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05/05/2025

Algunos apuntes sobre la irradiación de las obras de teatro

Fuente: telam

El autor y director de “PLOT”, pieza que se presenta en el Espacio Callejón, reflexiona sobre el proceso detrás de la puesta

>El proceso de ensayos de PLOT, en lo personal, supuso una serie de nuevos desafíos. Entre ellos, el de dirigir a una niña-actriz. Tuvimos la suerte de que la maravillosa Vera Busetti haga su debut en PLOT; sería imposible nombrar acá lo que aprendí -lo que aprendimos todos- de ella. Antes de las funciones, veo siempre cómo Vera entra poco a poco en el ritual del teatro, como si lo hubiese hecho desde siempre. Me fascina ver cómo se inventa formas de acceder a ese otro tiempo de las funciones: suele deambular por el teatro mientras, con un teléfono de utilería, conversa con un interlocutor imaginario (un personaje que se menciona al pasar en la obra, pero nunca aparece). Se prepara, pone su imaginario y su cuerpo y su voz a disposición de la obra.

La actuación es tomar contacto con la ficción, pero desde el cuerpo. Las ficciones nos transforman y, particularmente en el caso del teatro, modifican nuestra percepción; una puesta en conflicto de lo que uno es o cree que es. Al actuar, uno se descubre como construcción también, como un personaje en la vida.

Algunas de estas preguntas inefables son parte del misterio que para mí es PLOT: empecé a escribir la obra a los diecisiete y la terminé casi cuatro años después. En ella: unas noches después de Navidad, una pareja recién separada se reúne para que su hija pase año nuevo con su madre. Lo que comienza como una charla casual, termina en un reencuentro sexual de medianoche, frente a una televisión de tubo que nunca se apaga. En medio de la madrugada, unos hombres irrumpen violentamente en el departamento de la ex pareja obligándolos a protagonizar una ficción ajena: el rodaje de un policial clase B de dudosa traducción.

La obra invita a pensar cómo actuamos en la vida cotidiana y a preguntarnos si somos buenos actores o no. La actuación es una práctica de la que todos sabemos algo, aunque nunca la hayamos practicado (todos podemos darnos cuenta si una actuación es buena o no). Yo creo que uno actúa todo el tiempo en la vida, pero si no ha practicado la actuación, no es fácil darse cuenta. Sentirse falso, sentir que se está “actuando mal” en la vida, es un síntoma típico. ¿Cómo se actúa o se debería “actuar bien” en una separación? ¿Debería uno ensayar lo que dice o cómo lo dice?

Uno aprende a actuar con las ficciones que consume, con las actuaciones que vio: las de sus padres, las de sus abuelos, las de sus parejas, pero también las de las películas que ha visto. ¿Cuántas veces hemos querido hacer algo que vimos en una película? Uno se subyuga, sin darse cuenta, ante eso.

De forma más o menos parecida, en un proceso de ensayos, la vida y los cuerpos se someten a la obra, a sus lógicas, sus reglas y sus dinámicas. La rutina de la vida se fricciona y se tensiona con la rutina del ensayo, con su fragmentación e incansable repetición.

Como si de uranio se tratara, las obras irradian; hacen una irradiación sobre las personas que son atravesadas por ellas. En esa dialéctica irresoluble entre ficción y realidad, uno puede ver un derramamiento del imaginario de las obras sobre los elencos que las representan. Esto, que puede parecer magia negra, no lo es en absoluto: lo verifico año tras año, obra tras obra, y se da de distintas maneras. Ejemplos conozco muchos, pero creo que lo personal no viene al caso; se trata de uno de esos misterios de la actuación.

Durante los ensayos, la obra se disemina y uno empieza a buscar esas formas que transita por el cuerpo todo el tiempo en todos lados: empieza a oír los textos que dice por doquier; cae sin querer en las mismas inflexiones de la voz que hace en la obra o emplea los mismos gestos. Es muy común ver a unos actores que siempre se llevaron bien ofuscarse de pronto, o ver a otros que sienten repentinamente un deseo irrefrenable, tal como les sucede a sus personajes en escena. No se trata de una posesión sobrenatural: es el cuerpo que se acostumbra a buscar esos lugares, porque pasa artificialmente todo el tiempo por ahí; la repetición lo pervierte. El ritual de teatro -ensayos, funciones, clases- genera esos movimientos.

Eso es también lo que les pasa a los personajes de PLOT: al final de la obra, de alguna forma, los personajes aprenden a actuar. Pueden volver a repetir el comienzo -su vida- de otra manera. Son personajes que -como nosotros-, encuentran en la ficción algo que interrumpe lo cotidiano, que los violenta, pero que también los libera.

**Valentino Grizutti es autor y director de PLOT

Fuente: telam

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