18/03/2025
París en llamas: cuando la revolución anarcosocialista gobernó la ciudad por sesenta días y la semana con casi 30.000 fusilados

Fuente: telam
La Comuna separó la Iglesia del Estado y permitió a los trabajadores adueñarse de fábricas abandonadas. La ciudad quedó destruida tras el incendio de 200 edificios públicos
>Una revolución puede empezar en una esquina. O, al menos, terminar de empezar en una esquina. El 18 de marzo de 1871 la esquina en la que terminó de empezar una revolución fue en Montmartre, una de las zonas más elevadas de París. Fue apenas después del amanecer y tras meses convulsionados para Francia y para la Ciudad Luz.
La Comuna iba a terminar apenas dos meses después de aquella mañana, con miles de muertos en las calles, en una ciudad que se había ensangrentado calle por calle. Pero para que ocurriera, la capital francesa tenía que estar en medio de una crisis de las grandes.
La victoria prusiana le había valido a ese imperio un tratado de paz firmado en Versalles demasiado desventajoso para Francia. O al menos así lo interpretaron los parisinos, que se habían armado incluso más allá de las fuerzas armadas formales para defender la ciudad: se había construido la Guardia Nacional, que para los primeros meses de 1871 contaba con 200.000 hombres en una ciudad habitada por 2 millones de personas.
Los integrantes de la Guardia Nacional no lo dudaron: iban a ponerse al frente de una ciudad a la que el gobierno francés, consideraban, había “renunciado” demasiado rápido. E iban a hacerlo aunque eso los enfrentara abiertamente con las autoridades nacionales, que se habían instalado en Versalles, dejando a la Ciudad Luz más lejos de su control.
La Guardia Nacional empezó a dar muestras concretas de que se estaba organizando para formar un autogobierno y, desde Versalles, el gobierno de Thiers decidió interceder. En las primeras horas del 18 de marzo, el jefe del Poder Ejecutivo galo ordenó a sus tropas que secuestraran los cañones que la Guardia tenía en distintos depósitos de las zonas más altas de París. Se trataba, en muchos casos, de armas que los integrantes de esas fuerzas habían comprado con sus ingresos y la ayuda de otros ciudadanos que apoyaban la resistencia ante los prusianos.El tintineo de distintas campanas alertó a los parisinos. Con las mujeres al frente, los ciudadanos se interpusieron entre los soldados que respondían al gobierno nacional y los depósitos en los que almacenaban su armamento. La revolución terminó de empezar apenas después, cuando esos soldados desobedecieron a su general, que les había ordenado disparar a la multitud. Bajaron al general de su caballo y se unieron a la Guardia Nacional: la Comuna de París acababa de empezar.La desobediencia de los soldados al gobierno central y su apoyo a la Guardia Nacional confirmó que era ese organismo el que ejercía el poder real en la capital francesa. Thiers ordenó a todos los empleados de la administración nacional que evacuaran la ciudad, y esa administración se trasladó a Versalles, ese centro neurálgico del poder francés en el que gobernaron reyes absolutos y también gobiernos no tan monárquicos, aunque siempre conservadores. Según estimó Thiers en sus memorias, unos 100.000 parisinos se trasladaron en esos días a la localidad en las afueras de la Ciudad Luz.La Guardia convocó inmediatamente a elecciones en las que participaron no sólo sus integrantes sino obreros y otros referentes de las ideas republicanas, socialistas e incluso hasta jacobinas de París. El nuevo gobierno estaba en marcha, conformado por obreros, integrantes de la Guardia, médicos, pequeños comerciantes, periodistas y políticos de las vertientes más radicales. El anuncio de medidas no tardaría en llegar.Fue por más: dispuso que las iglesias debían autorizar que durante las tardes se llevaran a cabo reuniones vinculadas al funcionamiento de la comuna y propuso la separación entre la Iglesia y el Estado, especialmente en relación a la educación de la población infantil. Dispuso que los niños recibieran los materiales necesarios para estudiar, creó orfanatos y otorgó ropa a los chicos que la necesitaran.
