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19/07/2025

La compleja herencia judía de Marcel Proust: memoria, asimilación y controversia

Fuente: telam

El debate sobre identidad y representación en la obra del autor de “En busca del tiempo perdido” revela tensiones históricas y culturales que mantienen su resonancia en el presente

>Que la figura de Marcel Proust mantenga su centralidad en los debates sobre identidad y asimilación judía a más de un siglo de su muerte no es un capricho académico. La famosa escena relatada por Proust en la que evoca la ausencia de visitas familiares al cementerio judío de la rue du Repos —y la costumbre de su abuelo de colocar una piedra en la tumba, “siguiendo una costumbre que ya no comprendía”— marca un punto de inflexión en la historia de la memoria judía familiar y ha sido fuente de interpretaciones contrapuestas entre eruditos de generaciones sucesivas.

Durante las tres últimas décadas, los estudios sobre Proust han experimentado una transformación significativa: de la concentración clásica en temas como la memoria o la fenomenología en En busca del tiempo perdido, se ha avanzado hacia una preocupación por los orígenes, la identidad y, particularmente, el significado del judaísmo en la vida y obra del escritor. Según el ensayo, algunos estudiosos consideran que su origen judío y los numerosos personajes judíos de su obra lo integran junto a Franz Kafka o Philip Roth en el canon de la literatura moderna judía secular. Otros, no obstante, han denunciado como antisemita la representación que hace de la vida judía en la Francia del fin de siglo.

La genealogía materna de Proust, los Weil, es representativa de la élite judía asquenazí de la Alsacia que migró a París. Baruch Weil, el bisabuelo del escritor, emergió como un industrial relevante de la porcelana y un referente activo de la comunidad judía emergente, mientras otro miembro, Godchaux Weil (alias “Ben Lévi”), contribuyó con relatos y comentarios en la prensa judía reformista. Por línea paterna, Adrien Proust —católico y reputado médico— impuso el bautismo a Marcel y a su hermano, circunstancia nada habitual entre los judíos franceses de mediados del siglo XIX, donde el enlace mixto siguió siendo excepción pese al avance de la integración.

El tránsito familiar entre lo judío y lo católico no sólo delineó el trayecto vital de Proust, sino que fue acentuado por las crisis colectivas francesas, señaladamente el Affaire Dreyfus. La fractura nacional se reflejó en los Proust: mientras Marcel, Robert y su madre defendieron al capitán judío injustamente acusado, su padre permaneció fiel al ejército. La intensa implicación de Proust a favor de Dreyfus tejió nuevos vínculos —como los sostenidos con Geneviève Straus y el compositor Reynaldo Hahn— y tensó relaciones con aristócratas de ideas opuestas, personajes que nutrirían figuras como el antisemita barón de Charlus en la novela.

El crisol de sexualidades y orígenes judíos que puebla En busca del tiempo perdido complica aún más la interpretación. Como expone Samuels, el narrador carece abiertamente de la homosexualidad y la condición judía adjudicadas en cambio a figuras como Charles Swann, Gilberte, Albert Bloch y Rachel. A menudo, la voz narrativa iguala a homosexuales y judíos bajo la denominación de “raza maldita”, aunque según Compagnon, esto tiene más que ver con la sátira del discurso dominante que con una adhesión personal de Proust.

Las pinturas poco favorecedoras de personajes judíos que encontraban eco en la crítica moderna, como las de Bloch o Rachel, estimularon análisis como el de Alessandro Piperno, cuyo libro Proust antihebreo subraya presuntas dosis de antisemitismo. Estos críticos se centran en escenas en que el arribista Bloch protagoniza torpezas sociales o se burla de los intentos de las hijas de judíos por disimular su identidad, mientras que las descripciones clínicas de Swann (“sufría de una forma especialmente judía de eccema y estreñimiento”) refuerzan la carga polémica.

Sin embargo, según retrata Maurice Samuels en The New York Review of Books, Compagnon argumenta que la recepción judía temprana de Proust, especialmente entre los primeros sionistas, fue notablemente favorable. André Spire, escritor y crítico de origen alsaciano, fue pionero en reivindicar a Proust como escritor judío en el París de la Belle Époque, llegando a proclamar: “La asimilación es la muerte. El sionismo es vida”. En esa época, la declaración pública del trasfondo judío de Proust causaba sorpresa y recelo en sectores nacionalistas y antisemitas franceses, donde sus detractores, como Urbain Gohier, clamaban: “Siempre olí a judío. ¡Tenía razón!”.

El intento de encontrar rasgos “judíos” en el propio estilo literario de Proust se manifestó tanto en voces filo-semitas como antisemitas. Denis Saurat comparaba el análisis proustiano con la argumentación rabínica; Louis-Ferdinand Céline ironizaba: “El Talmud está construido y concebido más o menos igual que las novelas de Proust: un mosaico tortuoso, ornamentado, desorganizado”.

Maurice Samuels reconoce la dificultad de juzgar anacrónicamente a Proust. Para Compagnon, la representación de los judíos en su novela debe abordarse dentro de las categorías históricas y de las tensiones de la época. Sin embargo, su estudio también advierte las limitaciones de esta perspectiva: resulta insuficiente recurrir a la valoración sionista para exonerar por completo a Proust del antisemitismo, pues estos lectores constituían solo una fracción y solían hacerlo de forma interesada. Como destaca el ensayo de Samuels, la prensa judía francesa más tradicional apenas se ocupó de él, pues su definición de lo judío era fundamentalmente religiosa, y el bautizo de Proust suponía una barrera de entrada.

Otra aproximación complementaria se halla en Marcel Proust: L’Adieu au monde juif (Marcel Proust: Adiós al mundo judío) de Pierre Birnbaum, quien buceó en la correspondencia para valorar hasta qué punto Proust aprobaba, criticaba o ironizaba respecto al antisemitismo y la política de su tiempo. Birnbaum presenta a un Proust liberal en lo político, aun cuando su círculo incluía nacionalistas y antisemitas. En sus cartas se manifiesta claramente en contra de estas posiciones, aunque sus ficciones las representen de manera ambivalente. Políticamente, se opuso, por ejemplo, a la ley de separación entre Iglesia y Estado de 1905 —la llamada “Ley Combes”—, desmarcándose del ala anticlerical. También desmonta la leyenda de que Proust pidió un rabino para el entierro de su madre, confirmando su progresivo alejamiento de la comunidad judía.

Fuente: telam

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