20/07/2025
Cafetines de Buenos Aires: el bar donde Damián Szifron creó “Los Simuladores” y la historia del mozo que conoce a todos sus clientes

Fuente: telam
Un recorrido por la confitería Zurich, fundada en 1959. Los detalles de la comodidad de sus sillas y los platos más pedidos
>Sentado en una de las mesas de la confitería Zúrich que mira hacia la plaza, percibo que el barrio de Belgrano sigue respirando un aire pueblerino. En 1855, Valentín Alsina, ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, dispuso por decreto la fundación de un pueblo al que llamó Belgrano. Por entonces, Buenos Aires era un estado independiente separado de la Confederación Argentina presidida por Justo José de Urquiza. Fueron años donde el beneficio obtenido por las rentas que generaba la aduana, al direccionarse solo a los bonaerenses, profundizó los contrastes en infraestructura y servicios entre la ciudad puerto con el interior. Entre otras obras, Buenos Aires construyó la Aduana Taylor, teatros y tendió el primer tramo ferroviario del país. Y también, creó Belgrano.
El acto de gobierno de Alsina fue la respuesta al pedido de los vecinos de San José de Flores que reclamaban una división administrativa a su extenso partido. Fue así como el 23 de noviembre de 1855 se le dio nombre a los terrenos ubicados sobre la Calera, el yacimiento explotado en el siglo XVIII por monjes franciscanos y ubicado en la zona de las barrancas, famoso porque servía de referencia como punto medio en el camino a los pagos de San Isidro. El trazado aprobado por el ministro Alsina estaba delimitado por las actuales calles 11 de septiembre, La Pampa, Crámer y Monroe. La confitería Zúrich abrió un siglo más tarde, en 1959. También en ese año abrió Saint Moritz en Retiro. Curiosa casualidad la apertura de dos confiterías elegantes, en igual período, con nombres de ciudades suizas. ¿Acaso los dueños fueran los mismos? No lo sé. Por lo pronto, en la Argentina, el ministro de economía Álvaro Alsogaray invitaba a la población a pasar el invierno. Bonitos centros invernales, como las confiterías Saint Moritz y Zúrich, abrieron sus puertas para cumplir la consigna. También en 1959 ocurrió la Revolución Cubana. Y, justamente, Zúrich está ubicada en la calle Cuba esquina Echeverría. Digo, como para corroborar, una vez más, que en Buenos Aires todo tiene que ver con todo.Hoy en la Zúrich el director de escena es Pedro, un veterano mozo de 73 años. Pedro controla toda la dinámica sobre tablas. Es un regocijo verlo moverse con donaire por el salón. Todos los que entran a la confitería lo saludan por su nombre y él responde con igual familiaridad. Entre 1975 y 1987 Pedro trabajó en el café Politeama de Corrientes y Paraná donde entabló relación con toda la colonia artística del Teatro General San Martín. Desde allí pasó a trabajar en la confitería de Belgrano. “Pedro, de Corrientes a Zúrich” podría ser un buen título para una película sobre su vida. En la confitería de Belgrano se reencontró con el actor Héctor Pellegrini, vecino del barrio. También recuerda Pedro los años que Damián szifron pasó jornadas en las mesas de la confitería pergeñando los guiones para la serie Los simuladores. Me llamó la atención la vestimenta de Pedro y el resto del personal. Impecable camisa blanca, chaleco negro y el infaltable moño. Me recordó a mi visita al Petit Colón de un par de semanas atrás. Luego noté que las sillas del salón tienen todas apoyabrazos y están tapizadas en pana de color turquesa. Le comento a Pedro la semejanza con el café de Tribunales y me confirma que el grupo societario que maneja la confitería Zurich es el mismo del Petit Colón, el Café Tabac y el Watson. Acabáramos. La vista hacia la plaza dará pueblo, pero la ambientación que sobresale en el interior de la confitería es de barrio paquetón. Visité la confitería Zúrich una mañana fría como el invierno suizo. Como dije al comienzo del relato, me senté en una mesa con vista a la plaza. Pero también a la iglesia, a la escuela y al monumento a Manuel Belgrano en su centro. La obra pertenece al escultor Héctor Rocha y fue inaugurada en 1961 casi contemporánea con la apertura de la confitería. La escuela también tiene una historia para ser