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11/05/2025

Cafetines de Buenos Aires: una esquina histórica de Constitución donde predomina una extraña tonalidad de verde

Fuente: telam

El bar La Armonía abrió en 1910 y se nutrió de clientes que trabajaban por la zona. Hoy, los que se sientan a tomar un café, provienen de diversos lugares y suelen estar de paso

>A lo largo de varios relatos, he tenido la oportunidad de describir algunos vecindarios o territorios de cercanía de cada cafetín porteño. En oportunidades, sus ubicaciones coincidieron con cruces de calles que hacen de vértice a cuatro barrios diferentes. Por ejemplo,Buenos Aires está atravesada por extensas avenidas que funcionan como fronteras y, con solo cruzar la calle, se salta de un barrio a otro. El caso de Entre Ríos, y su continuación Callao, tiene una justificación histórica. A principios del siglo XIX su trazado sirvió de límite urbano oeste de la aldea que era Buenos Aires.

Fue Bernardino Rivadavia, en 1821, siendo ministro del Gobernador Martín Rodríguez, quien le otorgó la categoría de avenida de circunvalación llevándola a 30 varas de ancho contra las habituales 11 de las demás calles. A partir de entonces, este antecedente lejano de la avenida General Paz, indefectiblemente, aunque hubiera una historia en común a cada lado de la traza, dio origen a barrios con sus propios días de fundación, nombres e instituciones.

En la actualidad, la avenida Entre Ríos reafirma ese patrón. Distorsiona una armoniosa melodía ejecutada durante más de 200 años. Lo explico.

El bar La Armonía está ubicado en la esquina de la avenida Entre Ríos y 15 de noviembre de 1889. Abrió en 1910. Son más de 100 años. Este hecho ya expresa un mérito por sí mismo. ¿Cuál es la composición que, en esta ocasión, vino a interrumpir Entre Ríos? Veamos.

Bajo uno de esos árboles se detuvo Juan Manuel de Rosas, de regreso de su derrota en Caseros, para escribir la carta de renuncia al cargo de gobernador de la provincia de Buenos Aires. Décadas más tarde, el 23 de agosto de 1885, el presidente Julio Argentino Roca inauguró en el lugar el Arsenal Principal de Guerra Esteban de Luca. Ocupaba el predio entre las calles Rincón, Brasil, Garay y Combate de los Pozos.

Desde ese arsenal salieron los soldados que reprimieron la Revolución del Parque –actual Plaza Lavalle– en 1890. También los militares necesarios para enfrentar a los huelguistas de 1919 durante la llamada “Semana Trágica”.

Pues bien, la esquina de Entre Ríos y 15 de noviembre de 1899, según la división política actual, pertenece a Constitución. Los acontecimientos narrados antes, situados al otro lado de la avenida Entre Ríos, ocurrieron cuando la zona era San Cristóbal. Sin embargo, tiempo después, con el corrimiento de mojones decidido por peritos de escritorio, el lugar pasó a formar parte de Parque Patricios. En la actualidad, Constitución, San Cristóbal y Parque Patricios, además de ser barrios diferentes, pertenecen a tres comunas distintas. ¿Entienden el desaguisado? Vuelvo al bar.

Muchos se preguntarán ¿Cómo es posible que La Armonía aún se mantenga en funcionamiento, por más de una centuria, en esa localización? En el libro “Radiografía de la Pampa”, Ezequiel Martínez Estrada narra los cambios –en cuanto a recorridos y nuevas rutas– que produjo el trazado ferroviario que privilegió la vía directa desde el interior del país hacia el puerto de Buenos Aires por sobre los poblados, cultura y costumbres preexistentes. El ferrocarril dejó fuera de circuito a postas, caminos y pueblos enteros. ¿Nunca se preguntaron por qué algunas pulperías de la primera mitad del siglo XIX están ubicadas en el medio de la nada? En principio, porque la nada no era tal. Respondían al habitual peregrinaje y recorrido que se usaba para transportar mercaderías a caballo y tenían, como lógica, la cercanía a bañados, aguadas y montes para que descansasen los animales.

El tren ignoró todo. Algo similar ocurrió con algunos viejos bares de Buenos Aires. Hoy parecen estar fuera de toda lógica comercial, pero no siempre fue así. En la calle 15 de noviembre 1750, entre la avenida Entre Ríos y Solís, funcionaba una de las dos usinas de La Martona, la que alguna vez fue fábrica láctea más grande del país. También a media cuadra, pero en el 1948 de Entre Ríos, existe un palacete francés de cuatro pisos más mirador, el Palacio Maglione, que alojó oficinas del sindicato de maquinistas de locomotoras y trenes La Fraternidad. Pues entonces lecheros y ferroviarios ocuparon las mesas del bar en sus épocas doradas. También funcionó a la vuelta un molino harinero –hoy cooperativa de viviendas–, más un mercado de abastecimiento en la esquina de enfrente que lo proveyó de clientela.

Tampoco sabrán que la calle 15 de noviembre de 1899 antes se llamaba Armonía. El dato lo refrenda la publicación “Las calles de Buenos Aires” del Instituto Histórico de la Ciudad. Pero también agrega respecto al origen del nombre Armonía: denominación tradicional que, según Udaondo-Béccar Varela, provenía de un comercio de ese nombre instalado sobre una de estas calles (Béccar Varela, Adrián y Udaondo, Enrique, Plazas y calles de Buenos Aires; significación histórica de sus nombres, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1910). Es decir, como era de uso y costumbre, la calle tomó el nombre de un comercio –en otros casos fueron templos o teatros– para identificarse. ¿Será nomás que fue este bar que le dio nombre a la calle? De ser así, pavada de crédito a favor. Lo tomo como válido hasta que se demuestre lo contrario.

José Braña compró La Armonía hace 35 años. Desde entonces está al frente del bar. Lo secunda Carlos Guillén, mozo de larga trayectoria por el barrio quien, a los 18 años, entró a trabajar en Tren Mixto, frente a la Estación Constitución. Tren Mixto, fue una célebre confitería elegante fundada en 1888 –al año siguiente de la inauguración de la Terminal Ferroviaria de Constitución– ubicada en la esquina de Brasil y Lima. La confitería, como tal, cerró en 1961 pero siguió funcionando con el mismo nombre pero en el rubro de pizzería. Hoy mantiene la denominación aunque su actual oferta acompaña el devenir de una zona que perdió la elegancia hace décadas.

Don Braña, contra viento y marea, intenta sostener el antiguo esplendor del barrio. El salón de La Armonía tiene un sector semi privado dividido con una baranda con balaustrada, también hay un piano y las cintas para levantar las persianas están prolijamente ocultas en cajones de madera.

El piso de granito esconde su antigüedad. En una pared hay incrustado el frente de hierro de un antiguo balcón. La barra, donde suele armarse el altarcito pagano, está ganada por botellas de ginebra, damajuanas, whiskies variopintos, medidores para distintos tragos y, como corresponde, una caja de Alikal. Un almanaque de pared, de los que se arranca a diario el día que pasó, es el único elemento que remite al presente.

¿Por qué cometió este irredento pecado para gran parte de la feligresía porteña de café? Fue para recordar a su viejo Peugeot 504, de la misma tonalidad, que tuvo que vender con la finalidad de reunir la suma de dinero necesaria para adquirir el boliche. Pura armonía.

Fuente: telam

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