28/04/2025
Catar alfajores, algo más que comer una golosina: Facundo Calabró cuenta cómo empezó con este hobby soñado

Fuente: telam
Un proyecto de escritura, un terreno popular poco explorado y un título polémico en un medio nacional. Así nació El catador de alfajores
>Si alguien tipea “alfajor” en el diccionario de la Real Academia Española, la primera definición que aparece es el término utilizado para designar una crema dulce que se usa para hacer un postre similar al que conocemos en algunos sitios de España. La palabra proviene del árabe: alhajú o alajú. Su descripción: “Pasta de almendras, nueces, a veces piñones, pan rallado y tostado, especia fina y miel bien cocida”. Y también “Dulce hecho con alajú”. La segunda acepción sí es la que dibuja la imaginación al leer la palabra “alfajor” y el primer país en el que la RAE indica que se utiliza de este modo es Argentina: “Golosina compuesta por dos rodajas delgadas de masa adheridas una a otra con dulce y a veces recubierta de chocolate, merengue, etc”. En ese etcétera cabe el paraíso.
Luego los argentinos lo hicieron suyo. Lo hicimos nuestro.
“Después del Terrabusi, el Capitán del Espacio y el Jorgito (D. de T., C y J)Podríamos decir que estas tres versiones constituyen el punto de partida, los cimientos, del resto de los alfajores del mercado. Terrabusi, Capitán del Espacio y Jorgito, ergo, todo lo demás. Esta es, por lo tanto, sólo una reseña, la primera que hago de ellos, pero no la última ni la definitiva. Es de esperar que al final de este viaje, o en alguno de los intervalos, me encuentre con que mis gustos y mis criterios se han vuelto más finos y profundos; entonces ya no debería medir de la misma manera a estos tres pilares. Estoy absolutamente abierto a ese futuro. Es más, voy en su búsqueda. Pero por algo se empieza”.—No me acuerdo bien por qué se llamaba así. Yo estudiaba Letras y era como una referencia al libro de Proust [En busca del tiempo perdido] que no había leído. Era un poco a cuenta de esta búsqueda que justificaba el proyecto: explorar qué había ahí. Creo que iba un poco por ese lado.
La primera reseña en el blog —que no era su primer blog sino uno de sus muchos proyectos de escritura en internet, aunque sí el primero que tuvo éxito— era una comparación entre el alfajor quilmeño Capitán del Espacio y el Jorgito.Lo que impulsó esa inquietud y encendió las luces acerca de que el mundo de los alfajores podía ser un universo interesante para sacar la linterna y sumergirse a explorar fue el aclamado Capitán del Espacio: un alfajor creado en 1962 por una PYME ubicada en la ciudad bonaerense de Quilmes, venerado en la zona Sur y que por mucho tiempo prácticamente no se conseguía más allá de este sector del conurbano. Como es habitual que suceda, la porteñidad de Facundo había causado el desconocimiento del Capitán. Como también es habitual que suceda, un amigo que sí conocía el alfajor, cuando estudiaba en el ISER y se tomaba el tren en Retiro, le habló de él.
—Siempre me acuerdo de ese momento cuando descubrí que había algo que se llamaba Capitán del Espacio. Hablando con un amigo, él me contó que era un alfajor muy famoso y eso me llamó la atención porque en ese momento no se conseguía en el resto de la Ciudad de Buenos Aires, pero sí en Retiro, que es como una especie de transición entre el conurbano y Capital Federal. Entonces, llegó a mis oídos su fama y de alguna manera eso me hizo intuir que en los alfajores había una materia interesante. En particular, me interesaba esta combinación entre una especie de identidad abstracta, como un mito, y un sabor. Ese empalme entre algo muy material y sensorial como es una comida, o concretamente un alfajor, y una leyenda; o sea, que una comida pudiera generar eso.Siempre le había gustado escribir y lo hacía desde muy chico. Desde el surgimiento de los blogs había creado varios. Los veía como pequeños proyectos editoriales: disfrutaba de elegirles un nombre, una marca, buscar una excusa para redactar y publicar. Pero los abandonaba pronto. Ninguno tenía visitas. Hasta que comenzó a hablar de alfajores.
