10/05/2025
Un test positivo, el miedo a googlear y un prejuicio que duele: “Nos hicieron creer que las personas con VIH somos peligrosas”

Fuente: telam
Cristela Ragusa tiene 38 años y fue diagnosticada hace una década. Durante mucho tiempo lo vivió con culpa y vergüenza, hasta que se rodeó de pares y empezó a militar. Hace dos semanas, el video del cantante “El Villano” la hizo reflexionar y entendió que era momento de hablar. En esta entrevista cuenta su historia y expone la falta de información que todavía perpetúa estigmas en la sociedad
>Ocurrió el 4 de mayo de 2015. Era un lunes cuando un médico residente de un centro de salud de Rosario tocó el timbre en el domicilio de Cristela Ragusa. Como ella no estaba en su casa, la llamaron por teléfono y le pidieron que se acercara al establecimiento. Cuando llegó, la estaban esperando una ginecóloga y un infectólogo. Los gestos en sus rostros la hicieron pensar que podía tener cáncer. Pero no: el test de VIH que se había hecho —en el marco de un estudio de rutina— había dado positivo.
Aunque pasó una década desde aquel día, Cristela tuvo una especie de flashback cuando, el pasado 28 de abril, encendió la televisión y vio al cantante Jonathan Müller, conocido como “Durante más de 40 años nos hicieron creer que las personas con VIH somos peligrosas, y eso no es real. Lo que hizo ‘El Villano’ no debería considerarse un acto de valentía. Las personas con virus de inmunodeficiencia humana no estamos en pecado, no tenemos nada que confesar”, dice en charla con Infobae.
Cristela tiene 38 años y es la mayor de cuatro hermanos. Nació en Rosario, pero desde 2019 vive en Ushuaia, donde se mudó junto a su marido. Futura comunicadora social, trabaja de masajista integral y, además, es payasa de hospital en la fundación “Sonrisas Congeladas”.La primera persona a la que llamó fue su mamá. “Ella fue un pilar, junto a otras amigas que me acompañaron desde el comienzo. Eso estuvo bueno, porque no todas las personas tienen red. Me sentí contenida y, al mismo tiempo, con mucho miedo. No solo por el virus, sino también por la reacción de los demás”, cuenta.
Para Cristela, el temor a que la discriminaran o estigmatizaran tenía raíces profundas: “Cuando era chica, había un amigo de la familia que contrajo VIH y murió de SIDA. Con los años, por desconocimiento, le dieron vuelta la cara. No solo mi familia, sino un montón de otras personas. Si bien yo no entendía bien lo que pasaba, me había quedado ese recuerdo”, dice. “No los culpo. Tenían miedo, muy poca información del tema, y los medios de comunicación tampoco ayudaban a que eso se transformara”.Las estadísticas la respaldan. Al principio, Cristela siguió la recomendación de sus médicos y evitó buscar información en Internet. “Si googleás ‘persona con VIH’, lo primero que aparece son imágenes de cuerpos enfermos y personas convalecientes. Algo similar pasa en los medios o en las películas, donde suelen mostrarnos como peligrosas o enfermas. Me hubiera gustado poder verme representada de otra manera”, dice.
“A mí me transformó saber eso. Lo viví como un alivio enorme porque, durante mucho tiempo, me sentí responsable por otras personas. Saber que yo, siendo indetectable, no transmitía el virus, me cambió la forma de vincularme sexoafectivamente”, asegura. Y aclara enseguida: “No tiene que ver con el deseo de dejar de usar preservativo, sino con el hecho de saber que no hay situación de riesgo para la otra persona. Eso cambia todo. Por otro lado, ‘indetectable es igual intransmisible’, solo aplica para el VIH, pero no al resto de las infecciones de transmisión sexual, que existen y son muchas. Para eso siguen siendo necesarios el preservativo y el campo de látex”.
Después de ese “alivio” Cristela comenzó una relación con Alejandro. Según recuerda, se cruzaron en un hospital de Rosario: él estaba haciendo la residencia médica, y ella había ido por una consulta. Si bien ya se conocían del mundo del clown —ambos habían pasado, en distintos momentos, por la escuela Piripincho— y tenían amigos en común, a partir de ese día empezaron a hablar por WhatsApp. Esa semana fueron a tomar una cerveza, y desde entonces, no se separaron. “Hace ocho años que estamos juntos. Nos casamos en 2024. Él tiene 35, es médico y también es de Rosario”, cuenta.Hoy, Cristela y Alejandro forman una pareja sero-discordante: uno tiene VIH, el otro no. Pueden tener relaciones sexuales con o sin preservativo, sin riesgo de transmisión del virus.
La mudanza a Ushuaia marcó un antes y un después en la vida de Cristela. Pasó de la Rosario urbana a una ciudad que, aunque según el último Censo Nacional tiene más de 80 mil habitantes, se maneja como un pueblo. En ese entorno más pequeño, cuenta ahora, vivir con VIH comenzó a pesarle de otra forma.Fue durante la pandemia que se cruzó en las redes con la Asociación Ciclo Positivo (@ciclo.positivo), un colectivo de activistas, militantes, estudiantes y profesionales de la salud que brinda asistencia integral a poblaciones diversas, entre ellas, personas con VIH. “Ahí encontré un refugio a la distancia y empezó mi militancia. Conocí a otras personas que hablaban del tema sin miedo. Pensé: ‘Si ellos pueden, yo también puedo’. Y empecé a hablar de esto que tanto callamos”, dice.
El video de “El Villano”, además de recordarle su historia —y la de tantos otros—, la hizo reflexionar. “Cuando lo vi, automáticamente pensé: ‘Entendió todo’. Ojalá más personas que tengan ese alcance hablen del tema, para que podamos visibilizar aquello que se invisibiliza. No digo de ir a todos lados con un cartel que diga ‘Tengo VIH’, pero ¿por qué no poder contarlo con naturalidad, como cualquier otra condición de salud? ¿Y por qué tener que decirlo, incluso? Porque si no lo decís, parece que estás ocultando algo. Y si lo decís, te miran distinto”.
Fuente: telam
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