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19/10/2024

“Quiero que a alguien le importe que yo exista”: tiene 20 años, sobrevivió a un infierno familiar y aún sueña con ser adoptado

Fuente: telam

Néstor Carrizo desea que alguien, alguna vez, en algún futuro, diga: “Éste es Néstor, mi hijo”. Hasta los seis años, el que decía eso orgulloso era su papá. Pero cuando una enfermedad lo mató, su vida cambió para siempre. Vivió con su progenitora, con familias de acogimiento y en la calle: sufrió violencia de su familia e indiferencia del Estado. “Hasta el día de hoy sigo pensando que voy a tener una familia”, anhela

>Eduardo Galeano narraba la historia de un médico que en la víspera de Nochebuena, en su última recorrida por las salas de un hospital, sintió que unos pasos de algodón lo seguían por la penumbra del pasillo. Al girar se encontró con un niño, allí internado. Titubeante, el niño se acercó, le rozó la mano y le dijo, susurrando: “Decile a... Decile a alguien que yo estoy aquí”.

Hasta sus seis años, en La Rioja donde nació y creció, eso fue posible gracias a su padre, que lo amaba y lo cuidaba junto a sus tres hermanos más grandes. “Era una familia homoparental, compuesta nada más que por un papá. Y estábamos bien”, recuerda.

Esa situación de armonía se modificó radicalmente cuando su papá murió. Y ese nene de seis años pasó a ser sometido a la peor de las violencias, a maltratos físicos y psicológicos. Al castigo, al dolor, al hambre. A la negación de sus derechos y hasta de su propia existencia.

Ahora se sienta en los estudios de Infobae para hablar de lo sufrido en aquellos, que lo impulsaron a trabajar por los derechos de las infancias en la Asociación Civil Doncel. “Es una red federal. No sé cuántos somos, pero estamos dispersos por todo el país. Hacemos talleres, fiestas de Navidad. Acompañamos a los niños, niñas y adolescentes: hacemos visitas en los hogares, porque cuando yo vivía en el hogar, casi nadie iba”, enumera quien también es periodista y está a cargo de la comunicación de un complejo de cabañas.

Es momento entonces de que Néstor narre su propia historia de desamparo y soledad.

—¿Cuál es el primer recuerdo que se te viene a la cabeza de tu infancia?

—¿Y tu mamá?

—A él sí lo llamás papá.

—Era mi papá. Es mi papá. Falleció de cáncer cuando yo tenía seis años. Y ahí se derrumba todo: nuestra vida, nuestro corazón, nuestra cabeza. Mi progenitora pasa a ser la cabeza de la casa, pero no tenía las herramientas necesarias para poder con todo.

—Mis hermanos más grandes ya tenían 18 y 15 años.

—¿Y los cuatro más chicos?

—Y se hace cargo tu progenitora.

—Sí. Y se vuelven a juntar esas dos casas, en el mismo terreno. Comienza todo un proceso de desorganización: de nosotros como hijos; de ella con los cuidados. El que quería ir a la escuela, iba; el que no quería ir, no iba. Nuestra progenitora se desaparecía por días: nadie sabía dónde estaba. Yo tenía muchos problemas con mis hermanos. Todo el tiempo era así: “Si comés, comés, y si no, te vas”. Mis hermanos iban al supermercado a llevar el carrito de personas grandes para juntar una monedas y poder comer. Un tiempo yo también lo hice.

—No. Y después, había golpes.

—Sí. Era todos contra todos: no se podía hablar, no se podía comer, no se podía hacer nada porque todo el tiempo eran golpes y golpes.

—Yo defendía mis juguetes. Y no había nadie, ni figura paterna ni materna, a quien acusarle por los golpes.

—Sí. Yo tenía seis años y era pelear con chicos de 15 y 18 años. Hubo una pelea en la que nos tiramos piedras.

—Sí.

—Sí... Hasta que mi madrina me lleva a su casa. No sé qué habría hecho sin ella. Es una señora muy grande y pensaban que era mi abuela: me llevaba a la escuela, me firmaba la libreta sin tener la tutelaridad legal. Me compraba lo que necesitaba, me alimentaba. Me celebraba el cumpleaños. Había un cariño, un cuidado, un respeto.

—¿Cuánto tiempo estuviste con tu madrina?

—¿Y la seguiste viendo a tu progenitora?

—¿Nunca reclamó para que volvieras a su casa?

—¿Vos pediste ir con tu madrina?

—Frente a tanta violencia, ¿nadie llamaba a la policía?

—¿Por qué se hacían allanamientos en esa casa?

—¿Quiénes salían a robar?

