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06/05/2025

La revolución silenciosa que Francisco sembró entre los pueblos indígenas

Fuente: telam

El impulso que el papa argentino dio a las culturas originarias desafía el centralismo romano y plantea nuevos caminos para el catolicismo

>Un hombre casado oficia una misa. A su lado, en un sencillo altar donde se mezcla la simbología católica y la maya, hay una mujer. El Evangelio se lee en tsotsil, una lengua indígena mexicana. Durante la homilía, el diácono recuerda las enseñanzas del papa Francisco para que el pueblo no esté “anestesiado” y trabaje unido por los derechos humanos, la justicia y la Madre Tierra.

También resume lo que pueblos originarios de distintos puntos del planeta no quieren perder tras la muerte de Francisco, el primer papa nacido en el sur global: ser tenidos en cuenta por la milenaria institución que hace cinco siglos debatía si los “indios” tenían alma mientras respaldaba que las potencias europeas se apropiaran de gran parte de América o África.

Aunque algunos creen que Francisco pudo haber hecho más en sus 12 años de papado, la mayoría celebra haber tenido un papa que supo escuchar, aceptó su forma de vivir la fe, pidió perdón con humildad e hizo suya la urgencia por frenar la destrucción del planeta con la justicia social como máxima. Todo eso era nuevo.

Juan Pérez Gómez, de 57 años, comenzó a acercarse a la Iglesia en su juventud pero entendió “la palabra” cuando Samuel Ruiz —obispo de San Cristóbal de las Casas de 1959 a 1999 y el gran defensor de los indígenas que mantuvo durísimos enfrentamientos con el Vaticano— explicó que “la Iglesia era liberadora además de evangelizadora”, como decía la Teología de la Liberación, combatida desde Roma pese a que lo que busca es la justicia social centrada en los pobres.

“Francisco también habló de liberación”, dice, con la esperanza de que su sucesor se aferre a esta idea.

El éxito de la iniciativa preocupó al Vaticano, que pensó que el obispo estaba ordenando a mujeres diaconisas y quisiera apostar por los curas casados. En 2002, detuvo la ordenación de diáconos en su diócesis. Se retomó 12 años después, con Francisco.

Pérez Gómez quería ser parte de esa “Iglesia autóctona” pero el proceso hasta ordenarse se dilató más de dos décadas. Lo logró en 2022, un año después de estar a punto de tirar la toalla debido al asesinato de uno de sus hijos, catequista y activista baleado en plena plaza de Simojovel, una víctima más de la violencia en Chiapas.

El diácono se consuela pensando que las personas pasan pero “el pueblo de Dios” tendrá que seguir fortaleciendo lo que hizo Francisco porque, en el fondo, sólo siguió las enseñanzas de Jesús.

En las tierras bajas de la Amazonía boliviana, una zona codiciada por la minería ilegal y donde se multiplicaron las misiones jesuitas hace varios siglos, la muerte del papa impactó con fuerza.

Creo que el papa Francisco leyó nuestro mensaje y lo sintió dentro suyo. Somos el último reducto de las misiones… No podemos ser ignorados”, agrega pensando también a futuro.

Ésa fue la primera vez que un papa se disculpaba de forma tan clara —Juan Pablo II en 1992 hizo sólo comentarios sutiles—, pero no la última. Y Francisco no lo hizo sólo por la conquista sino por políticas más recientes, como la asimilación forzada de niños indígenas en internados católicos de Canadá.

Aquella gira sudamericana de 2015 tuvo lugar justo después de publicar uno de sus documentos más importantes, “Laudato Si”, donde alzó la voz contra el cambio climático y pidió una revolución para corregir un sistema económico “estructuralmente perverso” en el que los ricos explotan a los pobres, convirtiendo la Tierra en un montón de “basura”.

El documento alentó el acompañamiento de la Iglesia a los movimientos de defensa del territorio y entrelazó la condena a colonialismos pasados y presentes con el cuidado del planeta, como quedó claro más tarde, durante su visita a República Democrática del Congo en 2023 donde denunció la economía “esclavizante” que estrangula y saquea a África.

“Por primera vez (un papa) sentía como nosotros, pensaba como nosotros y era nuestro gran aliado”, afirma Anitalia Pijachi Kuyuedo, colombiana del pueblo Okaira-Muina Murui. Además escuchó a mujeres como ella quien, frente al papa y los obispos reunidos en el sínodo de la Amazonía en Roma en 2019, preguntó: “¿Cuál es su miedo a las mujeres?”. “Si (cada uno de ustedes) puede ver la luz del día, su cara ha rozado la vagina de una mujer. Dennos el papel que merecemos”.

Había pasado medio siglo desde que el Vaticano había permitido oficiar en idiomas que no fueran el latín cuando la misa del papa Francisco en San Cristóbal de las Casas iba un paso más allá: el Padrenuestro se cantó en tsotsil, resonaron lecturas en tseltal y ch’ol, se rezó bailando y en el altar hubo mujeres indígenas.

Esa misa fue el momento estelar de la visita de Francisco a México, un viaje que no fue sencillo de negociar, según Felipe Arizmendi, entonces obispo de San Cristóbal y hoy cardenal. El papa llegaba al estado más pobre del país, que en 1994 vio alzarse en armas a una guerrilla, la zapatista, reclamando los derechos de los pueblos originarios, y donde estaba la tumba de Samuel Ruiz, junto a la cual, el papa acabó rezando.

En 1988, el Vaticano aprobó la primera innovación cultural de una misa, el llamado “rito zaireño” —Congo en esos años se llamaba Zaire— y que fue motivo de orgullo regional porque mostró “el valor que la Iglesia da a los africanos”, afirma el padre Abbé Paul Augustin Madimba de la archidiócesis de Kinsasa.

El antropólogo social mexicano Arturo Lomelí asegura que la decisión no sólo quería expandir el catolicismo, en retroceso en muchos lugares, sino fue “un acto teológico de profunda escucha y conversión, donde la Iglesia reconoce que no es dueña de la verdad cultural, sino servidora del Evangelio en cada pueblo”. El Vaticano avanzaba así en no ver los ritos indígenas como “amenazas, sino como caminos legítimos para expresar y vivir la fe”.

El sábado posterior a la muerte de Francisco, Pérez Gómez subía por un cerro desde el que se divisa un estrecho valle entre montañas. Abre la puerta metálica de una construcción con tres cruces en el techo y un altavoz, saca unas hostias de un sagrario de madera situado en lo alto del altar maya de tres escalones y coloca cuidadosamente su preciada mercancía en un pequeño táper de plástico, que envuelve en un pañuelo bordado antes de meterlo en su colorido morral.

Su rutina continúa, mientras en Roma, a miles de kilómetros, se hacen balances del legado de Francisco y conjeturas sobre su sucesor.

Mientras esperan un nuevo papa, el diácono y su esposa, Crecencia López, sonríen al pensar qué pasaría si alguna vez él pudiera convertirse en sacerdote y ella en diaconisa.

El matrimonio no sabe de nombres de cardenales ni de quiénes son los favoritos en el cónclave a punto de comenzar, pero Juan Pérez Gómez está convencido de que hay una cosa que no cambiará.

(AP)

Fuente: telam

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