de Friedrich Nietzche, se creían seres superiores que podían permitirse todo, incluso matar. Pero no de cualquier manera: Nathan Freudenthal Leopold y Richard Albert Loeb querían cometer el crimen perfecto. La tarde del 21 de mayo de 1924 decidieron hacerlo con una víctima elegida al azar, un chico de 14 años llamado Robert “Bobby” Franks, primo lejano de uno de ellos, aunque eso no les importó. Lo secuestraron y pidieron rescate, pero para entonces la víctima ya estaba muerta, la carta con la solicitud de dinero era solo para distraer, una parte del plan.

Si la corta edad de la víctima conmovió a la opinión pública, mucho más interés despertó la personalidad de los asesinos, apenas mayores que ella. Cuando cometieron el crimen, Leopold tenía 19 años y Loeb 18. Los dos provenían de familias judías con mucho dinero que vivían en Kenwood, un barrio del sur de Chicago, reducto de empresarios y profesionales exitosos. El padre de Richard Loeb, Albert, era abogado y había sido vicepresidente de Sears, la gran cadena tiendas, y el de Nathan Leopold, también llamado Nathan, era un empresario jubilado que se había hecho multimillonario con su fábrica de cajas de papel.

Las familias se conocían y los padres estaban orgullosos de sus hijos, para los que imaginaban grandes futuros. Es que los dos eran intelectualmente brillantes, tanto que Leopold había sido aceptado cuando tenía apenas 15 años en la Universidad de Michigan, donde conoció a Loeb, que había ingresado siendo tan chico como él. De allí, los dos fueron a la Universidad de Chicago, donde Loeb estudiaba Derecho mientras Leopold profundizaba en sus dos pasiones, la lingüística –hablaba varios idiomas– y la ornitología. Eran muy buenos estudiantes, pero cuando se juntaban parecían desatarse: más de una vez sus padres debieron retirarlos de la comisaría por haber cometido robos menores y incluso iniciar un incendio que no había pasado a mayores. La riqueza y los contactos de sus familias los habían salvado de ir a parar a un correccional de menores. Quizás fue esa impunidad la que los llevó a pensar que estaban para cosas mayores, como cometer un crimen perfecto.

Empezaron a planear el asunto a mediados de 1923 y demoraron casi un año en llevarlo a cabo. Querían aceitar hasta el más mínimo detalle. La idea era secuestrar a un niño rico y pedir rescate a la familia, pero ese pedido sería una maniobra de distracción para demorar la búsqueda del cadáver, porque el plan era matar a la víctima inmediatamente y esconder el cuerpo donde nadie pudiera encontrarlo, por lo menos por un tiempo.

Entonces Loeb insistió, esta vez con otro engaño: le dijo que subiera porque quería mostrarle una raqueta de tenis que había comprado. Interesado, el chico subió y se sentó en el asiento del acompañante, mientras que Leopold conducía y Loeb estaba en el asiento trasero, donde supuestamente tenía la raqueta de tenis. Se agachó supuestamente para tomarla, pero en su lugar empuñó un cincel con el que le golpeó la cabeza para desmayarlo. Entonces lo pasaron al asiento trasero del auto, donde uno de los dos –nunca se supo quién– lo asfixió con un trapo. En el plan original, para que la responsabilidad fuera compartida por completo, debían ahorcarlo con una soga, tirando cada uno de ellos de un extremo, pero cambiaron de idea sobre la marcha, porque se dieron cuenta de que debían mantener el auto en movimiento.

Con el cuerpo en el piso del auto, fueron hasta un lago en Hammond, Indiana, unos 40 kilómetros al sur de Chicago. Allí esperaron que se hiciera de noche, para desnudar el cadáver y dejarlo en una obra de drenaje cerca de las vías del tren. Para que Bobby no pudiera ser reconocido rápidamente, se deshicieron de las ropas y le tiraron ácido clorhídrico en la cara y, ya que estaban, también en los genitales.

