07/12/2025
Cómo se empieza a diseñar la nueva longevidad en la Argentina: historias, proyectos y una urgencia compartida
Fuente: telam
En Salta, más de cuatrocientas personas discutieron cómo vivir los próximos años de vida extendida: cohousing, soledad no deseada, modelos comunitarios y la necesidad de planificar la vejez de manera colectiva
>Guillermo señala la diapositiva que llena el escenario. “Esta es Lilian, mi vieja. Debe haber juntado a toda esa gente que tiene alrededor para no salir sola en la foto”. En la pantalla, Lilian aparece sonriente en la escollera de un bote, rodeada de sombreros de ala ancha y gafas de sol. Una mujer expansiva, social, de esas que uno imagina siempre en ronda. Guillermo pudo terminar el secundario, estudiar arquitectura, construir una vida que su madre soñó antes que él. Y sin embargo —contó con la voz quebrada— recién de adulto entendió cuánto esfuerzo había detrás: cuando él de chico quedaba a cargo de una tía, no era porque ella se iba a pasear. Era porque se iba a limpiar los baños de la estación para seguir cuidándolo.
El auditorio estaba atravesado por esa pregunta. Participaron personas mayores de 50, especialistas en salud mental, gerontólogos, deportólogos, médicos, urbanistas, arquitectos y estudiantes. Esa mezcla dice mucho: la longevidad ya no es un tema individual ni una preocupación doméstica. Es un asunto urbano, económico y sanitario. Y también cultural: una generación que llega a los 60 distinta a todas las anteriores, con más años de vida por delante y menos modelos disponibles para habitarlos.
Entre las historias que se compartieron en el encuentro estuvo la de Mateo Lanusse, miembro también de Colmena. Mateo es arquitecto y desarrollador, además de nieto de aquel presidente argentino de principios de los setenta. También llegó al diseño del cohousing por una historia personal, un camino que se repite. Su padre, militar retirado; su madre, apasionada de las plantas y los viveros. Una pareja proactiva, emprendedora, luminosa. Siete hijos desperdigados por el mundo. Hasta que un día los miró, los miraron con los hermanos, y de pronto entendieron estaban quedando solos, que la vida se les iba haciendo más pequeña. “Se estaban apagando”, dijo Mateo. Les quedaba tiempo, pero no red. Ese fue el impulso: armar un proyecto de cohousing, pero también acompañar a su madre a montar una huerta y un vivero que hoy abastece a toda la zona de Salta.
Porque detrás de cada intervención reaparecía el diagnóstico que recorre silenciosamente a toda la región: la soledad no deseada. No como una anécdota personal, sino como un fenómeno demográfico y sanitario. Argentina —como toda América Latina— envejece rápido. Crece el número de personas mayores que viven solas, especialmente mujeres, y se deteriora la trama de convivencia familiar que antes funcionaba como red de contención. La soledad empieza a ser riesgo, no sólo malestar. Y la vivienda —tradicionalmente pensada en clave patrimonial— aparece como uno de los factores centrales del problema.
Los estudios cualitativos publicados este año van un paso más allá: muestran que la calidad del vínculo cotidiano —el vecino que toca la puerta, la amiga que comparte una comida, el espacio común donde se cruza la vida— pesa tanto como la calidad del edificio. La arquitectura no es solo hormigón; es también posibilidad de encuentro.
En América Latina, las experiencias aún son incipientes, pero empiezan a multiplicarse. Desde proyectos comunitarios en Chile y Uruguay hasta iniciativas piloto de convivencia solidaria en provincias argentinas. Lo que se vio en Salta forma parte de esa ola: jóvenes diseñando viviendas para mayores; mayores pidiendo comunidad antes que metros cuadrados; especialistas poniéndole nombre a algo que siempre existió pero ahora se volvió urgente.
El cohousing —bien entendido— no es una tendencia arquitectónica “simpática”: es una herramienta clave para activar ese dividendo. Porque promueve autonomía, colaboración, seguridad y participación. Reduce costos individuales y presiones familiares. Crea comunidad donde antes había aislamiento. Y, sobre todo, permite que las personas mayores sigan ejerciendo ciudadanía: no como objeto de cuidado, sino como sujetos que deciden cómo quieren vivir.
Las generaciones que hoy cumplen 60 —la generación X, la primera que sabe que probablemente viva treinta o cuarenta años más— no quieren repetir viejos mandatos. No quieren ser carga ni destino. No quieren ser confinadas ni quedarse solas. Quieren elegir con quién vivir, cómo organizar la vida cotidiana, qué proyectos sostener, qué vínculos cultivar. Quieren comunidad.
Si el siglo XXI tiene un desafío urgente, es este: convertir los años ganados en vida vivida. Y eso implica revisar la arquitectura, la vivienda, el urbanismo, las políticas de cuidado y las creencias culturales que heredamos hace más de cien años.
Fuente: telam
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