contada. En principio, decir que el decreto que firmó Valentín Alsina, y formalizó la creación de Belgrano, dispuso la reserva de solares para construir escuelas frente a la plaza. La primera se levantó en el mismo solar de la esquina de Cuba y Echeverría en 1857. Años más tarde, el vecino Casto Munita, comerciante que alcanzó una buena posición económica, donó al Consejo General de la provincia de Buenos Aires el dinero para reconstruir la modesta escuela existente. La obra comenzó en 1883 siendo Belgrano todavía un partido provincial. Es decir, antes de incorporarse como barrio a la Capital Federal en 1887. La confitería Zúrich, cercada a diestra y siniestra por cafeterías de especialidad, sostiene una tradición barrial. Un buzón del correo argentino yergue en la esquina, quizás como testimonio de un pasado que resiste. En la Zúrich las ventanas cierran guillotina y las cortinas, que cubren hasta la mitad, corren por barrales de bronce. El piso es simil granito de color gris, negro y rojo. Dos televisores transmiten en silencio y no se pasa música ambiental. La servilleta de papel con el logo comercial grabado dice: “Confitería Zúrich. Café & comidas. Siempre nuevo, siempre clásico”.Cuenta Pedro que las comidas más solicitadas son el pollo al verdeo, lomo al champignon y el sánguche de lomo. La esquina abre de lunes a lunes de 7 a 24. El lugar antes fue una pequeña casa de té. La Zúrich, posteriormente, le incorporó dos propiedades aledañas sobre la calle Echeverría para agrandar el salón.Son las 11 y la confitería está ocupada en un 80%. Un grupo de militares retirados comparten una mesa larga. La Zúrich es su casino de oficiales. Otros recuerdos castrenses me vienen a la memoria mientras miro por la ventana hacia la plaza. En 1879 el presidente de la Nación era Nicolás Avellaneda. Su relación con Carlos Tejedor, por entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, era pésima. Tejedor, de manera pública, menospreciaba al gobierno nacional calificándolo como “ilustre huésped” de la ciudad. Avellaneda, harto y molesto, quiso ponerle un punto final a la “cuestión capital” antes de finalizar su mandato y envió un mensaje al Congreso Nacional Avellaneda expresando la necesidad de declarar a Buenos Aires como Capital Federal de la República. Y como repite nuestra historia, las diferencias fueron zanjadas, a los tiros y con muertos, entre ejércitos hermanos. Hacia junio de 1880 la “Batalla por la Capital” era inminente. Fue entonces que Nicolás Avellaneda decidió mudar la sede del gobierno nacional. Acompañado por todos sus ministros partió la mañana del día 2 de junio hacia Belgrano. Acto seguido lo siguieron los senadores y los diputados. La primera parada de la comitiva presidencial se realizó en la Chacarita de los Colegiales donde se hallaban las tropas nacionales. Al día siguiente, 3 de junio, Avellaneda dirigió una proclama a todo el país denunciando la rebelión del gobernador Tejedor. Y, a continuación, siguió la marcha hacia Belgrano donde se hospedó en el Hotel Watson —hoy devenido en café—, pegado a la Iglesia “La Redonda”, que fuera inaugurada dos años antes, en 1878, en una gran ceremonia a la que asistieron el mismísimo Nicolás Avellaneda como presidente de la Nación y Carlos Tejedor en su función de gobernador provincial. Otros tiempos. En la Argentina dos años pueden resultar dos siglos.Claro que el progreso alcanzado por Belgrano se reconoce a poco de andar. El barrio es la expresión del desarrollo social y bienestar alcanzado por una parte de los vecinos de la ciudad. Dejé atrás la confitería Zúrich y me largué a caminar ensimismado en mi repaso histórico. Porque a partir de 1880, luego de tantos años de guerras intestinas, el país entró en un período que se caracterizó por presidentes que hicieron foco en la paz, la administración y el orden. Parecido al lema que podría esgrimir la confitería Zúrich luego de 66 años de servicio. En la mano sigo llevando el ticket de la consumición. Antes de tirarlo al cesto de basura, de manera inconsciente lo leo. En ese instante me entero que Pedro, el señorial mozo, se apellida Quintana. Ahora sí que entendí todo.
Fuente: telam
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