—¿Y cuando iban a robar, también llevaban a los chiquitos?

—¿Tu progenitora estaba en alguna situación delictiva?

—Pienso en la situación y me enoja mucho, principalmente por un Estado ausente, que no te cuido a vos, ni a tus hermanos. Pero vos sos mucho más bueno que yo, por eso no juzgás a nadie.

—¿Te pegó con una herramienta de metal?

—¿Por qué no pudiste seguir viviendo con tu madrina?

—¿Y qué pasa con vos?

—¿Tenías 11 años y fuiste a la Dirección de Niñez a decir que en esa casa te estaban golpeando?

—¿Y no hicieron nada?

—¿Qué iba a pasar si volvías?

—¿Tu progenitora quería que volvieras?

—¿Y qué hacía ahí?

—Hay cosas que no estamos contando acá, porque son muy dolorosas. Pero cuando volvés a esa casa, fuiste muy atacado. ¿Es así?

Hubo un sistema que, con la complicidad de una asistente social, le dio la espalda a ese niño sometido a violencia física y psicológica, a todo tipo de maltratos. Que estaba hundido en una situación de vulnerabilidad extrema. “Nadie le daba importancia a lo que yo decía”, recuerda Néstor, todavía lamentándolo.

Porque Néstor se consumía en ese infierno al que llamaban casa. Alguien debía hacer algo. Y primero, lo hizo él. “Yo solo quería irme. Y entonces, a los 12 años, me fui caminando hasta Sanagasta, a 400 kilómetros”, recuerda.

—Si. Hasta que me agarró Gendarmería y me llevó nuevamente a la Dirección de Niñez. Hablé con la directora (Brizuela) y, a través del hospital y la psicóloga, hicieron la denuncia por vulneración de derechos y muchas otras cuestiones.

—Por un mes. Porque la trabajadora social estaba empecinada con que tenía que volver a la casa. Y la obliga a mi progenitora a llevarme. “Pero ustedes saben todo lo que está pasando en esa casa”, le dije. Sin embargo, volví.

—En una familia de acogimiento, con Doña Ángela.

—Muy bien. Por eso sufrí muchísimo cuando me dijeron que tenía que volver a la casa. Ahí yo no podía seguir: no me dejaban dormir, ni comer. Cada vez que quería comer, me servían el plato, me sacaban una foto, y me sacaban la comida.

—No lo sé. “Para mostrar que estás bien”, me decían. Mi progenitora estaba empecinada: “Si van a comer, ¿cuánto van a poner para la comida?”, nos preguntaba a todos. Y éramos chicos, menores. El colegio N°3 hizo un retrabajo conmigo, más que la Justicia de la Rioja: me daban el desayuno y una vianda para la cena. Lo que no me podían garantizar era un lugar donde dormir.

—Muchas noches las pasé en la calle. Pero no dormía, sino que me quedaba dando vueltas, vueltas y vueltas, caminando por toda La Rioja, hasta las 6 de la mañana, cuando me iba al colegio. A esa hora ya llegaban las ordenanzas y yo desayunaba.

—Cuando terminaban las clases, en el laboratorio del colegio. Así estuve hasta julio, cuando Doña Ángela se enteró de que yo estaba en la calle. Como estaba muy pero muy anémico, porque en mi casa no me dejaban comer, literalmente, informa a Niñez. Y me vuelven a ingresar otro mes con esa familia de acogimiento.

—Vuelve esa trabajadora social que estaba empecinada con que tenía que volver a esa casa. Toma esa medida junto con una abogada, que actualmente tiene un cargo gubernamental en Dirección de Niñez. “¿Por qué no piden los informes de la escuela, del centro de salud, de la psicóloga?”, les dije. “No te va a servir de nada”, me respondió la abogada. Ese textual me sigue marcando.

—Esta vez era una ignorancia total: nadie te hablaba, ni te contestaba, ni te decía nada. Ni te preguntaba si estabas bien o mal.

—No. Directamente, yo no existía para ellos. No existía para nadie. Y la comida, ni hablar: en esa casa no comías. En el Hospital de la Madre y el Niño a veces me daban comida y un lugar en la Guardia para dormir. Hasta que un día llegué tan pero tan mal que me internaron. Estuve dos días y nadie preguntó por mí, nadie me buscó. Nadie preguntó dónde estaba. O preguntó si estaba vivo. Pero la escuela, sí. Y con la doctora Brizuela y la psicóloga del centro de salud, pidieron ante la Dirección de Niñez una intervención urgente. Y la jueza decide ingresarme al dispositivo, ya de manera definitiva.

—Sí.

Fuente: telam

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