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19/07/2025

Ejnar Mikkelsen y su dramática epopeya ártica: el explorador danés que sobrevivió dos inviernos en el frío extremo de Groenlandia

Fuente: telam

En 1909, emprendió una misión monumental: recuperar los diarios y mapas de la fallida Expedición Dinamarca. Pero quedó atrapado con un colega durante 28 meses en el Ártico, enfrentando el frío extremo y la amenaza constante del hielo. El 19 de julio de 1912 fueron rescatados

>Cuando el barco de rescate apareció en el horizonte helado, Ejnar Mikkelsen llevaba más de dos años y medio atrapado en el Ártico. La barba crecida, la ropa remendada, el cuerpo debilitado por el hambre y casi desnutrido apenas disimulaban la lucidez con la que había enfrentado el encierro en la pequeña cabaña construida con restos del barco Alabama.

Durante ese tiempo, el mundo los creyó muertos. Pero Mikkelsen no era un improvisado perdido en el hielo. Estaba allí por convicción geográfica y política: buscaba demostrar que Groenlandia era una sola masa continental y que el llamado “Canal de Peary” no existía. Para ello, había apostado todo —su salud, su tripulación, su nombre— a una expedición que no buscaba gloria sino pruebas. Su formación como explorador ya lo había templado para lo peor. Porque si algo sabía hacer Ejnar Mikkelsen, era avanzar donde otros se detenían.

El vínculo de Ejnar Mikkelsen con el hielo comenzó desde muy joven. Había nacido el 23 de diciembre de 1880 en Dinamarca y a los 14 años ya navegaba como aprendiz, y a los 16 caminó más de 500 km desde Estocolmo hasta Gotemburgo con el deseo de unirse a una expedición polar, pero no fue aceptado. Años después, todos los miembros de esa misión murieron en el Ártico. Aunque no poder formar parte de ella le causó cierto desanimo, le salvó la vida.

En 1900, se embarcó en una expedición danesa al este de Groenlandia, un primer contacto directo con la cartografía de zonas aún inexploradas. Poco después, participó en la expedición Baldwin-Ziegler al archipiélago ruso de Franz Josef Land, donde el hielo dictaba las reglas y los mapas eran apenas intuiciones sobre papel. Dormía con la brújula en el bolsillo, por si despertaba desplazado por un témpano.

Gracias a sus primeras travesías polares, Mikkelsen se consolidó como un cartógrafo meticuloso y un explorador resistente. Tras regresar de la expedición angloamericana al mar de Beaufort, en 1909, publicó “Conquista del Ártico” (Conquering the Arctic Ice), libro en que relató aquellas experiencias y reflexionó sobre la dureza de la vida en el hielo.

Ese mismo año, recibió un nuevo encargo: recuperar los diarios extraviados de la trágica Expedición Dinamarca, que se realizó entre 1906 y 1908. Sus miembros, entre ellos Ludvig Mylius-Erichsen y Niels Peter Høeg Hagen, habían desaparecido intentando confirmar la existencia del supuesto Canal de Peary. Esos documentos, de enorme valor científico y político, podían demostrar que Groenlandia era un bloque continental indivisible y reafirmar la soberanía danesa sobre su territorio.

El 20 de junio de 1909, Ejnar Mikkelsen zarpó desde Copenhague al mando del Alabama, un barco reforzado para enfrentar los hielos polares. Lo acompañaban seis hombres: los tenientes Laub y Jørgensen, los tripulantes Olsen y Poulsen, el carpintero Unger, y un mecánico que sería reemplazado en Islandia por Iver Iversen, un joven ingeniero sin experiencia ártica. Sería su único viaje de ese tipo.

Llegaron a la isla Shannon a fines del verano, en la costa noreste de Groenlandia. Allí instalaron una base temporal, pero cuando la bahía comenzó a congelarse, el barco quedó atrapado y pronto fue destruido por la presión del hielo. La situación era crítica. Mikkelsen no perdió el rumbo: aún quedaba por cumplir el verdadero objetivo de la expedición.

Lo que siguió fue un viaje al límite: tormentas, hielo traicionero, perros sacrificados para alimentar a otros perros y comer ellos, enfermedades, hambre y alucinaciones. En su travesía encontraron el cadáver congelado del explorador de la Expedición Dinamarca, Jorgen Bronlund, y, más adelante, los diarios de Mylius-Erichsen y Hagen, enterrados bajo piedras. Las coordenadas que allí figuraban desmentían la creencia sobre el Canal de Peary: Groenlandia era una sola isla.

Cuando regresaron a la Isla Shannon, en noviembre de 1910, no quedaba nadie. Solo una cabaña improvisada, levantada con los restos del Alabama. Allí pasaron los siguientes 28 meses, en completo aislamiento.

La falta de nutrientes cambió sus cuerpos, la oscuridad polar desdibujó la noción del tiempo. Mikkelsen creyó ver a su prometida Naja sentada en el catre. Iversen hablaba con su abuelo muerto. Habían comenzado a alucinar... Una vez, la tensión llegó al punto de que Mikkelsen, en un arrebato, estuvo a punto de dispararle a su compañero. Aun así, cada determinado tiempo regresaban al montículo de piedras donde habían guardado los diarios, los desenterraban y para volverlos a enterrar. Eran una especie de garantía de que su esfuerzo tenía sentido si lograban sobrevivir.

El 19 de julio de 1912, un tripulante de un ballenero noruego llamado Sjøblomsten vio señales de presencia humana en la costa: una tabla clavada con la fecha “1912”. Siguieron la pista. Al llegar a la cabaña, Mikkelsen e Iversen salieron armados, cubiertos con mantas, desconcertados. Habían confundido los golpes de los rescatistas con osos.

De regreso en Copenhague, Mikkelsen escribió Perdidos en el Ártico (1913), donde relató la travesía con precisión documental. Décadas más tarde, publicó Dos contra el hielo (1957), un testimonio más íntimo, atravesado por el silencio, la memoria y la necesidad de dejar constancia de lo que hizo. Entonces tenía 77 años y demasiada nostalgia.

Las pruebas que trajeron consigo cerraron una discusión geográfica y consolidaron la soberanía danesa sobre Groenlandia. Pero más que un hallazgo cartográfico, lo más importante fue haber regresado y haber demostrado la resistencia humana en el hielo.

El regreso del Ártico no marcó el final de su camino. En los años siguientes, Ejnar Mikkelsen siguió viajando, esta vez como un hombre con responsabilidades institucionales, científicas y humanas; ya no como un viajero solitario. En 1924, organizó una expedición para establecer un asentamiento permanente de los inuit —un pueblo originario— en Scoresby Sound, en la costa oriental de Groenlandia. Y en 1932, lideró una nueva misión científica que incluyó investigaciones geológicas en la Intrusión de Skaergaard, una de las formaciones ígneas más estudiadas del mundo.

Fue homenajeado en vida: recibió la medalla Hans Egede en 1933, y dos años después, la Patron’s Medal otorgada por la Royal Geographical Society de Londres. Pero más allá de los premios, su nombre quedó inscrito en el paisaje mismo.

Fuente: telam

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