En el que tituló “El alfajor perdido” se dispuso a analizar, comparar y reseñar la golosina nacionalizada por excelencia. No a modo de un simple comensal o fanático —lo que de hecho no era cuando empezó— sino que aguzaba los sentidos y desglosaba los dulces de tapas y rellenos con ojo académico: sus reflexiones eran verdaderos ensayos que resaltaban las ventajas, los puntos débiles, la esencia que los rodeaba, con la prosa, sensibilidad y seriedad de quien analiza un conflicto social. Como quien se posa en los pequeños elementos de lo cotidiano y los rodea hasta abrirlos, desmenuzarlos y encontrarles el verdadero sentido que esconden dentro. Quien encuentra un mundo en un detalle. En este caso, uno delicioso.Así comenzó a escribir sobre este dulce y descubrió que, además del Capitán del Espacio, “el de los alfajores es un ecosistema formado por un montón de identidades, lo que no pasa casi con ningún otro producto del kiosco”.
—Lo comparativo también me interesaba porque me permitía armar ese mapa de los alfajores y tratar de ver cómo estaba constituido, cuáles eran las piezas. Y después, algo que me encanta, ver cómo dialogan esas piezas. Porque hay intertextualidades entre los alfajores. Están todo el tiempo compitiendo —lo cual sucede en el capitalismo—, pero es como si se estuviera muy atento. Hay mucho de referencia, mucho plagio, mucho juego. El ejemplo que más me gusta es el de Cachafaz, que nace casi como un desafío al Havanna y al mismo tiempo como un homenaje. El mapa de los alfajores es así, muy de diálogos y eso es fascinante. E insisto que, si bien pasa con otros alimentos, en el kiosco no se da con las gomitas, con los caramelos ni siquiera, se da con los alfajores porque están forzados a respetar una estructura y dentro de esa estructura tienen que encontrar originalidad. Esa restricción los obliga a ser más creativos. Si vos querés jugar al juego de los alfajores necesitás respetar ciertas reglas y dentro de esas reglas encontrar tu identidad y eso es interesante. Por eso hay mucha diversidad, hay empresas chicas compitiendo con empresas grandes y todas tienen una historia detrás que a veces se traduce en la materialidad del alfajor. Es como si de alguna manera el sabor absorbiera el significado. Esa combinación me parecía copada para escribir. Pero en realidad el disparador fue un deseo de crear un proyecto de escritura. Y obviamente la excusa para comer alfajores.“Algo debió hacerme ese alfajor tan extraño que me daban de merendar en las tardes de la colonia del Club Comunicaciones. Tuvo que ser bastante seria la cosa para que ahora, una década más tarde, aunque nada me acuerde del Club Comunicaciones ni de la colonia (...) todavía tenga como anclado, en alguna zona remotísima del paladar, el sabor de ese alfajor”. “Quizá hubiera preferido un primer recuerdo más clásico, pero no se me dio. Mi infancia empírica se redujo al sabor de ese alfajor y alrededor de él tuve que construir mi identidad. Afronté mi destino, como debe ser, y poco a poco fui comprendiendo que ese único material disponible en mi memoria de pibe tenía también su hondura, su complejidad; comprendí, tiempo después, que ese recuerdo modesto era como un gran ovillo que podía, con mucho esfuerzo, comenzar a deshilachar. Que no era cualquier pavada el recuerdo de ese alfajor, sino que detrás de él (o adentro de él) un montón de recuerdos en pequeña escala aguardaban la hora de su desentierro. Y así empecé esa labor de reconstrucción”.Si alguien le decía que iba a pasar momentos espantosos, bizarros, de nervios y sudor frío cuando en la televisión, frente a conductores y espectadores, con una venda en los ojos lo desafiarían a probar y adivinar marcas de alfajores en vivo.
—Fue bastante azaroso. Básicamente todo empezó por un periodista de Clarín que iba cazando historias raras, medio exóticas, Hernán Firpo, y que no sé cómo descubrió mi blog porque realmente se leía poco. Fue sorprendente. Él me hizo una nota que tuvo mucha, mucha repercusión porque tenía un título medio polémico que era: “El Cachafaz superó al Havanna”. Fue mérito suyo ese título. Y la nota fue trending topic en Twitter. Yo estaba como loco. Fue un montón para mí, no lo podía creer. De golpe todo el mundo me escribía al WhatsApp y me mandaba el texto; me volví como medio famoso dentro de mi círculo. Obviamente una fama limitada pero había un montón de gente que de repente sabía quién era yo y que antes ni me registraba. Y la familia, mi abuela… Hasta el día de hoy, en el que ya mi actividad es bastante modesta, sigo siendo “El catador de alfajores” para muchísima gente y va a seguir siendo así, creo, que hasta que me muera.