El espíritu anticlerical era la amalgama que unía a ciudadanos de distinto grado de radicalización y de diferentes ideologías, todas en contra de la monarquía y de una república demasiado conservadora. La Comuna llegó a ejecutar al arzobispo de París, Georges Darboy, y entre sus rehenes los sacerdotes eran muy frecuentes.Apenas unos días después de que la Comuna tomara el poder, el 2 de abril, el gobierno central empezó a intentar recuperar la autoridad en París. Empezaron los bombardeos, que los comuneros resistían. Esos ataques no cesaron nunca, y se sumaron otros aún más agresivos. Hacia fines de mayo, la escalada de violencia sería imparable. Era el principio del fin de la Comuna de París, de la mano de la “semaine sanglante” (“semana sangrienta”).
El gobierno encabezado por Thiers estaba decidido a poner fin a ese movimiento entre el socialismo y el anarquismo que había tomado por asalto la capital francesa. Desde principios de abril peleaban hombre a hombre para volver a ser la autoridad imperante en París. Pero el 21 de mayo las fuerzas del Poder Ejecutivo lograron forzar uno de los ingresos de la muralla que protegía a París y empezó la “semana sangrienta”.La resistencia de la Comuna peleaba contra ese oficialismo nacional calle a calle, pero la avanzada era feroz. Para ese entonces, a través de bombardeos, las fuerzas del ejército habían amedrentado y asesinado a muchos militantes del autogobierno. No accedían a ningún tipo de negociación porque sabían que su posición era más fuerte que la de la resistencia parisina.La “semana sangrienta” fue sangrienta por la cantidad de muertos -se apilaban de a cientos en las calles- pero también por el daño feroz que sufrió la ciudad. Bajo la premisa de que, si se terminaba la Comuna, no se le debía dejar una París “sana” al gobierno tan resistido, los comuneros incendiaron edificios públicos de a decenas. También lo hicieron los soldados bajo el mando de Thiers, algunos mientras avanzaban en su reconquista y otros, incluso, para endilgarle esa destrucción a los integrantes de la Comuna.
Fue destrozado el Palacio de Justicia pero se salvó la Sainte Chapelle, una iglesia tan pequeña como hermosa, destinada también a los monarcas. Habían llegado a cubrirla con combustible pero no a encenderla. El Palacio d’Orsay, donde hoy funciona el museo homónimo y en ese momento estaba el Consejo de Estado, ardió.
Los comuneros habían demolido también la columna de la Plaza Vendôme, coronada por una estatua de Napoleón. Ni la monarquía, ni el imperio, ni la república conservadora se salvaban del fuego y la destrucción. En total, según denunció el gobierno de Thiers tras recuperar la ciudad, unos 200 edificios públicos fueron destruidos en los incendios, que ocurrieron geográficamente en el mismo orden en el que el Estado nacional llevaba adelante su reconquista.
El último foco de resistencia era defendido por un solo comunero. Cayó el 27 de mayo, y la Ciudad Luz fue enteramente reconquistada por el Poder Ejecutivo galo. Según las estimaciones oficiales, se produjeron unas 20.000 muertes de militantes de la Comuna durante la “semana sangrienta”, aunque las reconstrucciones posteriores de historiadores que se ocuparon del tema se acercaron a las 30.000 ejecuciones. Hubo 1.000 soldados del ejército muertos durante los enfrentamientos.
Thiers no dudó: había que exhibir los cadáveres de los rebeldes para “aleccionar” a quienes intentaran algo parecido a lo que habían hecho los comuneros durante dos meses. Las tropas habían fusilado de a diez ciudadanos a la vez, contra un paredón del Cementerio de Père-Lachaise que hasta hoy se conoce como “El Muro de los Comuneros”.
Pero la Comuna de París le había mostrado al mundo los primeros atisbos de esa forma de organizarse y convivir. Y eso no tendría vuelta atrás.
Fuente: telam
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