13/04/2025
“Budín del cielo” y la historia de Rosa, la profesora jubilada y feliz que nunca olvida a Sandro, su gran amor

Fuente: telam
Fragmento de una novela que se propone algo por fuera de lo habitual: una ficción sin conflictos dramáticos, una historia ligera, animada y colorida como los dibujos de su autora, gran artista y escritora
>Fuimos con Norma a hacernos las manos. Entre ella, las dos manicuras y yo formábamos un cuadrado. Las sillas eran cómodas, pero estuvimos todo el rato con la cabeza girada hacia un costado para charlar y después nos dolía el cuello. Las manicuras eran bastante discretas, no como la que venía a domicilio. Solo participaron de nuestra conversación cuando elegíamos esmaltes y colores. Norma quiso que le limaran la uña con forma de almendra. La manicura intentó convencerla de que la punta fuera más afinada, como un pico de montaña. El pico de montaña es más moderno, le decía. Norma no se dejó convencer. Mis uñas no estaban muy largas, dijo la manicura que iba a darme una forma redondeada clásica. Elegí un esmalte crema casi blanco, debo tener varios ovillos de lana de ese color.
En un litro de leche se clarifica un kilo de azúcar, después se cuela. Se baten tres docenas de yemas hasta que se liguen y se mezclen bien. Luego se coloca la mezcla en moldecitos chicos y se cuecen a baño María. No se sacan de los moldes hasta que estén bien fríos.
Un perro empezó a ladrar y ya no pude volver a dormir. Me puse primero para un costado y después para el otro. Repasé en la mente los posibles vestuarios para la presentación del libro de Margarita, la camisa azul iba ganando. Saqué la almohada para convertirme en línea recta. Tenía los brazos pegados al cuerpo y las piernas estiradas, la columna bien derecha formaba una línea perfecta, como si todo mi cuerpo estuviera descansando sobre un renglón. El renglón de abajo era el piso con alfombra, sobresalían apenas las pantuflas y la mesa de luz. En el renglón de arriba estaba el ventilador de techo y la lámpara. Y en el siguiente la vecina del tercero, los del cuarto, la del quinto, el vecino del sexto y en otro renglón la terraza. Y si pudiéramos pegar una hoja sobre esa, entraría también la atmósfera, las nubes, las Tres Marías y la Cruz del Sur. Sería un trabajo práctico especial, esos que se dan solo en la cercanía de algún fin de semana largo, cuando los pichoncitos tienen más tiempo libre. ¿Cuántas hojas debería pegar para representar la Vía Láctea? Me entretuve paseando por los renglones pero el sueño no volvía. El perro se quedó en silencio y me concentré en los sonidos de la calle. Un auto de vez en cuando, un colectivo lejos. La brisa movía las ramas del fresno y traía una melodía. Eran solo dos notas, se repetían siempre al mismo ritmo. Decían:
Ro-saaaa,
Ro-saaaaRosa: esto es un poema.
Son las dos de la mañana,¿Y las flores?
Las flores siempre te esperamos.Contanos, Margarita. ¿Qué libros había en tu casa de la infancia? ¿Cuándo supiste que querías ser escritora? Antes de que nos respondas me gustaría leer un fragmento de Silvina Ocampo que elegiste para el epígrafe:
«A mí me gusta el otoño, es más plástico, más delicado. La primavera es como una persona muy rica que se pone todas las alhajas que tiene. En cambio, en el otoño hay flores que se esconden».Margarita respondía las preguntas con tranquilidad. Mencionaron muchos personajes y un árbol genealógico que estaba impreso en la primera página del libro. En las ramas aparecían las caras dibujadas de tres generaciones. Margarita dijo que era una ficción basada en la historia de su familia. Su abuela había fundado un negocio de ropa en el que trabajaron todas sus tías y su mamá. En la novela contaba la historia de ese negocio, desde su fundación en 1956 hasta su cierre en los noventa. La señora de la editorial le preguntó por el árbol multifrutal que había en el patio de la fábrica de ropa y en ese momento el Siamés me dio un codazo. El árbol multifrutal estaba en la escuela en realidad. El Siamés sacaba de ahí las mandarinas que dejaba sobre mi escritorio cuando se portaba mal. Imagino que así funcionará la ficción: se cambian las cosas de lugar y se inventan nombres nuevos para los parientes.
Margarita empezó a firmar libros apenas terminó la presentación. Quise comprar uno para que no se viera en el compromiso de hacerme un regalo. Lo pagué con la tarjeta de la jubilación, muy caro no era. Me puse en la fila pero todos me dejaron pasar. Norma estaba pegadita a mí,quería que le presentara a mi alumna famosa. Margarita se alegró tanto al verme, me abrazó y dijo que siempre me recordaba. Su cara se puso un poco roja y dijo que tenía que hacer una confesión. En el libro aparecía una señorita que le daba clases a la protagonista. La señorita enseñaba geometría con pasión. Me dijo que en vez de Rosa se llamaba Violeta, pero que lo había escrito pensando en mí. Violeta es un lindo nombre, le dije. Ella empezó a dedicarme el libro y Norma me pellizcaba la mano: ¡Aparecés en una novela, Rosa!Rosa: esto es un poema.
todavía existen
Fuente: telam
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