Loeb y Leopold tenían escrita la carta desde días antes del secuestro. Como no sabían quién sería la víctima, simplemente la habían encabezado con un “Dear Sir” (Querido señor) sin poner ningún nombre. La enviaron el día siguiente. Decía:

“Como ya seguramente ya sabe, su hijo ha sido secuestrado. Permítanos asegurarle que se encuentra bien y a salvo. No debe temer ningún daño físico por él, siempre que cumpla estrictamente las siguientes instrucciones y las que reciba en futuras comunicaciones. Sin embargo, si desobedece, aunque sea mínimamente, cualquiera de nuestras instrucciones, su pena será la muerte. Por razones obvias, no intente en absoluto comunicarse con las autoridades policiales ni con ninguna agencia privada. Si ya se ha comunicado con la policía, permítales continuar con sus investigaciones, pero no mencione esta carta. Asegurar antes del mediodía de hoy diez mil dólares ($10,000.00). Este dinero debe estar compuesto íntegramente por billetes antiguos de las siguientes denominaciones: $2,000.00 en billetes de veinte dólares, $8,000.00 en billetes de cincuenta dólares. El dinero debe ser antiguo. Cualquier intento de incluir billetes nuevos o marcados hará que todo el proyecto sea inútil. Como advertencia final, esta es una propuesta estrictamente comercial y estamos dispuestos a hacer efectiva nuestra amenaza si tenemos motivos razonables para creer que ha infringido las instrucciones anteriores. Sin embargo, si sigue nuestras instrucciones al pie de la letra, le aseguramos que su hijo le será devuelto sano y salvo en un plazo de seis horas tras recibir el dinero. Atentamente, George Johnson”.

La maniobra de encubrir, aunque fuera solo por un tiempo, el asesinato con un supuesto secuestro extorsivo quedó desbaratada al día siguiente, cuando un hombre avisó a la policía que había encontrado el cuerpo de un chico que coincidía con los rasgos de Bobby Franks. Cuando lo supieron, Leopold y Loeb destruyeron la máquina de escribir con que habían escrito la carta, pero habían dejado otros rastros que no demorarían en identificarlos como los asesinos.

La policía de Chicago inició una exhaustiva investigación y ofreció una recompensa para quien pudiera dar información útil. Por esos días, Loeb siguió con sus rutinas habituales, pero Leopold no pudo evitar la tentación de hablar con la policía y la prensa. Incluso, le dijo a un detective que él conocía al chico y que, si él “fuera a asesinar a alguien, escogería a alguien como el niñito arrogante que era Bobby Franks”.

Aunque eran de una clase muy común, tenían un tipo de mecanismo de apertura y de cierre único, que solo tres personas habían encargado en Chicago y una de ellas era Nathan Leopold. Cuando lo interrogaron, dijo que probablemente los había perdido cuando estudiaba los pájaros del lago. La excusa no le sirvió, porque también encontraron la máquina de escribir destruida y la identificaron como de su propiedad. El círculo se cerró cuando varios testigos dijeron que la tarde del 21 de mayo lo habían visto con Loeb viajando juntos en un auto.

Loeb fue el primero en confesar. Dijo que todo había sido planeado por Leopold y que él simplemente se había limitado a conducir el automóvil. Leopold también admitió el crimen, pero aseguró que él sólo había manejado el auto y que el asesino era su amigo Loeb.

El juicio contra Leopold y Loeb se llevó a cabo en la Corte de Distrito de Chicago y enseguida se convirtió en un espectáculo. La prensa lo llamó “el juicio del siglo”, una categoría que ya había utilizado en otros dos procesos, el del multimillonario asesino Harry Kendall Thaw y el de Sacco y Vanzetti. La familia de Loeb contrató al abogado Clarence Darrow, un firme opositor a la pena de muerte, un castigo que todos preveían para los asesinos. En ese momento corrieron versiones de que le pagaron un millón de dólares para que se hiciera cargo de la defensa.

Del otro lado, el fiscal Robert E. Crow presentó a los acusados como insensibles y privilegiados buscadores de emociones fuertes y le pidió al juez que los condenara a muerte. “¡Tienen ante ustedes uno de los asesinatos más despiadados, crueles, cobardes y cobardes que se hayan juzgado en la historia de cualquier tribunal!”, alegó.

Leopold y Loeb fueron enviados a cumplir sus penas en la Penitenciaría del Norte de Illinois . En mayo de 1925, Leopold fue trasladado al nuevo centro penitenciario de Stateville, y Loeb se unió a él en 1932. A principios de 1933, los dos reclusos crearon una escuela por correspondencia para los presos, lo que les permitió tener cierta responsabilidad y autonomía para moverse por la prisión.

Los días de Loeb estaban contados. En enero de 1936, mientras se duchaba, Loeb recibió 56 puñaladas de su antiguo compañero de celda, James A. Day. En su defensa, el asesino dijo que había actuado en defensa propia después de que Loeb le hiciera insinuaciones homosexuales. No le creyeron porque la autopsia dejó en claro que lo había apuñalado por la espalda. Agonizó durante horas en la enfermería de la prisión y Leopold no se despegó ni un momento de su lado mientras los médicos intentaban inútilmente salvarle la vida.

Fuente: telam

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