17/05/2025
Revolucionó el boxeo y peleó con 181 kilos, pero pasó un año en la cama con depresión: tras un cambio radical, desafía a Tyson

Fuente: telam
A Eric Esch su apodo, Butterbean, le devoró el nombre. Ganó cuatro veces un torneo amateur y saltó al profesionalismo por su mano pesada y su llamativo físico. Dispuesto al show, pasó por el cine, la lucha libre y las MMA
>El niño que luego sería conocido en los cuadriláteros como Butterbean nació el 3 de agosto de 1966 en Estados Unidos, dentro de una familia de ascendencia alemana. Su nombre completo era Eric Esch, pero desde muy temprano su cuerpo comenzó a contar otra historia.
A los 8 años, perdió a su madre. Eso lo marcó. No con palabras, sino con una ausencia que se hizo estructura. El acoso lo siguió como sombra. En los pasillos. En el aula. En el recreo. Un niño que debía crecer sin madre y con el peso del desprecio encima. Esa doble carga —la emocional y la física— fue el primer gimnasio de su vida. Lo forjaron, lo endurecieron, lo empujaron hacia una pelea que aún no sabía que era su destino.
Y esa resistencia muda, esa obstinación sin nombre que lo sostuvo de pie, fue el germen del boxeador que años después recorrería el mundo con el apodo de un frijol.
A su favor tenía algo más que volumen: tenía ambición. De pelear, de ganar, de hacerse un nombre.
Lo consiguió por primera vez en Alabama, cuando decidió entrar a un torneo de boxeo amateur llamado Toughman Contest. Y no fue casualidad. Lo ganó. Y no solo una vez. Lo ganó cuatro veces más, convirtiéndose en un fenómeno de esos que se comentan en voz baja en los gimnasios y en voz alta en los bares.Pero también el apodo. Butterbean.
La historia es simple: para alcanzar el peso mínimo requerido por la categoría súper pesada del Toughman Contest —181 kilos—, Esch siguió una dieta basada en pollo y frijoles butterbean. Esa rutina alimentaria no solo le dio masa. Le dio identidad.Ya no era un chico acosado. Era un tipo que llenaba el cuadrilátero, que inspiraba titulares y atraía multitudes.
No había nacido para la silueta. Había nacido para el impacto. Era un boxeador fuera del molde. Literalmente.91 combates profesionales. Un recorrido sin títulos mayores, pero con un récord que hablaba por sí solo: 77 victorias, 58 por nocaut, 10 derrotas y 4 empates. Un noqueador nato. Un hombre de impacto.
Campeón mundial súper pesado de la IBA en 1997. Campeón pesado de la WAA en el año 2000. Títulos menores, sí, pero títulos al fin. Y los defendió. No contra leyendas, pero sí contra otros que, como él, buscaban su sitio en un rincón del boxeo donde lo importante no era la técnica sino la fuerza bruta. Butterbean no vencía con estilo. Vencía con golpes.Y entonces, llegó 2002.
El peso de la carrera, la fama acumulada, la figura pop de Butterbean chocó con la historia viva de la categoría: Larry Holmes, el legendario “Asesino de Easton”. Campeón del mundo, rival de Tyson, Holyfield, Muhammad Ali. Un peso pesado de verdad.Butterbean no ganó, pero se quedó con algo: la foto con Holmes tambaleando y una leyenda urbana que aún hoy algunos se esfuerzan por creer.
Y donde hubo público, hubo también cámaras.
Ya lo sabían en la WWE, donde Butterbean se calzó el disfraz del entretenimiento sin renunciar a los golpes reales. En Wrestlemania XV, el evento más importante de esa empresa de lucha libre, subió al ring para pelear por un título. Se movía en ese universo como un monstruo amistoso: peligroso, pero carismático. Una figura sacada de un cómic, metida en el espectáculo como si nunca hubiera estado en otro lugar.El kickboxing lo recibió con desconfianza, pero él se plantó. Siete peleas. Tres victorias. Cuatro derrotas. No importaba tanto el balance como la persistencia. Seguía peleando, ahora con las piernas también, adaptándose a otras reglas, a otros ritmos. La victoria no era el único objetivo. La exposición también contaba.
A cada paso, amplió su leyenda mediática. Jackass, la película. Una aparición explosiva: dejó KO a Johnny Knoxville, el rostro estrella del caos filmado. Un instante viral antes de que lo viral fuera una industria. También fue parte de videojuegos como Toughman Contest y Fight Night Champion de EA Sports. En cada formato, su figura quedaba registrada: gruesa, calva, inconfundible.
En 2013, Butterbean cayó. No fue un nocaut técnico, ni una caída espectacular que acaparara portadas. Fue una derrota silenciosa, invisible, profunda.
Se apagó. Literalmente.
“Pasé por una etapa en la que estaba mirando el final de mi vida”, diría más tarde. No hablaba de suicidio. Hablaba de otra cosa. De decaimiento, de peso excesivo, de falta de energía, de un cuerpo inmenso convertido en prisión.“No quieres que todos los demás sepan tus problemas. Estaba en un lugar muy, muy oscuro...”. El hombre que había derribado a decenas con una sola mano ya no podía con el peso de sí mismo. Depresión. Inmovilidad. Una vida detenida.
El cuerpo, que antes había sido herramienta, escudo, espectáculo, ahora era un obstáculo.
Durante casi un año, Eric Esch permaneció acostado en la cama. No hacía nada. Solo buscaba “un lugar cómodo”, según recordaría después en el documental One More Fight: “Tienes ganas de estar acostado… He estado en esa situación… No puedo revivir eso.”
Intentó cambiar. Dudó. Pensó que no iba a funcionar. Que no era posible. Pero no abandonó.
Con 58 años, Butterbean comenzó a considerar la idea de volver al cuadrilátero. Ya no como el peso pesado de antes, sino como un hombre en otra etapa. Incluso se especuló con un posible regreso, una pelea con Jake Paul, por una suma que debería superar los 2.200.000 de euros para concretarse.
Ahora, con casi 91 kilos menos y una rutina nueva detrás, no descarta una última pelea. Y a fines de 2024 desafió al mismísimo Iron Mike: “Lo noquearía. No tiene mentón. El problema con quienes han perdido contra Tyson es que no lo desafiaron”.
Fuente: telam
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