—No es que todos se ponían a leer esas reseñas que escribía que eran complejas, pero quedé muy apalancado en las redes y los medios me empezaron a llamar: iba a la televisión a comer alfajores, una cosa bastante absurda que odiaba. Me acuerdo que tuve que salir a dar notas en radio y no sabía qué decir, porque ni siquiera sabía mucho de alfajores en ese entonces. Ahora puedo hablar horas sobre alfajores, pero en ese momento salía y decía cualquier cosa. Sobre todo la televisión era algo que detestaba. Yo era como un personaje a quien, en general, los conductores llamaban porque les divertía el título pero no sabían bien quién era o qué hacía y pasaban cosas muy bizarras: me vendaban los ojos y me hacían probar alfajores y adivinar. Todo lo que sucedía en televisión era un poco humillante. Ese fue el precio que tuve que pagar por haber aprovechado un tema tan popular para ponerme a escribir las cosas que yo quería y que de golpe hubiera un público que lo leyera. No es que todo el mundo era fanático de mis ensayos ilegibles, sino que la gente quería hablar de alfajores y yo tenía que adaptarme.
Al margen del costo de vivir momentos incómodos en TV, la popularidad que adquirieron las reseñas alfajoreras de Facundo y un hobby que si se pagara sería el oficio soñado de la mayoría de argentinos y argentinas también trajo a su vida impactos positivos. La convocatoria de la editorial Planeta para escribir un libro sobre la historia del alfajor, la invitación a participar como jurado en concursos de alfajores, a escribir algunos textos en medios y, por supuesto, que en su casa llovieran docenas y docenas de alfajores de todos los tipos para que los probara, analizara y describiera.Como todo escritor, novel o avezado, Facundo, a sus 20, también se enfrentó a la angustia de la página en blanco, a no saber —”porque nunca había escrito nada”— cómo empezar, o si lo que escribía iba a interesarle a alguien. Le faltaba información, se sentía solo en ese desafío y el tiempo lo apremiaba. Pero pese a esas dificultades descubrió el disfrute del proceso.
En una década de probar y comparar alfajores Facundo construyó una mirada propia sobre esta golosina, con hipótesis y análisis respecto a sus ingredientes, sus sabores, sus intenciones y hasta sus envoltorios, y se volvió un referente. Esa forma de pensar el alfajor, dice, fue lo que más disfrutó de este hobby que irrumpió en su vida de manera casi azarosa. Desde ese momento, y ya como licenciado en Letras, gusta de investigar la historia de alguna golosina, buscar su recorrido, su metamorfosis y ver qué la trajo hasta los kioscos o supermercados nacionales, cuál fue su derrotero.
Facundo dice que constantemente se topa con la misma dificultad: lo que más disfruta hacer no es lo que le da popularidad, y lo que le da popularidad —un posteo que genera disputa en redes, probar alfajores en televisión— no es algo que desee. Y ese es el mayor motivo por el que está alejado de la conversación digital y la búsqueda de likes.
Catar alfajores nunca le dio dinero. Para vivir Facundo tiene un trabajo no tan especial, como la mayoría de los mortales, que también disfruta y que, reconoce, tiene la esencia de mezclar cosas que en apariencia no se mezclan, como son sus ensayos históricos y académicos sobre dulces: es “lingüista computacional”.Y sin presiones, sin la obligación de rendir cuentas a ninguna empresa o salir a buscar pulgares arriba y corazones, cuando sale algún alfajor nuevo que le provoca curiosidad, ganas de comer y escribir, lo hace.
Quizás uno de los mayores méritos de Facundo en su rol de catador de alfajores no sea solo poder hablar por horas o desgranar con dedicación de científico de laboratorio la composición y el significado, en sentido amplio, de un producto que acompaña la cotidianidad argentina desde la fundación del país —cuenta la historia que cuando se firmó la Constitución de 1853, algunos de los constituyentes se alojaron en la planta alta del local donde se vendían los alfajores santafecinos Merengo y fueron agasajados con este dulce que también llevaron a sus provincias. Y este tipo de alfajor, “de merengue o de almíbar, con una masa medio rústica, de yema de huevo salada y dulce de leche, que en realidad no es santafesino sino que es el alfajor de la colonia, el primer alfajor nacional”, es el que elige entre sus preferidos el catador a la hora de comer—.
Fuente: telam
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